El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

abril 29, 2009

El más cobarde ocaso




La completa asunción
del más cobarde ocaso
puede revelar la gracia
de un herocio amanecer

abril 28, 2009

Apaches en la Feria



Omar Genovese y Humberto Acciarresi por Nación Apache estuvieron hoy en la Feria del Libro en la mesa titulada: “Blogs, literatura y cultura”, con la moderación de Laura Cambra.

Aquí pueden ver un video de uno de los tramos más interesantes del evento desarrollado a través de los comentarios de Omar y Humberto, y también acceder a otros segmentos de lo charlado.


abril 26, 2009

El crimen de la difusión


Me gustaría escribir un extenso post de investigación y opinión sobre este tema pero por diversas circunstancias que me lo impiden ahora, me limitaré a un breve compendio de referencias.

Se trata del gran tópico de los derechos de propiedad intelectual en relación a la circulación y difusión de material vía internet que se he recalentado últimamente en el mundo. A las leyes impulsadas en Francia por Sarcozy que finalmente no fueron aprobadas por Asamblea de ese país, se sumó la condena en primera instancia en Suecia a los impulsores del sitio Pirate Bay. Pero aquí en Argentina es donde ocurrió un caso que me produce un hondo escalofrío: Horacio Potel, un profesor de filosofía de la Universidad de Lanús, está siendo sometido a proceso judicial por supuesta violación a la ley 11.723 debido a la difusión web de textos en castellano de Nietszche, Heiddegger y Derrida.

El propio Potel explica en su página de Facebook los pormenores de la situación que ha despertado un interesante número de reacciones en diversos blogs y publicaciones independientes defensoras de la libre circulación cultural. Como curiosidad se puede ver como en julio de 2007 la tarea de Potel recibía la fervorosa aprobación de un curioso intelectual, columnista del programa de Mariano Grondona y defensor del mercado neoliberal.


El debate está abierto y la creciente virulencia de la reacción de las compañías grabadoras y editoriales hacen presagiar una crisis definitiva de la cual emerjan cambios en las legislaciones, nuevas propuestas y por qué no, consultas populares. La tarea de difusión que genera la circulación web gratuita de los materiales sigue siendo ignorada ciegamente por las compañías editoras de discos y libros, con un beneficio económico considerable que obtienen gracias al trabajo de terceros. Bastaría sólo cuantificar esa difusión gratuita y ponerle una cifra en relación a lo que cuesta publicitar en los medios masivos de comunicación un disco o un libro, un grupo musical o un autor. A las editoriales que demandan por el uso de los libros de Derrida no les alcanzaría vender todas las ediciones juntas para pagar los minutos televisivos o los centímetros de publicidad en diarios de alta llegada necesarios para equiparar dicho efecto. El análisis de la cifras de perjuicio por "lucro cesante" que hacen las compañías son tramposas, en general la industria niega ese efecto publicitario que les hace vender más y no menos como sucedáneo de la circulación. La artimaña preferida es tomar el número de bajadas de cada material y suponer que cada una esas bajadas en una venta que no se consumó cuando esto es un absurdo; que haya 300.000 descargas de un disco o un texto no implicará jamás que se venderían 300.000 ejemplares de esos materiales si es que la descarga no estuviera disponible. En el caso de Potel es más extraño aún ya que se trata de textos filosóficos que no son de consumo masivo ni mucho menos, cuyos consultores como se explica son en su mayoría estudiantes, por lo cual el concepto de biblioteca electrónica que por ahí define el propio Potel es perfectamente aplicable. Siguiendo esta doctrina, las lecturas en bibliotecas, de hacerse masivas, serían pasibles de sanción penal.


En realidad se trata de un problema de poder y avaricia irracional más que una ecuación de negocios. Lo que se teme es perder el control político de la difusión del contenido.


abril 25, 2009

La feria encendida


Crónicas Inútiles, el blog de Paula Pampín sobre la Feria del Libro de Buenos Aires se abre una vez al año un mes, todos los años, con destino directo al infinito. Para recordar esta nueva puesta en escena se me ocurrió reflotar mi colaboración del año pasado allí que se llamó "El mega recital de las minorías" donde reflexionaba sobre el sugestivo fenómeno por el cual un artículo discreto como el libro pasa todos los años a ser una efímera estrella de masas.


