El rugby es el deporte que despierta en mi los sentimientos más agudamente contradictorios; hace casi dos años me referí a esta cuestión. Aunque en realidad todos los deportes profesionales me provocan al mismo tiempo ese dualismo ondulatorio entre el entusiasmo y el fastidio desmedidos. En este mundial de rugby 2007 como espectador deportivo he disfrutado intensamente la actuación de Los Pumas en la primera fase. Lo primero que hay que reconocer es el evidente progreso en el nivel de juego de nuestra selección que viene de la mano de la profesionalización de la mayoría de sus figuras que en los últimos años han dejado ya la competencia local para incorporarse a clubes de las ligas rentadas más importantes de Europa. Un proceso semejante al que sucedió con el básquet; su salto de calidad tuvo sus cimientos en una mejora de las competencias locales a través de una competitiva Liga Nacional, pero no se coronó hasta tanto los jugadores más destacados emigraron a las más importantes ligas europeas primero y a la NBA posteriormente.
Otra consecuencia de la hasta ahora brillante actuación argentina es preguntarse si habrá cambiado algo en la política de los organismos que sostienen este deporte. Todavía me parece prematuro sacar conclusiones; al menos en los dos choques más importantes de esta ronda – sendos triunfos ante Francia e Irlanda- la superioridad de los Pumas en el juego ha relativizado el poder de perjudicarlos de los árbitros aunque en el armado de sorteos y programación aún se trata darle alguna ventaja a las “potencias”. Lo que es insostenible –y espero que esta realidad deportiva lo haga ser aún más- es el ninguneo al que someten a la selección argentina al privarla de participar en los más importantes torneos anuales entre selecciones; en Europa el "Torneo De Las 6 Naciones" donde compiten todos los países británicos más Francia e Italia, y en el hemisferio sur el "Torneo de las 3 Naciones" que reúne a Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia. Los Pumas tienen el antecedente de un comportamiento muy cuestionable en relación a los sudafricanos: cuando en épocas del apartheid éstos eran boicoteados de las competencias internacionales por las principales potencias que ni siquiera le jugaban amistosos, Los Pumas “carnerearon” varias veces el boicot usando nombres encubiertos para concurrir y disputar varios partidos. Ni aún este "favor" de oscurísima moralidad es tenido en cuenta por la dirigencia del rugby del país del oro que es una de las más enfáticas negadoras de la inclusión de Los Pumas en el torneo.
Otra consecuencia de la hasta ahora brillante actuación argentina es preguntarse si habrá cambiado algo en la política de los organismos que sostienen este deporte. Todavía me parece prematuro sacar conclusiones; al menos en los dos choques más importantes de esta ronda – sendos triunfos ante Francia e Irlanda- la superioridad de los Pumas en el juego ha relativizado el poder de perjudicarlos de los árbitros aunque en el armado de sorteos y programación aún se trata darle alguna ventaja a las “potencias”. Lo que es insostenible –y espero que esta realidad deportiva lo haga ser aún más- es el ninguneo al que someten a la selección argentina al privarla de participar en los más importantes torneos anuales entre selecciones; en Europa el "Torneo De Las 6 Naciones" donde compiten todos los países británicos más Francia e Italia, y en el hemisferio sur el "Torneo de las 3 Naciones" que reúne a Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia. Los Pumas tienen el antecedente de un comportamiento muy cuestionable en relación a los sudafricanos: cuando en épocas del apartheid éstos eran boicoteados de las competencias internacionales por las principales potencias que ni siquiera le jugaban amistosos, Los Pumas “carnerearon” varias veces el boicot usando nombres encubiertos para concurrir y disputar varios partidos. Ni aún este "favor" de oscurísima moralidad es tenido en cuenta por la dirigencia del rugby del país del oro que es una de las más enfáticas negadoras de la inclusión de Los Pumas en el torneo.
Decididamente no estoy de acuerdo con la inflación del nacionalismo que se mezcla con los términos lúdicos en los torneos de cualquier especialidad deportiva de masas, pero por ejemplo frente a la repugnante indolencia de una gran parte de nuestras “estrellas” del seleccionado de fútbol observar el modo tan ardiente que muestran Los Pumas de sentir el himno nacional me resulta instintivamente saludable. Otra impronta cautivante del seleccionado argentino y del rugby como deporte en general es el espíritu solidario de acción conjunta que prima en el juego y que pone siempre en primer lugar el interés colectivo por sobre el individual. Es cierto que si ahondamos detrás de estas señales no encontraremos otra cosa que la típica mística colectivista guerrera que es propia de las organizaciones militares cuando se aprestan al combate. Y detrás de conceptos como la caballerosidad, la hidalguía y el respeto al rival que lucen tan nobles, subyace una más bien repugnante tendencia fascistoidea que reivindica el uso de la fuerza incluyendo una apreciación profundamente despectiva de los auto nominados “fuertes” para con los considerados “débiles”.
Claro que si hago el esfuerzo de mantenerme dentro del estricto marco del aspecto deportivo - abstrayendo cualquier proyección hacia los trasfondos ideológicos como la citada en el párrafo anterior- esta unión férrea de voluntades que va tan de frente en un campo de juego regalando puro coraje resplandece frente a la opacidad del malsano egoísmo y el vedettismo hueco de sobresale en otras especialidades. Especialmente noto el contraste con mi amado y odiado fútbol que se va convirtiendo cada vez más en una caricatura de sí mismo; frenética falsificación de sentimientos donde lo abyecto y repulsivo ganan terreno día a día; desde el brutal amparo global de un negocio todopoderoso manejado con la ferocidad típica de los asuntos mafiosos hasta un ambiente “deportivo” que se vuelve irrespirable a causa de la intolerancia demencial ante la derrota y de un hiper-histérico existismo resultadista.
En definitiva, la única arma de seducción de cualquier deporte sigue siendo el talento y ver en acción un crack como Juan Martín Hernández entre tanta brutalidad muscular rompe todos los juicios y prejuicios; así que el domingo vayamos por Escocia.
Claro que si hago el esfuerzo de mantenerme dentro del estricto marco del aspecto deportivo - abstrayendo cualquier proyección hacia los trasfondos ideológicos como la citada en el párrafo anterior- esta unión férrea de voluntades que va tan de frente en un campo de juego regalando puro coraje resplandece frente a la opacidad del malsano egoísmo y el vedettismo hueco de sobresale en otras especialidades. Especialmente noto el contraste con mi amado y odiado fútbol que se va convirtiendo cada vez más en una caricatura de sí mismo; frenética falsificación de sentimientos donde lo abyecto y repulsivo ganan terreno día a día; desde el brutal amparo global de un negocio todopoderoso manejado con la ferocidad típica de los asuntos mafiosos hasta un ambiente “deportivo” que se vuelve irrespirable a causa de la intolerancia demencial ante la derrota y de un hiper-histérico existismo resultadista.
En definitiva, la única arma de seducción de cualquier deporte sigue siendo el talento y ver en acción un crack como Juan Martín Hernández entre tanta brutalidad muscular rompe todos los juicios y prejuicios; así que el domingo vayamos por Escocia.
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