El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

octubre 26, 2007

El precio de la libertad

Para muchos detentadores de alguna posición de poder, la libertad generalizada es buena sólo mientras nadie se la tome en serio y la ejerza. En tanto no quiera hacer efectivo en los hechos los que en su presuntuosa retórica los instrumentos constitucionales republicanos le otorgan. Cuando finalmente esto último sucede comienza las estrategias nerviosas de manipulación, los intentos -entre groseros y delirantes- de volver las cosas a su lugar que no es otro que el de la bruta oscuridad del silencio. Algo de eso sucede tal vez en la cabeza de algún legislador italiano respecto de los BLOGS.

octubre 25, 2007

Cuentapropismo comentero

De abajo, como debe ser cuando es de a pie, de comentero o comentador a cuentapropista ilustrado; pasen sin llamar por la nueva casa del a-nonimo.

octubre 19, 2007

Letras de barro


Siempre que llueve, el olor alimenta la tumba del espejo exterior y la deja enflorecida. Pero la tinta horizontal se desliza amable en todas las direcciones, sometida a su debilidad de cumbre perecedera, refugio superpoblado de clientes.

Su infausta facilidad material la ensombrece sin remedio. Carga la leporina sonrisa del verdugo.

La belleza es el apetito descongelado, el ácido que fagocita superficies y se vuelve tolerable con la anestesia umbilical del alumbramiento.

octubre 12, 2007

Observaciones distraídas V

Los escritores ante la marginalidad - Las mutaciones de la conciencia social


Exterior-día:
Un semáforo de una avenida del centro de Buenos Aires.
Un niño harapiento que mendiga.


En los setenta eras un escritor comprometido con la realidad social y el momento histórico. Entonces detenías el auto, te acercabas, le acariciabas la cabeza y le dabas plata suficiente para que se comprara un sánguche al mismo tiempo que le contabas mirándolo a los ojos que estabas luchando para transformar la sociedad en la que estaban viviendo..

En los noventa, mientras te adaptabas al pensamiento único, eras un escritor que trataba por todos los medios de estar actualizado con las nuevas tendencias del lenguaje. Entonces ibas tan preocupado por dilucidar cual era la diferencia entre el primer y el último Foucault que simplemente trababas las puertas y esperabas el verde con ansiedad e indiferencia.

En los dos mil ya no hay problema, por fin la corrección política y el mercado se llevan de la mano; entonces parás, le sonreís apenas, le das una moneda de cincuenta centavos y seguís hasta llegar muy reconfortado a tu casa para seguir escribiendo esa novela en la que es él precisamente el protagonista.

octubre 09, 2007

¿Ser conservador se habrá vuelto progresista?

Tiempo atrás, un excelente artículo de Leonardo Sai en Nación Apache sobre el fútbol incluía a modo de referente reflexivo unas citas de Tom Wolfe cuya lectura atenta ha renovado mi inquietud sobre un tema que considero uno de los más cruciales de este comienzo de siglo XXI y que tiene que ver con la evolución de las actitudes filosóficas, ideológicas y políticas frente al cambio, y como las fuerzas de un orden conservador que operan en todas las direcciones y sentidos de la realidad parecieran haber penetrado los discursos de tal modo de hacer aparecer cualquier voluntad profunda de transformación social como una pretensión reñida con los correctos ideales de la libertad democrática.

En primera instancia, pareciera que Tom Wolfe no representa nada más que una nueva voz del postmodernismo; ese pensamiento débil y claudicante que no fue nada otra cosa que el más fantástico invento conservador del poder capitalista para neutralizar definitivamente al modernismo y alejar todo peligro de acciones transformadoras, de poner al poder a buen resguardo de tales amenazas. Me parece una proposición falsa y tramposa la de asociar las peores atrocidades políticas del siglo XX con el deseo de cambiar el mundo, ya que el correlato de la intencionalidad aleccionadora de tal afirmación es alevoso: “por consiguiente no desees cambiar nada, sométete a todo lo que caiga sobre ti y vuélvete conservador”. ¡Lo único que falta es que culpen a los hippies de las deudas impagables del tercer mundo!

Asociar al deseo de cambio radical con la emergencia de las peores dictaduras es una operación de sentido espuria, que sobrevuela la verdad en algunos de sus flancos instrumentales pero no nos dice toda la verdad. En las dictaduras mesiánicas la idea primordial era la de alcanzar el control absoluto de la realidad, el dominio absoluto de personas y cosas, y puede que haya estado presente la idea de hacer tabula rasa como un modo de alcanzar una expresión de ese dominio de máxima perfección y pureza, pero se trata de una idea con una connotación evidentemente instrumental a esos fines por lo que debiera omitirse ligarla irremediablemente a ellos, desconociendo que existen otros idearios opuestos para los cuales el establecimiento de unos cambios tan radicales -que impliquen de hecho un nuevo comienzo- constituye un instrumento viable.