Ante la imposibilidad de asistir este año, inédita pero real, reflexiono desde la añoranza. Sin caer en redundancias condenatorias me reclino a mirar la Feria como lo que es, ante todo un espectáculo y nunca un evento cultural.


La ficción de la popularidad

Siempre existió una oposición básica instalada en los meandros conceptuales del debate cultural: la lábil cultura de masas –hija de la industria cultural- con su avasalladora penetración, frente a la cultura estudiosa de elites, reservada no por vocación sino por la exigencia de sus contenidos. La actividad de la lectura toda –y la industria editorial por lógica añadidura- fue experimentando en los últimos años el ingreso a una plataforma melancólica en vistas de su progresiva decadencia, que se siente hoy día casi como el conato de una cuenta de regresiva a la extinción. Esa mística depresiva está apuntalada por la realidad palpable de los números y las sensaciones de la experiencia; leer se vuelve cada vez más una costumbre pasada de moda, imputable ya como hábito de una minoría decreciente, que sobrevive con cierta y milagrosa efervescencia a pesar de todo por la obstinación de su culto, pero que irremediablemente está destinada a días de ostracismo periférico, a años luz de las grandes tendencias del consumo de masas que pasan por el crecimiento exponencial de las comunicaciones virtuales y otras yerbas semejantes.

Por ello, lo que más me impacta de la Feria es esa capacidad revolucionaria de trastocar casi instantáneamente el orden de los ánimos y las perspectivas en torno a una actividad que es capaz de construir un viaje supersónico desde las catacumbas ignoradas al más luminoso de los estrellatos de masas. Se pasa de compartir el lamento de no conseguir público para llenar un pequeño pub al mega recital que llena 10 noches la cancha de River. La Feria del Libro es el espacio que se reservan los practicantes del culto a la lectura para darse el milagro imaginario –y como tal falso e impostado- de la gran fiesta popular. Por unos días se vive en la ficción de que todos leen, se construye una escenografía de hiper-popularidad donde escritores y lectores se convencen de ser partícipes de una centralidad que saben perdida.

Obviamente ese pasaje vertiginoso de escalas tiene su costo en tanto el libro debe vulnerar toda su identidad para adoptar un argumento de pura ficción y apropiación de atributos ajenos: necesita volverse espectáculo grandilocuente al menos unos días al año, y por ello crece hasta volverse ajeno a su propia realidad, incorpora la impronta de todos los objetos consumibles que lo rodean; la Feria del Libro es al mismo tiempo feria del Diseño, de la Moda, de la Decoración, del Encuentro, del Periodismo; todo lo que contribuya a lograr la ansiada excitación hipertextual. La función cada vez más gigantesca del circo Imaginario aparece como una compensación necesaria para mantener el circo pequeño de lo Real; presumo que la Feria será cada vez más grosera, faraónica y ampulosa en tanto la realidad del mercado editorial sea más famélica y decadente.

Todo es autógrafo

La Feria sigue siendo la gran facilitadora del contrato cholulo. El instinto del mercado con su sabiduría inigualable da cuenta de ese cholulismo del lector como la única realidad energética capaz de motorizar el consumo, y que necesita ser excitado en un acto de prestidigitación espectacular para que renueve su salud de explotación. Si la gente dejara de imaginar a algunos de los escritores como estrellas inalcanzables dejaría de comprar libros. Hoy día toda compra de un libro es en realidad un pedido encubierto de autógrafo al autor, un acto de reverencia estelar más que una procuración de cultura o el cumplimiento de un supuesto de formación. No importa si el autor es una figura tan popular como un futbolista o un personaje de culto subterráneo, la actitud que conduce a la compra es la misma; quedarse con un testimonio imperecedero de proximidad metafísica con lo venerado. Si dejaran de existir las vedettes televisivas nadie vendería una entrada en los teatros de revista de la calle Corrientes; si eventos como la Feria –junto a otros dispositivos habituales como la crítica y el periodismo cultural- no ayudaran a fabricar estrellas nadie compraría más un libro.

