Omar Genovese en su blog El Fantasma convocó recientemente a un debate. El detonante fue la charla de presentación de un libro y las tribulaciones inesperadas de sus participantes alrededor del tema de los años ´70 y el golpe del ´76. De inmediato rondó la aureola de clausura sacra que se ha apoderado de esa parte de la historia de los argentinos últimamente. Intensificar la práctica del debate me parece indispensable para cualquier salud intelectual. Este fue mi aporte a la discusión donde se han volcado más que interesantes opiniones cuya lectura recomiendo.
La comedia convocante: González-Quintín-Fogwill
El fenómeno de la publicación de ideas por fuera de los poderes emisores establecidos ha experimentado en los últimos años a través de los soportes web un significativo crecimiento cuantitativo y cualitativo en todo el mundo, lo que ha motivado que ya deba ser tenido en cuenta como un elemento más en circulación con cierta influencia real en buena parte de la formación de opinión. En el caso particular argentino la cultura establecida gobernada por los principales holdings multimediáticos y editores cuyos efectores comunicacionales -dependientes directa o indirectamente de ellos- son el conjunto de escritores y periodistas que detentan una cierta “posición”, han ido reaccionando de diversa forma ante el fenómeno. Por ser un proceso novedoso y sin precedentes, han tenido a la vez que procesar su comprensión, actuar en consecuencia, elaborando estrategias de reacción al mismo tiempo que lo iban conociendo y descubriendo sus alcances. En el camino han sufrido diversos entusiasmos y decepciones tácticas, han jugado al juego de prueba y error hasta ir concluyendo con la experiencia algunas estrategias comunes. En toda este proceso se produjeron reacciones dispares dentro de ese poder cultural que variaron entre un reconocimiento y un reflejo del fenómeno en el sentido informativo, escrutándolo como tendencia social, hasta la toma de conciencia de los peligros que representaba para la estabilidad de todo el orden que legitima y da vida a su poder comunicacional. La antigua estrategia del ninguneo, la primera y más sencilla de las operaciones que se practicaba ante toda expresión externa en la era pre-web, demostró su inaplicabilidad en la era de una hiper-comunicación incontrolable ya que dada la enorme difusión de sus hábitos era imposible no dar cuenta de su existencia a riesgo de perder el contacto con la realidad que se reflejaría en una disminución del consumo de esos medios. Los medios se encontraron ante un dilema: primero tener que dar cuenta del fenómeno, lo que significaba darle inclusión y difusión, pero al mismo tiempo diseñar una estrategia de neutralización que alejara los peligros que su potencial crecimiento y consolidación representarían para su hegemonía. El gran medio que linkeaba un blog alternativo, por ejemplo, no tenía conciencia al principio que tal vez estaba alimentando a su propio enemigo. Las opciones fueron varias, pasando por el obvio intento de desacreditación, pero finalmente parece haberse impuesto la cooptación. Este dispositivo se basa en acciones tales como como crear soportes técnicos propios para blogs hasta patrocinar a "blogs oficiales" cuyos contenidos sean neutralmente “literarios” e inocuos; con notas sobre algún viaje de Borges a Tanzania o sobre un ignoto escritor checo que escribe cuentos sobre las hormigas desculadas de Manhattan, que mantengan el perfil lejos de cualquier intervención de opinión incómoda. Es el caso La Nación y Clarín principalmente.
