El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

noviembre 29, 2006

El estrellato o la extinción

En ocasión de hallarme desconcentrado de toda otra materia de interés o dedicación, pensaba sobre el curioso destino que se ciñe sobre algunas profesiones, ocupaciones, metiers, mestieri; o como quieran llamarle a eso que se le cuelga a una persona para engrillar el pataleo de sus condiciones y destrozar la anchura de su integridad. Algunas parecen estar condenadas a una estrecha y extrema polaridad de existencia que las hace vivir al borde permanente del Todo o Nada, la Gloria o el Fracaso resonantes, el triunfo avasallante de la consagración social o la flagrante derrota de la más deshonrosa de las indiferencias del mundo. Me interesaría enfocar el caso particular del escritor, ahora no se si realmente alcanzaré a enfocarlo demasiado.


Un único destino posible: ser estrella

Recuerdo de mis épocas de adolescente de escuela secundaria cuando a menudo nos auscultaban los latidos de nuestras incipientes personalidades para que manifestáramos cuales eran nuestras “vocaciones”, tal el nombre de los rótulos típicos donde entubar el magma de deseos cruzados que caracteriza esa época de la vida. Las opiniones se dividían entre los que querían ser algo normal cuando fueran grandes –la mayoría- y los pocos que mostraban sorpresivos ímpetus de ser famosos o trascendentes y elegían profesiones compatibles con tales aspiraciones: astronauta, actor de cine y televisión, futbolista de la selección, corredor de fórmula uno. Lo extraño era que aquellas elecciones de la mayoría eran festejadas por los adultos como alentadores síntomas de sensata madurez mezclada con ubicación, y no exenta de un toque de conservadora modestia. Apuntaban hacia anónimas y cercanas ocupaciones, cuyos respectivos referentes podrían estar tan cerca como cualquier vecino de la ciudad, aunque no por ello carecieran de un buen grado de prestigio y respeto dentro de los círculos aldeanos. Aquellos vapuleados padres de clase media, tan conservadores y castrantes por un lado, poseían tal vez un reflejo condicionado de inusitada lucidez y leían correctamente la realidad: consideraban la vocación por la grandeza mediática de “alto riesgo” al punto de intuir que no existía la salvación intermedia; o se ganaba un lugar en el diminuto filtro de admisión de las estrellas o se era condenado a una vida de frustración deambulante entre patéticas medianías de consuelo; tal era el destino reservado para los sueños de la mayoría de los delirantes ambiciosos.

Quién es –por ejemplo- abogado, empleado bancario, médico, contador, ingeniero, carpintero, panadero, profesor, empresario, analista de sistemas, comerciante o sociólogo no tiene que ligar su éxito a la fama mediática, a ser conocido o reconocido en las cumbres sociales. Sólo en casos muy excepcionales esas profesiones trascienden por alguna circunstancia muy especial. Se puede ser apenas reconocido dentro de un determinado círculo local y aún así ser muy exitoso en cuanto a prestigio y también a recompensa enconómica. Para el que adopta la profesión de escritor, en cambio, el deber de estrellato es un fantasma que le va comiendo las entrañas a poco de andar garabateando papeles o llenando archivos de word. Nadie en su sano juicio imaginaría que sobrevivir en un circuito alternativo o ser un escritor vocacional que ofrece sus obras en mano en fotocopias puede ser un modelo deseado. La consagración, lejos de ser una hipótesis de destino soñado, se convierte en necesidad ocupacional.

Aunque mi fobia a las citas acuda una vez más a hacerme todo difícil, creo recordar que alguien dijo por ahí que escribir poesía a uno le resultaba fácil o imposible; yo creo que los dictados de esta sociedad maquia-bélica propician un escritor que sólo puede ser dos cosas: estrella o desocupado, toda vicisitud intermedia se convierte en un simple desatino.

noviembre 28, 2006

Los legitimadores culturales

Frente a la ascendente consagración de Cucurto, refutable seguramente para muchos por las más variadas razones literarias, pero irrefutable a la luz de las ideologías culturales imperantes que validan toda condición del acceso, se expone un interesante ejemplo del funcionamiento del aparato regresivo de la cultura.