Un justo homenaje

Pero hay otra dimensión del mismo fenómeno que permanece en un plano de oscuridad: la bomba docente. El infernal movimiento de las gestoras y gestores que desde bibliotecas populares y escolares de todo el país concurren a la Feria para realizar esas grandes compras anuales que proyectan en meditados preparativos; desde la edición escolar de El Doctor Dr Jekyll y El Señor Hyde para distribuir entre los alumnos hasta el pesado tomo de aquella enciclopedia que parecía inalcanzable para la biblioteca de un pueblo. Verdaderos pilares ignorados del estrellato editorial, son su alimento más fiel y anónimo. Para esos batalladores la Feria funciona como encuentro religioso, una especie de congreso destinado a beberse una eucaristía multitudinaria renovadora del espíritu docente. Esta crónica de ausencia termina con un bien demagógico homenaje: tal vez debiera erigirse algún día un monumento al consumidor de Libros de Texto, monumento al soldado desconocido de la industrialización librera Argentina.




abril 19, 2009

La locura por la valoración


En el ambiente literario es donde veo la desesperación por la trascendencia expuesta del modo más torturado y grosero. En todos los campos que ponen en juego el botín supremo de la consagración pública existen egos elevados que desarrollan altas capacidades de engreimiento; es patrimonio conocido de los artistas en general pero también los hay en hombres de ciencias, profesionales, empresarios o políticos, deportistas, peluqueros, modelos, periodistas. Más no es eso lo que marca la distinción del escritor respecto de todos los otros, sino la forma atormentada y capciosa en la que éste vive el acceso a la valoración; a punto de resultarle un tormento asfixiante, un deseo que hierve en el agua culposa que lo condena a enmascararse, a la vez devastador y oculto. No hay peor cosa que tener que ocultar lo que no los deja dormir, pero si se tratara de ocultar simplemente sería muy fácil; el escritor debe ocultar y la vez no desfallecer en el intento de ostentar su fiebre por el reconocimiento. Construye una ficción de su propio hambre valorativo; la complejiza para hacerlo confuso y contradictorio, lo codifica en defensa propia.

Hay factores que influyen para tanta desprotección del orden del sentido. Uno es la falta de referentes racionales para la valoración, hecho presente en el arte en general pero que en la literatura ya cobra niveles de ausentismo atroz. Todo está envuelto en una absurda relatividad que puede hacer de cualquier cosa una basura o una genialidad. Hay una abolición de los argumentos intelectuales; no se construyen posturas críticas, no se fundan escuelas estéticas, bastan unos disociados juicios favorables o desfavorables que se complacen a si mismos. Y lo peor es que también han abolido al gusto como tabla de referencia; entre tanta basura, nadie apela al simple gusto o al disfrute sensual de la literatura como tabla de valor. Las variables de modificación afectiva-emotiva que provoca una obra ha sido descartadas de plano como suficiente referencia. En torno a la vivencia de la literatura cunde una oprobiosa desvalorización de las emociones provocadas por ella misma. Pero lo peor es que esa desautorización brutal de los sentimientos no es reemplazada por una exaltación de las variables estéticas teóricas, sino que se discrimina lo sensible a favor de intrincados onanismos de discurso dispuestos solo a justificar adhesiones o rechazos personales más o menos arbitrarios. La crítica literaria se convirtió en un perverso juego de poder. Se dirimen refriegas entre el poder de decidir, rechazar, ningunear o entronizar. Son escarceos de una lucha ácida entre carcomedores y carcomidos por el deseo de figuración, el odio resentido, el orgullo cálcico, la frustración sublimada y la ambición desolada.