El operador al que Genovese hace referencia en su convocatoria al debate –Quintín- es un producto esencialmente de la versión progre del menemismo, su perfil es el de un cronista de espectáculos de la cultura. Al fin y al cabo la concepción cultural dominante desde el menemato a esta parte no es otra que ésa, la cultura como un parte de la farándula, una península intelectualoide del show business. En principio, y obviamente, se dedicó al cine para usufructo natural de la resonancia prestigiosa del nombre de su padre Manuel Antín. Luego su olfato comercial -que justo es reconocerle como atributo- le indicó que el mayor rating cultural pasaba no por el cine sino por el alto consumo de los puteríos circundantes al mundillo literario, principal fuente de atracción de la denominada "prensa cultural", nombre que recibe un conglomerado amorfo compuesto principalmente por los suplementos culturales de los diarios. Cualquier principiante en el arte de estudiar mercados se dará cuenta que este segmento está compuesto por los consumidores de libros y lectores de diarios; perfil de clase media alta pseudo intelectual, snobistas y adictos a la ficción, ávidos de leer materiales que agiten las aguas alrededor del espectáculo literario; puesta en escena de estrellas y estrellados, vulgarización políticamente correcta de tópicos políticos o sociológicos, polémicas banales, hojarascas pseudo filosóficas, reseñas efectistas, noticias y chimentos alrededor de los escritores, etc. Una versión culturosa de lo que Jorge Rial, Samuel Gelblung o Lucho Avilés hacen en relación al espectáculo televisivo. Su llegada a la web primero en los Trabajos Prácticos respondía a esta forma de olfatear los negocios. Su dedicación casi obsesiva, sus reseñas desproporcionadas de todos y cada uno de los libros de ficción que encuentra a su paso le permitieron una repercusión que garantizó el conchabo de su pluma por parte de varios medios. Su engendro “La lectora provisoria” implicó una hábil sociedad marketinera con Tomás Abraham, un “filósofo” que ya era marca registrada para el consumidor cultural habitué de las revistas Gente y Caras. Detrás de ese infeliz título se edifica un site con contenidos de tercera categoría y comentaristas de cuarta que hacen gala de un patético cholulismo. Que se omitan los links a otros blogs responde claramente a su estrategia de silenciamiento; quiere posicionarse como puente funcional hacia los medios a favor de un aumento de su rating lector que asegure su salario, jamás podría contribuir a lo contrario.
La nota en primer lugar muestra la pusilanimidad de mentecatos de dos tipos frente a un escritor como Rodolfo Fogwill, lo que da cuenta instantánea de la baja estofa de todo lo que rodea a este sub-mundo. Si no se animan a criticarle un libro por temor a su reacción colérica, que podemos esperar entonces de lo que escriben suponiendo que deben comprometerse como periodistas libres frente a los poderes de turno. Fogwill, aparte de jugar bien su personaje de calentón guarango, apela a mostrarse como el más políticamente incorrecto de los políticamente correctos, para lo cual le es suficiente con desafiar algunos tabúes y vacas sagradas conceptuales del progresismo izquierdoso del ambiente cultural que, dicho sea de paso, últimamente padece de un subyugamiento k-peronista galopante. No le cuesta mucho porque naturalmente es un tipo políticamente incorrecto por más que trate siempre de dar alguna puntada a favor de cierto progresismo indeterminado. Su discurrir causa un tormentoso estupor en un medio donde reina la más obscena condescendencia y la más temerosa prevención.
Lo que por último y principal me resultó patético, y un indicador inquietante, fue el pánico neuromuscular que manifestó Quintín en el párrafo final de su nota a una confrontación de ideas diferentes entre González y Fogwill. Es grave, o se está consumiendo alguna sustancia que paraliza los centros de la adultez intelectual o el campo progresista que transformó en un refugio de maricones que no se animan a pensar por si mismos más allá de los clisés por temor a la reprobación de los otros progresistas. ¿Será que se siente real pavura por la reacción de los bravucones que se creen dueños de la ortodoxia doctrinaria y amenacen autoritariamente a la libertad de pensamiento en materias como los sucesos de los setenta? Si así fuera sería un índice de decadencia demasiado evidente y no porque sea el caso de Quintín sino porque temo que se ha convertido es una actitud generalizada. Hoy pareciera que se evita a toda costa penetrar en los temas espinosos del debate ideológico, como si se temiera la reacción insultante de Bonafini o Bonasso -por citar dos ejemplos- ante cualquier esbozo de razonamiento que se aparte un ápice de sus diminutos horizontes dogmáticos oficialistas. Liberado el pensamiento progresista del enemigo exterior –la dictadura- está cayendo bajo la amenaza del enemigo interior. Y creo que si la izquierda no recupera urgentemente el debate interno en serio que incluya la apertura y la autocrítica más abarcadora posible, y que ponga fin a tanto tabú y a la intolerante ortodoxia de los que se creen únicos detentadores de la verdad histórica, seguirá cayendo en picada por el precipicio de su decadencia intelectual y política.