Se podrá decir que los ascensos mediáticos sin sustentación artística carecen de un valor tan significativo como es el reconocimiento de los pares y de los referentes más prestigiosos en una determinada actividad. Hoy día quién es lanzado al estrellato por medio de alguna operación de mercado poco disimulada, en principio sufrirá la ausencia de ese tipo de reconocimiento calificado, pero no es algo que vaya a durar demasiado; siempre aparecerán “pares” autorizados dispuestos a justificar cualquier éxito con sesudos análisis, y el sujeto tarde o temprano será admitido, máxime si su conducta se mantiene dentro de una presentable corrección política. Es que muchos creen que justificar el éxito siempre ayuda a estar más cerca de él. Ahora puede que la primera haya sido Beatriz Sarlo, apostemos a quién será el próximo en legitimar con honores artísticos a Cucurto, la función recién empieza.

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Ponerle un nombre a los que hacen este trabajo es todo un problema. Otras opciones son: “autorizadores intelectuales”, “validadores o autenticadores de títulos y productos”, como esos títulos de Perito Mercantil dados por la “Academia Rosita” del barrio que consiguen el sello de “Reconocidos por el Ministerio de Educación” o las lociones para el pelo hechas con agua destilada y colorante barato que consiguen el sello de “Especialidad Medicinal Autorizada por Salud Pública”

noviembre 23, 2006

Los mensajes del horror

Hace poco Ernesto Mallo en Nación Apache citaba a Joseph Conrad, quién en su novela "El corazón de las tinieblas", a través del personaje del Coronel Kurtz, afirmaba que el poder dependía del horror que uno fuera capaz de inspirar. Como la idea me parece ajustada, en primera instancia la traslado de escala y me pregunto: poniendo aparte los horrores en los cuales podemos reconocer a un responsable humano, intencionado y concreto ¿que hay de ese horror asignado en la forma de los accidentes por ejemplo? ¿Es sólo un mensaje más de nuestra vulnerabilidad como mera especie zoológica del planeta o serán mensajes de reafirmación del poder de alguna fuerza creadora o rectora universal inmanente?

Puede objetarse que la mención especial de los accidentes como ejemplo de suceso determinado por un poder dominante no es del todo coherente ya que si hablamos de poderes universales -teológicos o no teológicos- se supone que todos los horrores, aún los producidos por conductas humanas intencionadas como el de las guerras, debieran estar bajo su dominio. Pero al nivel del microcosmos referencial de la vida cotidiana los eventos azarosos tales como los accidentes domésticos o las tragedias naturales son los que principalmente producen esa anonadante sensación de absurdo en tanto que aparecen ligados a una determinación desconocida. A la sensación de indefensión posterior común a todo suceso determinado por fuera del alcance de la propia capacidad individual de protección, se agrega la imposibilidad de contestación ante la carencia de un destinatario preciso a quién responsabilizar por la arbitrariedad. Así fue, por ejemplo, que Jean Paul Sartre, al enterarse de la muerte de Albert Camus en un accidente de auto en una carretera francesa, la llamó “una muerte absurda”. Las muertes debidas a alguna causa ostensible, al menos políticamente evidentes, no es que dejen de ser absurdas, sino que ajustan en la asignación de razones lógicas que fácilmente administramos; responden a nociones derivadas de pasiones humanas reconocibles aunque detestables como la ambición infinita de poder o la sed asesina por la supresión del otro, lo que las hace explicables. Es que todo lo encaja en los moldes de los pensamientos y creencias establecidos tranquiliza, aunque sea la peor de las tragedias, en tanto se puede canalizar en alguna dirección la ira, el miedo, la aceptación o la rebeldía. En cambio el accidente nos desconcierta como una contingencia meramente lúdica de una física social carente de alineamiento conceptual alguno.

Ahora bien, el accidente con consecuencias injustas y absurdas, ¿es prueba de la falta de un poder racional, o la afirmación de un poder que envía mensajes de horror precisamente par dar cuenta de si mismo?

Desde una mirada teísta, tal vez pueda verse como una forma de expresión de un mensaje de afirmación y vigencia dirigido a aquellos que adhieren a posturas agnósticas y se regodean en la posibilidad de sus libertades y potencias; y que se manifiesta en escenas donde el reparto del horror es tan cruel que hasta parece sádico, como cuando vemos en una ruta niños destrozados en un ómnibus estrellado contra un camión. Porque si, porque les tocó. Tal vez los poderes universales existan, pero no sean absolutos aunque presuman de ello. Y sus actos no sean más que un grito despechado de afirmación frente a la impotencia. Imposibilitados de asignar alguna justicia como la de castigar a los malos y premiar a los buenos, ya que no pueden ir en contra de las evidencias, optan por hacerse presente de ese modo.