Cuesta leer frases como: "tal libro me conmovió", o "me reí" o "lloré con tal párrafo", me provocó un nudo en el estómago" o "una sensación orgásmica en el hipotálamo." No, se juzga a la literatura desde una extraña plataforma “crítica” consistente en un galimatías oscuro y caprichoso, vacío de ideas, una apabullante hojarasca de intrigas y de ausencias conceptuales, plagada de amiguismos y enemiguismos.

Recuerdo a cierto editor y también escritor jóven comentar sobre el trabajo que hacía en su pequeña empresa editora “recibimos muchos originales, somos impiadosos en la selección crítica”. ¿Desde cuando poner un boliche editor otorga título habilitante de referente del Saber, deidad capaz de juzgarse “impiadosa” con el trabajo de los demás? Abunda como el dengue gente que se auto instituye constructora de bella prosa y establece buenos y malos, anchos de espada y cuatros de copa. Y encima cuando uno ávido de educarse se zambulle a la búsqueda de la exposición de ideas solo halla la exaltación de lo “bien escrito” como categoría metafísica universal capaz de validar la descripción de un pedo líquido hasta el ensayo que haga entendible la teoría cuántica.


Exclusa


La personalidad requerida es la del simple esquema molino, mínimo decodificador-triturador de sustancias que basta para graduarse amasador de módica fortuna en el certamen de la supervivencia. Siempre en busca de un recipiente donde verter el contenido acumulado de la herencia biológica, vagamente dual, asistemática, pendiente de hilos trenzados por una genealogía irrecuperable.

Salir al cruce de lo que aplasta vuelve maleable la roca cruel de la indiferencia organizada. Gritar y volverse sordo a los alaridos de rechazo porque el temblor de soledad asegura una mejor posición de partida. Acompañados de un mínimo de obediencias protectoras, dominando las coordenadas de una trayectoria que conduce al colmado de rabias inverosímiles con sensación de cumbre justiciera. Es el hondo descubrimiento del origen de toda la revelación positiva, el paraíso de un estado intelectual sin preguntas que arroja las imágenes diabólicas por la escalera y reagrupa los artilugios conceptuales del entorno en forma de un manojo accesible apto para encubrir todo caos.




abril 11, 2009

Arde la joven literatura



Uno lo empezaba a extrañar cuando cierta corrección anodina se adueñaba del éter literario. El positioning de las figuras se moldeaba lentamente sostenido por un equilibrado equipo de soportes figurativos; cócteles, notas en diarios, bendiciones académicas, contactos con los agentes más influyentes y hasta el colmo de los colmos: conseguir pasajes y viáticos del Gobierno de la Ciudad para irse a España a difundir la obra. ¿Quién dijo que al PRO no le importaba la cultura? Pero apareció un buen día un premio español de Andrés Neuman. y la palabra Schavelzon recuperó su merecido protagonismo, un Settimio Aloisio, Fernando Hidalgo y Gustavo Mascardi de la literatura.

La Joven Guardia, pseudo representación generacional auto instituida, al menos dio una respuesta a la pregunta ¿Cómo carajo vender un libro hoy? Para ello adoptaron la ropa adecuada: egresarse de letras y conseguirse un par de legitimaciones académicas, presumirse un poco de divos y excéntricos, ser peronistas posmodernos y progres de mercado, fotografiar en sintonía imaginaria con sus congéneres referentes de los medios high como Mariano Martinez , Facundo Arana y Luisana Lopilato. Dotarse de los datos básicos para construir una marca cuya duración tal vez sea menor que la de unas pre-pizzas fabricadas en el Gran Buenos Aires, pero marca al fin.

Aquí, vía El Fantasma y prestando atención a los comentarios, les presento el regreso del todopoderoso puterío literario. A veces, un circo necesario para que prenda por fin el debate.

Es un soplo la vida...


...para el Tribunal de Etica de la Unión Cívica Radical.

abril 05, 2009

Ayer Alfonsín





El filtro de la muerte

Es cierto que la reacción de los pueblos ante la muerte de las figuras públicas mejora cualquier currículum y siempre provoca un filtrado positivo que conduce al rescate de todo lo sano y el olvido de lo enfermo. Ese balance forzoso que provoca la muerte es un verdadero juicio sumario que hacen los sentimientos humanos, apresurados para resolverse en una conclusión final. Pero es necesario poseer una gran dosis de cualidades personales para ganarse ese beneficio purificador de la muerte; no cualquier hijo de puta se baña de decencia al morir.