Entrar a polemizar las afirmaciones de Quintín no me interesa, aparte de miedo y el desconcierto, hiló alguna que otra aproximación interesante mezclada con resonantes patinadas típicas de su manejo inhábil de los instrumentos de la razón: particularizaciones erráticas e inconducentes como la descalificación de Martín Lousteau por portación de padre, y generalizaciones equívocas que todo y nada incluyen mal, y que habilitarían las refutaciones hasta de lados ideológicos contrarios:
“Hace treinta años, el desprecio por la democracia y enormes errores políticos de la izquierda argentina produjeron una represión exacerbada y horrenda”
Pero el tema propuesto va mucho más allá lo que opine Quintín, es demasiado trascendente para que su marco de referencia sea la opinión de este operador periodístico tan insignificante.
El 24 de marzo y los 70: El día y la década de la política K
No me merece objeciones la gestión del gobierno en buena parte de los temas de derechos humanos como la anulación de las leyes de obediencia debida y punto final o la promoción de juicios a torturadores y/o apropiadores de niños, donde es innegable que logró avances importantes. Pero si tengo una visión muy crítica sobre su teoría sobre los sucesos de los setenta y su montaje político como discurso socio-histórico hegemónico. Esa teoría podría llamarse “el que no está con nosotros es el demonio”. Así de torpe es la manipulación del debate con el que el gobierno defiende sus intereses y amonesta al pensamiento libre sin distinciones. O se compran incondicionalmente todas las consignas oficiales en la materia o se es un facho defensor de militares genocidas. Conmigo o con el demonio, típica triquiñuela autoritaria; sólo admiten dos categorías de personas en relación a ellos: adictos o enemigos.
El dibujo kirchnerista del 24 de marzo y de toda la etapa de los setenta me parece poco sostenible a la luz del más mínimo análisis serio de la realidad. Se trata de una versión de propaganda casi para infradotados, muy de la mano de su prepotente populismo basado en la administración discrecional y unitarista de los sojadólares de la gran “Kaja” y en una cobertura mediática épica que haga que los únicos mártires de la historia fueron sus cuadros afines. Es un planteamiento falso, pueril, reduccionista y oportunista. Entre sus principales elementos se destacan: apropiación facciosa del concepto de memoria y justicia, la exclusión del papel de Perón en el diseño y ejecución del plan de eliminación de la izquierda peronista y de toda la izquierda, la idealización de un López Rega autónomo y caído del cielo, el silencio sobre el desgobierno de Isabel, ese “pudridero” como decía Eduardo Galeano, desbordante de bandas armadas en pleno descontrol, la liquidación de parte de su misma caótica soberbia de cualquier alternativa de salida institucional a aquella crisis, el coqueteo con los sindicalistas fascistoides, la negación del debate y la crítica de los proyectos de insurrección armada de la época y su trama de relaciones, la omisión de toda referencia al accionar de la clase política de aquel entonces en la trama de los hechos, y largo etcétera. El peor defecto de este gobierno en el aspecto cultural es que impone un “de eso no se habla” sobre estas cuestiones, un intolerante patoterismo intelectual que pretender clausurar el debate instalando su versión de algunos hechos históricos como una verdad oficial; de apropiarse para sus intereses de toda una época que es patrimonio exclusivo de cada argentino que la padeció.