Desde una mirada naturalista y racional, tal vez estos sucesos sean nada más que pruebas de la que la calidad superior de la especie humana respecto de todas las demás especies animales, se basa sólo en el poder de una estructura de ficción construida a partir de su capacidad de producción, más no en el dominio de razón alguna sobre los instintos puros de la naturaleza. ¿No produce horror ver una gacelita destrozada por un león? Nos produce horror a nosotros, pero la gacela madre sólo reacciona con su instinto de preservación ante lo inevitable. El horror no es compatible con el instinto, su esencia es completamente ajena a él, el horror como sentimiento es un producto típico de la cultura humana porque necesita de una ilusión previa de armonía. El horror es ante todo un brutal desengaño, que se produce cuando el ser humano confía en que el mundo puede estar hecho a imagen y semejanza de sus mejores ficciones de felicidad. En definitiva, el sufrimiento del horror alcanza su punto máximo cuando da cuenta en un instante de que tras el quiebre de esa fachada civilizada que decora la superficie de su entorno, emerge su monstruosa condición de animalito humano.

El hombre sería así un animal cualquiera con condiciones excepcionales de productor que por ello pudo imaginar que podía ser algo mejor. Y la cultura sería nada más que la escenificación del sueño que tuvo el animal humano; precisamente ese en el que soñó que dejaba de ser animal.

noviembre 21, 2006

Postales oblicuas (III)

La escala Scoville


Voy a narrar un experiencia trivial, porque de ellas está relleno el pastel de la vida.

¿Saben lo que es la escala Scoville? Es un patrón que mide el grado de “picantez” de los chiles o ajíes ( peppers). Sabido es la notable presencia de la cultura mexicana en el sur de California. No menos podría esperarse si contamos con los antecedentes históricos y las más recientes oleadas inmigratorias. Lo que me interesa contar en este caso tiene que ver como la penetración de hábitos alimentarios. Sentí una sensación rara un día que entré a un Taco Bell y comprobé que no vendían hamburguesas por ejemplo, sólo las especialidades de tacos, quesadillas y burritos. Y mayor sorpresa fue ver como rojizos yanquis ciento por ciento WASP entraban a consumirlos. Pero nunca imaginé que el jalapeño, por ejemplo, formaría parte del ser nacional americano como para morderlo por sorpresa dentro de una hamburguesa en un bar cualquiera del Las Vegas Boulevard. Demasiado hot para mi, me dejó la lengua y el paladar como anestesiados, y su calor luegó se instaló en mi estómago para seguir su curso fisiológico y dar cuenta de su poder aún después de su despedida.

Casi estoy tentado a una definición: un californiano es un mexicano que habla en inglés. Mientras, mi fantasía de argentino imagina a los americanos algún día comiéndose unas buenas empanadas y succionando una bombilla de mate amargo.

noviembre 16, 2006

¿Bajo el amparo de la exclusión?

Este post reconoce como fuente de inspiración un segmento que he extractado de un comentario que dejara en Nación Apache Daniel Freidemberg, en diálogo con Omar Genovese:

“…¿no hay tanta tribalidad y tanto solipsismo canallesco afuera de los que viven con el corazoncito pegado a la producción para la industria de la mercadería llamada “libro”? Ese amparo que da estar al “margen”, ¿no es enfermizo, de puro protector y tranquilizador, al menos tal como se lo está tomando en general? ¿O entendí mal lo que decís? ¿Y qué es “estar en las antípodas”? No creo en la virtud del excluido, o que estar excluido sea un indicio de virtud. Quiero decir: cuidado con extasiarse más de la cuenta con el personaje que a uno le tocó jugar o con el lugar que ocupa….”

Lo que sigue no busca refutar las afirmaciones de Freidemberg, sino tomarlas casi fuera de contexto para desenrollar algunas consideraciones sobre el tema.

Es habitual oír esta queja, que en algunos casos se convierte en acusación directa, de parte de los que están o se sienten incluidos en algo. No importa demasiado incluidos en qué, tampoco las valoraciones merecidas por esos sustratos, hay gente que se siente adentro de algo y con eso le basta. Algo así como es fácil criticar desde afuera, si no se tiene nada que perder adentro, sino se participa de las brutales guerras de despellejamiento mutuo para ganar un centímetro de espacio en la industria, se supone que es fácil criticar usando posturas principistas.

Esto tiene una lectura aprobatoria y otra discrepante para mí.