Raúl Alfonsín tuvo a lo largo de su extensa carrera política errores, obcecaciones e impericias; pero el pasar de los años hace más eficientes los juicios al permitir la comparación y la perspectiva. A la luz de lo que vino después, su estatura de caballero, su honestidad y sus cualidades humanas, su pasión por las formas dialogadas y consensuadas de hacer política, fueron ubicándolo en el sitial en el que hoy se encuentra luego de partir de este mundo: “un padre de la democracia”. Tal vez porque con los gobernantes que siguieron se tuvo la sensación de menos y no más democracia. O tal vez porque Argentina es un país de despadrados y despatriados, de guachos funcionales que se señorean bajo la inmunda trivialidad de la ausencia de un Padre decente, al que desprecian en la voracidad caníbal de su cotidiana vida de rapiña pero al mismo tiempo necesitan venerar de tanto en tanto, en celebraciones aisladas, para mitigar un poco el dolor de la bastarda culpa que emana de su degradación existencial. Los pueblos expiarían así en este tipo de jornadas sus gruesos pecados de ingratitud e irracionalidad, sus orgías de mezquindad ética y la miseria emocional de sus interesadas lealtades.


El péndulo

Hubo un gran consenso en las reflexiones que provocó su muerte en destacarlo como un luchador de fuertes convicciones, defensor inclaudicable de los principios en los que creyó. Pero también fueron mayoritarias las miradas que señalaron que su principal virtud era la actitud abierta al diálogo y su pragmatismo negociador basado en el análisis de los escenarios reales ante los cuales debía tomar la decisión mejor, que a veces era la menos mala.

¿Como resolver esta aparente contradicción, que de tan aparente puede parecer irrefutable?

Sus principios eran inclaudicables pero lejos de cualquier absoluto de irreductibilidad; jamás el todo o nada o el matar o morir fue su lema, sino que su principal convicción era la vía del diálogo aún con el adversario, y que la vía democrática para arribar a los logros de los principios implicaba un avance lento y trabajoso donde importaba dar pasos de avance o pequeñas conquistas que fueran acercando al objetivo, más que exponerse a una derrota o a un mal peor blandiendo posturas tan irreductibles como carentes de realidad. Para Alfonsín lo posible era siempre un mandato que condicionaba lo deseable, lo deseable nunca debía forzar lo posible porque podía volverlo más lejano aún o imposible. El problema de Alfonsín es que la furia aceleradora que generaba con la firmeza de sus gestos de partida, hacía presagiar enormes avances producto de batallas épicas, pero el cuadro se completaban debidamente cuando sobrevenía al poco tiempo una fase de realismo negociador que enfriaba las enjundias encendidas convirtiendo la anunciada epopeya en una toma realista de dividendos producto de un puro pragmatismo negociador; lo que redundaba en un efecto de decepcionante retroceso.

Alfonsín creía en el inevitable avance “sucio” y trabajoso de la vía democrática de gestión del poder político. La figura que usó en una intervención pública de los últimos años fue que lejos de describir un ascenso a través de una pendiente lisa y llana, la democracia era un ascenso en una pendiente con forma de serrucho, lleno de avances y retrocesos. Quedará para otro momento el debate sobre si este tipo de pragmatismo gradualista que Don Raúl entendía como correlato natural del respeto al esquema democrático de resolución consensual del los problemas conduce realmente a alguna parte que vaya más allá del mero punto de partida. Pero bueno es reconocer que tras esa sensación decepcionante que deja la marcha pendular, el hecho de asegurarse avances más bien modestos pero sólidos, en un paso a paso sensato y realista, contribuye a crear las condiciones para futuros nuevos pasos de avances que permitan llegar a objetivos más contundentes. Por ejemplo, si hoy es posible que existan -y la sociedad los acepte- juicios a torturadores fue en parte porque en 1985 hubo un juicio a las juntas; ese precedente sembró conciencia y forjó valores al respecto.