El kirchnerismo está interesado de borrar de la memoria el accionar guerrillero, político, militar y paramilitar pre 76 para así lavar todos los posibles trapos sucios de su participación en esa historia., so pretexto de hacerse el hiper revolucionario y brindarle a todos los grupos insurgentes de los 70 la gracia de una inmunidad absoluta a toda revisión crítica y a todo eventual juicio criminal que pudiera tocarles. Empezó por anotarse en la lista de aprovechadores de la desgracia ineluctable que padece Ernesto Sábato desde que fue sindicado como el autor de la teoría de los dos demonios a través del famoso prólogo del “Nunca Más” cuando aseveró que al terrorismo de acá se lo combatió con el terrorismo de allá. Pero el peronismo deseó siempre la caída en desgracia del “Nunca Más” reputado como un mérito político del la UCR, y el cambio de su prólogo realizado en el 2006 tuvo por objeto lavar cualquier salpicadura peronista política y judicial que pudiera caer sobre los sindicados como “grupos terroristas”, y no porque pretendiera una reivindicación del accionar de todos los grupos. A partir de allí cuesta encontrar que se haya seguido el debate ya que lo que interesa es congelar la postura del gobierno como la verdad oficial, y entre otras cosas impide la revisión de aquella compleja trama de episodios donde no todo era lo mismo.
Democracia, la enfermedad burguesa y sus remedios setenteros
Por ahí se desliza el tema de lo poco que se valoraba la democracia en aquellas épocas. Es cierto, nada de nada se valoraba y es lógico porque casi nunca se la había conocido. En realidad se creía en el arribo violento y directo a objetivos de máxima un tanto indefinidos como el “socialismo nacional”, o “la revolución permanente” pero a través de la lucha armada; si el pueblo apoyaba, mejor, sino daba lo mismo, la política se impondría por la fuerza. Si el otro pensaba como yo, mejor; si pensaba diferente se lo declaraba enemigo y se lo suprimía; eso de complicarse la vida con la tolerancia, el pluralismo o la democracia eran paparruchadas burguesas. Se me dirá que se aspiraba a una sociedad “socialista” que iba más allá de estos ideales que nombro que son los típicos de las democracias liberales por cierto. Está bien, pero entonces ¿que tipo de socialismo nos esperaba? ¿El que decidieran un par de soberbios mesiánicos iluminados, al que habría que aceptar sin posibilidad de pensamiento disidente alguno? ¿Qué elementos caracterizarían a este socialismo superador de la democracia burguesa? Obviamente no era el mismo socialismo con el que soñaban los del PRT- ERP, ni otros grupos radicales, ni tampoco el de algún grupo socialdemócrata. La respuesta es que nunca hay un solo tipo de socialismo, y que cada régimen vale por los valores y la materialidad de sus políticas concretas y particulares en relación a la vida de la gente, y no por el nombre que lleve. Cualquier asqueado del mundo burgués como yo al menos aspiraría que si le proponen vivir bajo otro sistema social, tengan a bien hacerle saber que no ha de ser peor que el que tiene, sería inadmisible encontrarse con la pesadilla refranera de que es “peor el remedio que la enfermedad”, máxime cuando uno no ha podido dejar morir todavía el sueño de inventar y fabricar un buen remedio para la enfermedad liberal capitalista.