Las peores dictaduras tuvieron como fines la expansión más perfecta de esos ideales de poder y de dominación territorial infinitas, ideales consecuentes de una forma de entender el mundo, que es precisamente contra lo que muchos otros ideales de cambios han luchado. El truco de esta asociación falsa entre voluntad de cambio y de dominio es pretender establecer que el único modo de plasmar transformaciones sociales profundas sería mediante dictaduras o aplicando instrumentos de tormento políticos, y que si queremos evitar esos flagelos no nos queda otro remedio que someternos a lo que hay. Siguiendo esta línea tan mercantilmente manipuladora de razonamiento, la idea de terminar con el hambre en África por ejemplo o de salvar al ambiente terrícola del aniquilamiento –por citar dos ejemplos elementales- serían propuestas desechables por fascistas y mesiánicas, unos desubicados intentos contra natura que no nos pueden proporcionar otra cosa que unas trágicas consecuencias.

Es cierto que muchas veces los mejores intencionados delirios de cambios absolutos y radicales son enemigos de los logros más modestos y concretos; que los sueños de los grandes palacios de bienestar truncan a veces la solidez incipiente y necesaria de una cobertura vital de ladrillos bien amalgamados, pero de ahí a comprar la marketinera lección que quieren vender los conservadores hay demasiada distancia. También comparto algunas de las críticas a las propuestas del modernismo progresista, sus excesos estéticos que desconocieron las posibilidades reales de una sociedad de absorber transformaciones y confiaron demasiado en un determinismo concentrado, pero el postmodernismo fue más allá de la crítica y concretó en términos de discurso la destrucción de aquellos tesoros que la modernidad poseía: su esencia inconformista y transformadora, su capacidad para ser desafiante a toda fuerza establecida mediante la activación constante de la generación de utopías deseables.

Para el orden conservador, en su era actual caracterizada por la mayor sofisticación táctica jamás conocida, lo conveniente es desalentar desde el discurso toda necesidad y deseo de nuevos comienzos que pudieran poner en peligro su situación de apogeo en el máximo beneficio. Creo que es esto es algo obvio de toda obviedad y por ello nos tratarán de convencer de cualquier modo que pretender cambiar las cosas desde la raíz trae aparejada la peor de las calamidades autoritarias. A esta altura me parece que el mayor éxito conservador del siglo pasado ha sido ése, la tremebunda ironía final de lograr convencer a sus enemigos de que ser conservador es progresista y que todas esas ideas raras de cambio -como imaginar un límite a la acumulación de capitales o pretender redistribuir las riquezas- son fascistas.

Ah, incluso no falta mucho para que se declare que la alfabetización es un acto de fascismo cultural.

octubre 05, 2007

Observaciones distraídas IV

Sobre la falta de estrellas del pensamiento



Faltan estrellas, ídolos y referentes escasos e incuestionables. La extrema diversificación y la enorme explosión de la disponibilidad de materiales que se neutralizan entre sí, hace cada vez más difícil la construcción de grandes ídolos del pensamiento; no se alcanzan a crear consensos suficientes, y los centros de dictado del Saber se hallan muy cuestionados y debilitados para ser ya eficaces. Que no haya grandes ídolos es algo que en general me parece sano pero la contrapartida sombría es que se hace difícil la generación de focos hegemónicos que polaricen el interés y produzcan la necesaria concentración de energías para que exista una instancia de influencia trascendente en la realidad de un pensamiento.

Pero veámoslo desde otro lado menos político; el de los gustos: hoy la facilidad de acceso a información provoca un aumento de la multiplicidad de las preferencias, no hay sólo unos pocos ídolos unánimes como en otras épocas que polarizaban las inclinaciones sino una creciente segmentación. Al pensamiento le faltan estrellas capaces de satisfacer gustos mayoritarios, y me refiero a mayoritarios dentro de cierto restringido campo social capaz de acceder a un nivel de consumo cultural, muy lejos obviamente de los términos de masas.