Por un lado es cierto que hay gente que se excede, son los que desde una esfera ideal y teórica juzgan las conductas de los se enfrentan a la realidad con un grado de idealismo desmedido y desubicado. Creo que un buen ejemplo sería el de aquel observador de un match de boxeo entre un humilde retador y un Tyson en su mejor época, que desde fuera del ring vocifera sermones morales y técnicos acerca de cómo debiera actuar un desafiante para ser merecedor de su aprobación. Una cosa es criticar a quién salió a esconderse o a fingir una caída para cobrar la bolsa y evitar todo riesgo, pero otra diferente es exigir que el tipo se pare con la guardia baja y lo tumbe a Tyson sin siquiera recibir algún rasguño. En ese caso resulta saludable que el retador invite al crítico a ponerse enfrente de Tyson a ver si bajo esas condiciones ratifica o rectifica sus opiniones y juicios.

Por otro lado, mi rechazo se intensifica en tanto este tipo de afirmaciones se parece demasiado al discurso de los dirigentes corruptos que nos dejan mensajes del tipo: “ustedes hablan de honestidad porque están afuera y no tienen que enfrentarse a la realidad, a ver que harían acá” Como si su deshonestidad visceral, consuetudinaria y estratégica fuera un mero contagio o una necesidad adoptada para sobrevivir ante alguna opresión. Es es el habitual argumento para exculparse de las prácticas más aberrantes.

Luego, se hace referencia a menudo a una supuesta virtud, que los que critican a algunos incluidos y a los sistemas de inclusión, acreditarían a favor de los excluidos, por el solo hecho de serlo. Me cuesta encontrar a alguien que haya afirmado que estar al margen implique en si mismo una virtud. Esta actitud de estar contestando una afirmación invisible tal vez sea una reacción en espejo que esgrimen los que consideran que estar dentro del margen si implica una virtud por el solo hecho de estarlo. Esa denuncia conceptual es la que no se soporta, que estar dentro no implique automáticamente una virtud y que ni siquiera sea su indicio sólido. Olvidan un principio básico de lógica filosófica: demostrar la falsedad de una afirmación no implica demostrar la veracidad de su contrario simétrico.

Ahora bien, no se que amparo puede dar estar al margen, el amparo de la intemperie suele ser engañoso, permite gritar fuerte sin que nadie oiga, pero la cosa se pone un tanto difícil allí sobre todo cuando llueve. Normalmente, estar al margen no da ningún amparo, más bien da las mayores chances de perder sin siquiera haber jugado.
Haré un breve repaso de las desventajas de ser un excluido:

Primero, se presume con alto grado de certeza que el excluido es un mediocre. Si está fuera por algo será, ya que el sentido común dominante indica que sólo son valiosos los que llegaron, porque llegaron. Como escribí alguna vez, la presunción de mediocridad es una feroz inversión de la carga de la prueba.

Segundo, en caso de que se le otorgue al excluido el beneficio de la duda y se reconozca que tal vez pueda ser poseedor de alguna calidad a pesar de estar fuera -bueno, al fin y al cabo siempre puede haber una excepción que confirme la regla- se sospecha en ese caso que es un idiota - de nuevo por algo será- que no ha sabido hacerse un lugar, un pusilánime que ni siquiera ha luchado para imponer lo suyo. Es bueno aclarar que operaciones tales como la negociación alegre de la dignidad y la obsecuencia hacia cualquier tilingo con poder son estimadas como actos plausibles de “lucha por lo propio”

Tercero, corre el riesgo que invaliden su razonamiento crítico y pongan en tela de juicio todos sus argumentos estéticos y conceptuales, sólo porque en el fondo si está fuera es un resentido que habla desde su imposibilidad o frustración. En realidad, es probable que crean que la envidia y el odio consecuente por los incluidos anula su entendimiento. El excluido se convierte así en un inimputable.

Cuarto, corre el riesgo, nuevamente, que todos sus argumentos sean relativizados y descalificados sospechados de provenir de una visión parcial –o directamente fanática- a favor de los excluidos, y prejuiciosa y discriminadora para con los incluidos.

Quinto, debe soportar la inclusión de tantos idiotas cuando es testigo de la exclusión irremediable de tantos buenos que por ahí conoce, y como en general se asocia sin ningún tipo de diferenciación crítica a lo exhibido como lo único o lo mejor, que cualquiera de esos idiotas se crea mejor que él.

En otro momento prestaré atención a los desamparos de estar adentro.

noviembre 14, 2006

El día que bombardearon Punta Del Este


"...Todo en la vida merece el perdón o el paredón final. Y la lisonja regalada a los infradotados suele ser el mayoritario arrepentimiento.