¿Que había de sustancia ideológica en aquel “socialismo nacional” que tanto se idealiza hoy día con romántica melancolía Caparrósica, presentándolo como “el sueño de unos jóvenes de una sociedad más justa e igualitaria”? ¿Que tipo de sueño voceaban aquellos imberbes de la JP? Con referentes de talla tan asimétrica como Galimberti y Walsh, aquel contradictorio “peronismo de izquierda” –que algunos opinan que esta construcción conceptual es casi un oxímoron- era una fuerza que se identificaba ante nada como peronista, proveniente en gran parte del nacionalismo católico, articulada en torno a su brazo armado Montoneros, sin una contraparte intelectualmente dotada para establecer unas bases doctrinarias consistentes; con una conducción de pésima categoría política que reducía todo a la soberbia armada y militarista blandiente de desarticuladas consignas que mezclaban por igual políticas de izquierda y de derecha. Su “socialismo nacional” por momentos se parecía más a una suerte de “nacional socialismo” donde la verticalidad y la intolerancia serían las banderas que estarían por encima de la libertad y la igualdad. Su teoría, a pesar de la pobreza intelectual que los caracterizaba, no creo que haya sido tan ingenua para basarse en la idea de que un anciano Perón se iba a volver de pronto un socialista que armaría las bases de un régimen de tal signo, sino que supongo habrán apostado -como muchos- a lo que iba a suceder después de su muerte (que por entonces se presentía inmediata dado el deterioro de su salud) para poder hacerse cargo de la sucesión de ese tremendo capital de liderazgo y poder. Su ansiedad los traicionó bastante y el anciano Perón, que no había perdido un ápice de su astucia, se dio cuenta que debía actuar de inmediato y poner en caja a esos muchachos tan entusiastas y confusos que podían llevar al peronismo fuera de sus cabales cuando a él le tocara irse de esta tierra.
Santos, demonios y más demonios
Se equivocan los que pretenden establecer como un automatismo conceptual que poner sobre la mesa de análisis el accionar guerrillero es ya dar por válida la teoría de “los dos demonios” que alguna vez cierta corriente bienpensante esgrimió como modo de explicar simplificadamente la realidad para conformar a todos. Demonio hubo y habrá siempre uno solo, el demonio de los crímenes contra la humanidad es indiviso, no tiene banderas, en todo caso lo que obviamente es debatible son las opciones del uso de la violencia política en determinadas circunstancias; allí habrá posturas y matices diversos donde tal vez ingresemos a túneles irreconciliables aún entre concepciones ideológicas afines, pero la reflexión crítica e historiográfica de lo actuado por los grupos armados de los 70 no puede esconderse debajo de la alfombra mágica de la condena a la dictadura.
Los horrores de la dictadura, las responsabilidades intransferibles de todo su elenco de desquiciados genocidas, la trama de sus apoyos internacionales vía las políticas de seguridad de Estados Unidos y el Plan Cóndor, la responsabilidad de sus aliados políticos locales –los directos de la derecha y los no tan directos de la no tan derecha- y toda la culpa de esa fauna maldita de la atrocidad sistematizada no ha de relativizarse de ningún modo porque al mismo tiempo se haga una revisión crítica del accionar de los grupos guerrillero y de toda la clase política de los 70, como nos quieren hacer creer algunos. Una revisión que cada argentino que desee debiera hacer con total libertad sin el condicionamiento ni la coacción de grupos que se yerguen en dueños de la verdad y que pretenden hacer de consignas verdades sagradas e intocables. No puede venir ningún intolerante o fanático, por más monje psico-bolche que haya sido en su juventud a pretender lucrar políticamente con el silencio y la imposición de sus consignas mediante la coacción, la difamación y el acoso ideológico.
Es insostenible afirmar que cualquier juzgamiento crítico a esos grupos y sectores significa una automática expiación o relativización de la gravedad de las responsabilidades de las atrocidades represivas de la dictadura. No se trata de “equiparar” culpas ni crímenes sino de asignar lo que se deba asignar a cado una de las muchas partes que tuvieron ingerencia en los sucesos. El problema es que se pretende ver teorías de los dos demonios en cualquier análisis que incluya a los grupos guerrilleros y la clase política de aquella época, y que se aparte de la condena monotemática a la represión como cierre del análisis. No es aceptable un mecanismo de interpretación tan tramposo que establezca que la única forma de ser justo en la condena a los militares es al mismo tiempo proclamar la santidad de todos los demás involucrados en aquella violencia. El demonio genocida fue demonio por lo que le hizo a los que formaban parte de grupos guerrilleros y a los que no, por lo que le inflingió a todo un pueblo, no por la supuesta heroica santidad de sus enemigos combatientes. El modelo kirchnerista dibuja el demonio por un lado para reservarse sólo para si mismo el papel de santo; cero autocrítica, cero responsabilidad.