En alguna parte habremos leído que para que los hechos históricos ocurran se deben dar las condiciones objetivas; pues el debido análisis contextual de esas condiciones salvan a Alfonsín de la condena por muchas de sus medidas que bajo una mirada absoluta parecieron claudicantes, timoratas o demasiado negociadoras. El meollo de su estilo de conducción fue la negociación precisamente, nada más y nada menos que la negociación política. Esto implica además del gradualismo señalado, un profundo realismo pragmatista. Los vampiros de la peleo izquierda argentina lo masacrarán siempre por lo que no hizo y no le reconocerán lo que si hizo, que se maximiza el ubicarlo en el contexto de relaciones de fuerza del momento histórico donde actuó. Llevar a juicio civil a las juntas a tan poco tiempo de los hechos fue una medida casi sin precedentes mundiales y me uno a los que la valoran. Y no relativizo esa valoración por lo que vino después; la obediencia debida y el punto final, que considero criticables en si, pero de ninguna manera al punto de anular el valor de lo actuado en el juicio con las condenas a los máximos responsables del horror.


El Pacto de la declinación

De sus acciones contradictorias, producto del mencionado estilo pendular de gestión, las más criticadas fueron las leyes que beneficiaban a asesinos y torturadores, y el Pacto de Olivos. En mi caso entiendo más las razones que pudo tener para las primeras -aunque me parezcan las de consecuencias más graves por principios- que las que tuvo para tomar la iniciativa del Pacto constituyendo el comienzo de su declinación; una actitud de evidente sesgo derrotista y conformista en un campo donde las condiciones daban para pelear en firme por ideales más ambiciosos que obtener módicas ventajas por ponerle una alfombra a la reelección de Menem. El argumento de Alfonsín en aquel momento fue que optaba por el mal menor ante un abismo, y que autorizaba la reelección a cambio de lograr supuestos avances cruciales que se darían en la nueva constitución, que luego se comprobó eran de entidad más retórica que real.

Primero sobrevaluó los peligros de la situación para poder luego sobrevaluar lo que obtuvo, que eran migajas. Agitó fantasmas sobre que si el peronismo reformaba la constitución con mayoría propia o posibilitaba la reelección mediante alguna chicana legal, sobrevendría el infierno antidemocrático. Y no era para nada así. La nueva constitución por consenso poco avance aportaba en lo esencial más que la sempiterna declamación de medidas que al final nunca se reglamentan o bien resultan de fácil manipulación o burla como la elección de los jueces de parte de supuestos Consejos de la Magistratura independientes del poder político de turno. Seguramente Alfonsín estaba convencido que Menem hubiera obtenido la posibilidad de ser reelecto de cualquier modo, y que electoralmente era imposible crear una alternativa opositora que lo derrotara, pero se equivocó al no considerar que valía la pena dar una batalla ideológica que podría no dar frutos en ese elección pero si en las siguientes. Aquel gesto asestó el primer golpe mortal al Partido Radical, desdibujándolo por completo de las peleas políticas mayores y enviándolo a competir en un papel de partenaire decoroso con la absurda candidatura de un endeble Massaccesi que terminó forzando la aparición de un engendro opositor al menemismo improvisado en el incipiente Frepaso con la figura de Bordón.

Creo que el caudillo de Chascomús no se tenía confianza para ir por más a ayudar a crear un frente opositor, tal vez sentía todavía fresco su desprestigio del post-89 y en un intento por volver al escenario optó por ocuparlo ampulosamente con una acción de muy baja enjundia.


30 de octubre de 1983



Para cerrar, vuelvo al juicio fulminante que los sentimientos realizan ante la muerte de alguien, ese balance en milésimas de segundo que condensa toneladas de recuerdos y datos vividos.