Las fortunas por un lado, los desafortunados por el otro, y en el medio todos sus amigos en común. No quedan ni rastros de las misiones imposibles en las que fuimos espías, delatores, héroes, salvadores, fumadores o vírgenes. En el lóbrego tornillo sinfín de la existencia, somos imberbes esperando el debut sexual con los dioses.

La consigna es cosechar la corriente estática que se acumula en los vientres hasta reventar, la que nos obliga a vomitar caliente por el mero hecho de la novedad. Por eso apelamos al placer fácil de la escritura que es el más imbécil de los entretenimientos, para despertarnos de la decadencia final; a los gritos, de a chorros, en puntas de pie o a los pisotones.

Somos, provisoriamente y en definitiva, mercenarios de la palabra aunque donemos los honorarios. Porque en el fondo nos divertimos, como cuando salimos después de una tormenta de granizo a ver si han quedado abollados los techos de los automóviles.

La desgracia ajena es el mejor afrodisíaco...”



Un extraño virus narrativo-bélico me atacó y las consecuencias pueden leerse completas en Nacion Apache

noviembre 11, 2006

Las señales de lo rasante

"La calidad es invisible porque está en los fragmentos imposibles de perdonar. La totalidad, en cambio, es torpe y errónea, y además una terca obesa que jamás pudo adelgazar”


Alguna línea más en La Tapa De Los Sesos

noviembre 09, 2006

Cacofonía sobre la izquierda


El problema de ser, ubicarse o presentarse de izquierda, es que nadie nunca se puede sentir seguro de estar suficientemente a la izquierda. Cualquier que esté en la izquierda tendrá garantizada una oposición por izquierda, y esa oposición por izquierda tendrá otra oposición que esté aún más a la izquierda. Sencillamente esto se debe a que la izquierda no tiene límites; al carecer ya de proyecto político alguno se ha convertido en una mera fuga hacia afuera, una huida siempre incompleta e insuficiente hacia la máxima radicalidad que jamás se puede colmar.
¿Alguien podría lograr ser suficientemente de izquierda como para conformar a la izquierda? Improbable, para la izquierda, toda izquierda nunca es suficiente.

noviembre 06, 2006

Postales oblicuas (II)

No seefood

Soy conciente que mi condición doméstica me domina. En cuestiones gastronómicas mi sumisión facilista a lo establecido me impide acogerme a la constante oferta de los sabores inesperados que se ven por ahí. Por un lado es que trato de evitar sustancias que presumo controversiales para mis vísceras digestivas; pero, por ejemplo, mi negación a probar desde cualquier tipo de marisco hasta una sencilla sopa de cangrejos en el Fisherman´s Wharf de San Francisco tiene un origen fóbico que podría ser de interés de freudianos y lacanianos. El episodio originario fue una frustrante experiencia juvenil en el puerto de Mar Del Plata, cuando la promesa de hallar placeres marinos para los paladares se convirtió de pronto en una vomitiva pesadilla. Es que apenas arribado a la zona de restaurantes me sentí atrapado en un asfixiante infierno repulsivo, como si alguna explosión nuclear hubiera liberado hedores de fritangas radioactivas. Aquel verdadero accidente ecológico sepultó para siempre cualquier deseo mío sobre todo tipo de esperpento comestible criado en la salitrosa barriada de los océanos.

noviembre 03, 2006

Postales oblicuas ( I )


A la Argentina, desde lejos, se la ve como una centralidad pulverizada. Somos testigos de como se va relegando en nuestra emoción hasta enajenarse, para volverse casi perverso vicio, dejándonos un hilo de hierro que nos delata. Vista desde lejos es una rezongante mochila de esclavitudes afectivas que nos engrillan la sed de opciones, y que nunca nos permite consumar la aparente liberación que suponemos al escapar de la condena geográfica de ocuparla. En puntas de pie, pero cada vez más intensamente, la añoramos como una cueva insignificante de chillones ex convictos en recuperación, salvaje e insana, desgraciada aún en sus fortunas, y afortunada en sus talentosas miserias. Un charquito de rebeldías vacuas apenas destilado entre los subsuelos acuíferos del más segundo de los mundos.

Lugares perfectos no hay desde el momento que todos pertenecen a este globo ya irremediablemente cochino; lo que queda cuando todo temblor se vacía, es que el montón de carnes y piedras donde anclarse a pasar el resto de la temporada vital ofrezca al menos alguna satisfacción al sentido común.