Sobre ese tipo de planteos ingenuos, autistas y un poco fanáticos carentes de la mínima entidad historiográfica es imposible debatir nada. Es simple autodefensa obsesiva de quién pretende inmacularse a través de las culpas del enemigo. Las culpas de un bando no exculpan las culpas del otro, por más que las juzguemos mayores, menores o diferentes. El punto es que las responsabilidades de los actores del terrorismo de estado por sus atrocidades cometidas son imprescriptibles, inmodificables e irrelativizables independientemente de cómo juzguemos las acciones cometidas por los grupos guerrilleros o el accionar de aquella clase política. Supongamos a modo de ejemplo que juzguemos a algún grupo insurgente de aquellos como asesinos hijos de puta en vez de héroes revolucionarios; eso no disminuye la responsabilidad de un Massera por ejemplo como autor responsable de genocidio y terrorismo de estado como conceptos generales, incluyendo una macabra lista de aberraciones particulares como torturas y robo de niños con asesinato post parto de la madre. No es necesario convertir en inocentes idealistas a todos los demás para que los genocidas lleven para siempre el peso de su horrenda carga criminal. Esta idealización es una especie de soberbia narcisista de los que se han creído encarnación de la virtud y seres exentos de errores y responsabilidades por sus actos.
Sucede lo mismo en el derecho penal doméstico, por ejemplo, en un caso de violación seguida de muerte de una mujer indefensa: no importa si la víctima era puta o monja, santa o delincuente, la responsabilidad del violador y asesino no es atemperada ni se agrava por ninguna de estas razones. No hay igualación y no hay dos demonios.
La determinación del número de 30.000 para los desaparecidos fue puesta por alguien alguna vez, pero resulta que quiénes se animan sólo a plantearse dudas de ello como dato histórico y pretenden investigar el tema son objeto de desmedidas reacciones agresivas de parte de muchos sectores de la izquierda ¿Cual es el problema de confrontar las diferentes investigaciones sobre la determinación del número? Creo que la búsqueda de la verdad histórica es un deber superior a cualquier otro en esta materia. Los datos objetivos prueban suficientemente que hubo genocidio, masacre social y terrorismo de estado, ¿que sentido tiene entonces fanatizarse sobre una estimación de 30.000 como si fuera un fetiche? Se habla de que son “temas sensibles” y que hay que “tener cuidado”. Eso me parece una amenaza irracional de ninguna forma atendible, lo que si creo es que tal vez las reacciones desmedidas a la sola mención de querer investigar cifras proviene de grupos donde hay víctimas directas sobrevivientes de aquel flagelo o gente cercana afectivamente a las víctimas desaparecidas –obviamente familiares, amigos, compañeros de militancia-; esto hace entendible que estén muy sensibilizados en lo profundo y que sientan que toda mención del tema es un intento de minimizar o relativizar las cosas. La sensibilización de los sectores ligados directamente a las víctimas de violencias sociales graves es un fenómeno generalizado en la historia del mundo; sucede todo el tiempo respecto del holocausto judío por ejemplo y de todo tipo guerras, la sola mención de ciertas palabras o conceptos a gente ligada a las víctimas suele suscitar reacciones desmedidas hasta con cierto grado de paranoia que impide el equilibrio necesario en los juicios. Esto que es entendible, pero también es algo que debiera superarse urgentemente, y son los dirigentes e intelectuales no ligados a las víctimas quienes tienen una responsabilidad diferente y debieran obrar con serenidad a la hora de aportar sus análisis. A la verdad se llega con la pasión por no desfallecer en toda investigación de los hechos por más difícil que parezca, eso es lo que ha permitido avanzar bastante en el tema de las apropiaciones de hijos y nietos por ejemplo.