Es evidente que prevalecen aquellos valores personales que los pueblos aman porque escasean a su alrededor, y por eso son reconocidos. Alfonsín fue un hombre cabal y honesto que murió en la austeridad, ese dato se agiganta en la perspectiva de los ejemplos abrumadores de la corrupción dominante, y provoca el desprendimiento de llano afecto de la gente. Pero en la espectacular repercusión social de su muerte coadyuva otro factor que considero igual de decisivo: en lo político regaló la única noche mágica de nuestra historia que se guarda en la memoria colectiva de vastas mayorías de argentinos, aquella inolvidable jornada electoral del 30 de octubre de 1983, la única vez donde la lógica pareció suspenderse y los ideales de ensueño parecieron ganarle la batalla a la terca realidad. Alfonsín supo recrear en aquellos días una síntesis viva del concepto de democracia y llamó a ponerla en marcha, la puso en juego en la contienda encolumnando tras ella toda la energía social de libertad reprimida en años de obediencia al terror. Expuso frente a frente una representación de la luz contra la de la oscuridad, la basura degradada contra el alimento puro, logró una síntesis única en la cual ya peronismo y radicalismo dejaron de valer por si mismos, sino que adquirieron un status de representación. Ambos estaban desligados de su realidad física y transformados en símbolos, mutados en emblemas encarnados.

Como todo evento de trascendencia epocal tuvo y tendrá su coro de confundidos y detractores. Muchos que por imposibilidad reniegan de él tratando de enlodar su genuina y arrasadora voracidad social. Por allí andan los que en aras de purificarse en la corrección política se unen al resentimiento para decir que fue la noche donde la clase blanca argentina, unida como jamás se hubiera imaginado, por fin pudo salir a gritarle en la cara un triunfo legítimo a los negros villeros del peronismo que se disponían a ganar una vez más como si fuera un trámite. Algo de eso hubo seguramente ya que el episodio encerraba en su complejidad múltiples apropiaciones, pero el magnetismo alfonsinista había encantado gente de variada extracción y los cruces sociales conmovidos por su mensaje hacían trizas esas distinciones simplificadoras de color o clase. Más bien era una confluencia de valores que cruzaba los intereses y costumbres entre morochos y blancos de clase media y baja que confluían en gestos de renacimiento libertario.


Nunca el oscuro peronismo estuvo tan cerca de la derrota final como esa noche. Nunca la política estuvo tan cerca del milagro conmovedor. Quién pudiera volver a producir aquel delicado estado de gracia colectiva, bien pudiera allanar el camino a cualquier tipo de transformaciones profundas e inesperadas. Seguramente un hecho histórico singular del que todavía queda mucho por aprender.


Un equipo de ficción



Racing es un equipo "literario"

Corrijo, "cinematográfico" sería una más ajustada definición. Un equipo de ficción en definitiva. Sus actuaciones son siempre novelescas, llenas de personajes extremos, al borde del grotesco, siempre forzando en los guiones los clisés eternos de los géneros populares. O hay derrota devastadora, o hay triunfo con sabor a epopeya.

Con Racing cada partido es un culebrón.

Un derroche de estereotipos dramáticos donde los finales suelen ser idénticos a aquellos que vimos en miles de historias. Sus acciones parecen más la forzada imaginación del autor para darle aristas novelescas a los hechos que fruto de la realidad. Un arquero casi incapacitado para su profesión como Migliore, de pronto, a fuerza de un delirante voluntarismo logra una actuación salvadora. Un delantero como Lugüercio, incapacitado para la esencia de su profesión que es el gol, de repente realiza el sueño de marcar el tanto que permite ganar el clásico.

Coronan el casting perfecto un técnico de folletín como Caruso Lombardi, representante del chanta argentino como pocos, que a fuerza de labia y gente colgada del travesaño le gana la partida a un compadrito bocón como Pipo Gorosito, que la va de referente riverplatense cuando con la banda roja sólo fue un triste segundón al que dejaron ir sin pena ni gloria.

Sólo en la ficción uno puede comerse semejante puchero de gallina.


abril 04, 2009

Mudanza




Para elevar el valor de la escritura cotidiana lo mejor es irse a vivir a un lugar con una buena vista.