Desde la posguerra Francia siempre fue un buen constructor de estrellas intelectuales; solían decir los franceses que “no tenemos petróleo pero tenemos ideas”. Tal vez tampoco tuvieron tantas ideas pero supieron fabricar los personajes para encarnarlas: pensadores educados para serlo, auténticos seductores que lejos de renegamientos anacoretas concebían como seducir a lectores y magnetizarlos, y ocupar en espacio dentro de la opinión pública. Como decía Jean Marie Domenach Francia hasta logró el milagro de venderle la filosofía a la televisión.

octubre 01, 2007

El lado ovalado del fervor


El rugby es el deporte que despierta en mi los sentimientos más agudamente contradictorios; hace casi dos años me referí a esta cuestión. Aunque en realidad todos los deportes profesionales me provocan al mismo tiempo ese dualismo ondulatorio entre el entusiasmo y el fastidio desmedidos. En este mundial de rugby 2007 como espectador deportivo he disfrutado intensamente la actuación de Los Pumas en la primera fase. Lo primero que hay que reconocer es el evidente progreso en el nivel de juego de nuestra selección que viene de la mano de la profesionalización de la mayoría de sus figuras que en los últimos años han dejado ya la competencia local para incorporarse a clubes de las ligas rentadas más importantes de Europa. Un proceso semejante al que sucedió con el básquet; su salto de calidad tuvo sus cimientos en una mejora de las competencias locales a través de una competitiva Liga Nacional, pero no se coronó hasta tanto los jugadores más destacados emigraron a las más importantes ligas europeas primero y a la NBA posteriormente.

Otra consecuencia de la hasta ahora brillante actuación argentina es preguntarse si habrá cambiado algo en la política de los organismos que sostienen este deporte. Todavía me parece prematuro sacar conclusiones; al menos en los dos choques más importantes de esta ronda – sendos triunfos ante Francia e Irlanda- la superioridad de los Pumas en el juego ha relativizado el poder de perjudicarlos de los árbitros aunque en el armado de sorteos y programación aún se trata darle alguna ventaja a las “potencias”. Lo que es insostenible –y espero que esta realidad deportiva lo haga ser aún más- es el ninguneo al que someten a la selección argentina al privarla de participar en los más importantes torneos anuales entre selecciones; en Europa el "Torneo De Las 6 Naciones" donde compiten todos los países británicos más Francia e Italia, y en el hemisferio sur el "Torneo de las 3 Naciones" que reúne a Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia. Los Pumas tienen el antecedente de un comportamiento muy cuestionable en relación a los sudafricanos: cuando en épocas del apartheid éstos eran boicoteados de las competencias internacionales por las principales potencias que ni siquiera le jugaban amistosos, Los Pumas “carnerearon” varias veces el boicot usando nombres encubiertos para concurrir y disputar varios partidos. Ni aún este "favor" de oscurísima moralidad es tenido en cuenta por la dirigencia del rugby del país del oro que es una de las más enfáticas negadoras de la inclusión de Los Pumas en el torneo.



Decididamente no estoy de acuerdo con la inflación del nacionalismo que se mezcla con los términos lúdicos en los torneos de cualquier especialidad deportiva de masas, pero por ejemplo frente a la repugnante indolencia de una gran parte de nuestras “estrellas” del seleccionado de fútbol observar el modo tan ardiente que muestran Los Pumas de sentir el himno nacional me resulta instintivamente saludable. Otra impronta cautivante del seleccionado argentino y del rugby como deporte en general es el espíritu solidario de acción conjunta que prima en el juego y que pone siempre en primer lugar el interés colectivo por sobre el individual. Es cierto que si ahondamos detrás de estas señales no encontraremos otra cosa que la típica mística colectivista guerrera que es propia de las organizaciones militares cuando se aprestan al combate. Y detrás de conceptos como la caballerosidad, la hidalguía y el respeto al rival que lucen tan nobles, subyace una más bien repugnante tendencia fascistoidea que reivindica el uso de la fuerza incluyendo una apreciación profundamente despectiva de los auto nominados “fuertes” para con los considerados “débiles”.

Claro que si hago el esfuerzo de mantenerme dentro del estricto marco del aspecto deportivo - abstrayendo cualquier proyección hacia los trasfondos ideológicos como la citada en el párrafo anterior- esta unión férrea de voluntades que va tan de frente en un campo de juego regalando puro coraje resplandece frente a la opacidad del malsano egoísmo y el vedettismo hueco de sobresale en otras especialidades. Especialmente noto el contraste con mi amado y odiado fútbol que se va convirtiendo cada vez más en una caricatura de sí mismo; frenética falsificación de sentimientos donde lo abyecto y repulsivo ganan terreno día a día; desde el brutal amparo global de un negocio todopoderoso manejado con la ferocidad típica de los asuntos mafiosos hasta un ambiente “deportivo” que se vuelve irrespirable a causa de la intolerancia demencial ante la derrota y de un hiper-histérico existismo resultadista.

En definitiva, la única arma de seducción de cualquier deporte sigue siendo el talento y ver en acción un crack como Juan Martín Hernández entre tanta brutalidad muscular rompe todos los juicios y prejuicios; así que el domingo vayamos por Escocia.