Sarlo pretende diferenciarse del gobierno pero es demasiado indulgente y por lo tanto acompaña a su corrección política miope en materia de entregar la soberanía del estado sobre el espacio público legítimamente ganada por el voto popular al primero que se le ocurra ocuparlo. Con un claro temor de manchar la más pura de las correcciones políticas en la que presume militar, relaciona su tolerancia a la ocupación del espacio de parte de desocupados con una supuesta simetría que obligaría a aceptarlo de parte de cualquier sector y por cualquier fin; aún si fueran operaciones que atentaran contra el orden democrático; caso de este paro cuyo origen no creo que sea golpista pero puede llegar a serlo en los hechos.
Me parece que lo primordial en este caso es diferenciar dos conceptos que no pueden ser igualados jamás: una cosa es una ocupación de un espacio público transitorio (que puede implicar un corte del tránsito vehicular también transitorio) para hacer oír una protesta sectorial y otra muy diferente es realizar un acto de bloqueo coordinado, específico y planificado de materias esenciales cuyos resultados se saben de antemano producirán graves daños sociales y que por ello actúan con sentido extorsivo. Negar el conocimiento de las consecuencias de esos actos de bloqueo múltiple, deliberado y calificado contra el estado de derecho es una ingenuidad inaceptable como esgrimir que se tiró nafta sobre unos metales calientes pero sin la intención de encender el fuego. El dolo social e institucional eventual de tal medida de alzamiento y bloqueo está claramente demostrado.
Decir que el espacio no es una abstracción y que los derechos pueden colisionar es habilitar el golpismo corporativo. Los más poderosos podrían ejercer actos de sedición contra el estado de derecho como todo el tipo de bloqueos que se les ocurra. Hoy es el turno del bloqueo de la llegada de alimentos a los centros urbanos, mañana puede ser el bloqueo de ingresos o egresos a puertos de mercancías vitales, y toda la gama que de coacciones que les ocurra a cualquier sector corporativo poseedor de elementos esenciales con los que intimidar a la sociedad. Por ejemplo, ¿que sucedería ante un bloqueo del suministro de combustibles realizado por la conjunción de las grandes petroleras con las cámaras de estaciones de servicio? ¿Nos pondríamos a discutir si el conflicto le pertenece a las pequeñas estaciones o los grandes petroleros mientras la falta de combustible desestabiliza el orden institucional?
El bloqueo de suministros esenciales por tiempo indeterminado sin considerar la posibilidad de diálogo no es una mera ocupación del espacio público, sino un acto de coacción y agresión al orden social y al estado de derecho. Tolerar, justificar y avalar los bloqueos es esencialmente habilitarle una nueva vía al golpismo. Decretar la imposibilidad del estado de reprimir cualquier bloqueo que atente contra la estabilidad de las instituciones es una trampa estúpida, casi una tentación al suicidio de las instituciones democráticas, es rifar el poder legítimo emanado del voto popular al mejor postor.
Suponer que porque en algún momento no se reprimió una protesta gremial que cortó una ruta durante un pequeño lapso se debe permanecer inmóvil ante cualquier tipo de extorsión corporativa escenificada en el espacio público es un error cuyas consecuencias son de imprevisible gravedad.
Luego agrega: “hay que rechazar la idea de que si el que se moviliza no es un pobre o una víctima del terrorismo de Estado, su activismo carece de legitimidad”. Pero obviamente que si, pero lo que se trata es de diferenciar cuando el activismo se convierte en golpismo, es imposible esa igualación ingenua e idealista de cualquier acto alzado por la semejanzas de su escenificación geográfica.