El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

abril 30, 2006

Autonavidad



La palabra cumpleaños es un humillante vulgarismo para denegar la autorización de celebrar la propia Navidad, el aniversario de nuestro nacimiento. Tal vez considerado un hecho menor, nadie pensó que el nacimiento de cada individuo fuera suficiente razón para celebrar. Y visto que ni siquiera nos dejan faltar al trabajo para festejarlo, se nota que la intención fue que nos sirviera de espejo para observar la prolija dimensión de nuestra insignificancia. Y no conozco sindicato alguno que haya solicitado la conquista social del feriado por cumpleaños; sólo lo han obtenido algunos próceres mucho después de muertos, por lo que ni siquiera lo pudieron disfrutar. Hubiera sido mejor casi se le asignaran otros nombres un tanto más marketineros: “celebración del día del parido”, “onomástico individual”, o bien un slogan tanque como éste: “de las piernas abiertas venimos y hacia las piernas abiertas vamos”.


Mas allá de los datos de la evolución física, recuerdo que hace unos años, a poco de cumplir “los” cuarenta, casi sin proponérmelo, busqué una fecha cualquiera y organicé un seminario sobre mi mismo, unas jornadas acerca de lo profundo que me animaba; una mesa redonda donde fueron invitados mis propios fantasmas de succión, mis escribanos generales de gobierno y mis edecanes navales. Seguía entonces sin encontrar el rumbo de mi refinada energía -noble como la de cualquiera-, demasiado atrapada en la red doméstica para ser caótica, y demasiado espesa y ácida para guardarse en un frasco de delgado pvc en la alacena. Aunque a veces encontrara la receta de como pasar los días disfrutando en buena parte del hecho de vivir, -pura capacidad innata para la extracción de jugos- se acercaba una amenaza para mí, de la que siempre era capaz de huir entre indolencias.


La conclusión de aquellos significativos eventos, donde se iban a establecer los estatutos intelectuales que determinarían el destino de la república de mi mismo, es que se me otorgaba un plazo, expirado el cual me vería coaccionado a beberme la cicuta de una decisión. O abandonar para siempre todo fulgor de esperanza de estruendosa ignición para dejarme adormecer en las siempre infortunadas ocupaciones de la lucha trivial por la supervivencia. O lanzar quizá entre calambres del hambre y fatiga de las aspiraciones, el último puntapié inicial al atrevimiento indisimulado, el desplume final de toda la carga de engrudo alcohólico que quedara en las bodegas del alma mayor. Sería un postrer gesto de rebeldía contra mi indecisión…

Negarme a colgar las pelotas del palo mayor de la nave del olvido
Zarpar con la Pinta, La Niña y la Santa María
Y el arca de Noel, helado, heladoooo….
Hay paliito, tacita, bombón heladooooo
Noel heladoooos…

Una ventosa curativa en la espalda de mi adormilado conformismo fáctico, una granada al dique de contención de todos mis sesos líquidos. La rotura de los ligamentos cruzados de esa flexible contradicción: enjundia de las ideas y flaqueza de espíritu de los emprendimientos.


Mi madre me parió un 30 de abril
a la hora en la que no casualmente
siempre me gustó acostarme:
las tres de la mañana.

abril 26, 2006

Más allá del séptimo viento

Más allá del séptimo viento
en pos de la elegancia del secreto
Arranco…

Entre árboles vencidos
me escondí de la luz de la luna
a destiempo
Colaboré en la formación del vacío
Calmé mi sed en un arroyo evaporado
y la huella abismal de
las honduras hastiadas
me delató ante la Corte
de los esfuerzos

Los horizontes de medianoche
siempre me confirmaron
el viejo rumor
de la ineternidad
Los sabores efímeros
como si fueran
una sed circular de pronto aburrimiento

Me refugié
bajo las sombras caídas
y me acariciaron las hojas débiles de
un fervor casi otoñal
Los elefantes del apocalipsis
nublaban la seca sospecha
de estar ascendiendo
El agua llegó hasta las narices del cielo
y en la despoblada memoria
quedó inundado el refugio…

Las miradas sin marcas
Los premios desiertos
La agresión solidaria
El orgullo por el desperdicio
La primavera de la espera
La urgencia y la paciencia empatadas
Los ecos infames
que se burlaban de las decisiones

Mi alma se quedó cruda
porque en tantos años
no aprendió a cocerse
baja la llama
de una pasión
intermitente...

abril 21, 2006

Los derechos de los bloggers

La noticia que aparece aquí me hizo literalmente saltar de la silla, ya que pone en escena una situación sobre la que pensé varias veces y sobre la cual he escrito en algunas oportunidades.

El asunto es, por si no tienen ganas de leer la crónica enlazada de Clarín, que la conocida compañía informática Apple acudió a la justicia estadounidense para denunciar a tres bloggers por publicar información confidencial de su empresa. Hasta ahí algo usual, una empresa decide litigar respecto a la información que algún medio publica porque considera que va contra sus intereses o viola algunos de sus derechos. Pero más allá de las razones que tengan Apple y los que publicaron la información acerca de este asunto específico, lo más significativo para mí viene después, porque parece que:

“un juez de un tribunal menor de California dictaminó el año pasado que estos 'bloggers' no están protegidos por la ley que permite a los periodistas no revelar la identidad de sus fuentes de información”.

¡¡¡Guauuu!!!

Digamos que lo que se desprende sencillamente de este concepto es que un ciudadano que se expresa a través de un blog, o ejerce la labor conocida como periodismo a través de él, más allá de lo que diga, merece la calificación denigratoria de “blogger” que sería algo así una categoría cívica peligrosamente menor, mezcla de ciudadano de segunda y periodista de cuarta que no goza de los derechos que si gozan los llamados -mediante una interesante definición- “periodistas tradicionales”.
Si este criterio prosperara sería como encontrarnos con un elefante blanco de injusticia en el ropero; una escena de aberrante desigualdad ante la ley. Habría que reconocer que los medios periodísticos y los periodistas que trabajan para ellos, poseen fueros o privilegios vedados para el resto de los mortales ciudadanos.


En oportunidad de debatir por ahí el tema de las firmas en Internet sostuve que pedirle a un blogger, dado su desconocimiento del medio y del alcance de sus derechos, las mismas actitudes que a un periodista profesional era un error, porque me imaginaba la desprotección que conlleva su exposición en su condición de paria corporativo; alguien que no tiene gremio que lo defienda, ni sindicación ni pertenencia a agrupación oficial alguna. Porque aún el más humilde y desconocido de los ciudadanos que publica un semanario de 50 ejemplares en un pueblito llegado el caso -si es que al menos está afiliado a alguna de las entidades o asociaciones de prensa- puede hacer valer sus derechos a semejanza de un medio comercialmente importante, pero un blogger estaría "desprotegido". Si a esto se sumara que para la ley su condición de ciudadano se degradara por considerarse que su medio de publicación no forma parte de la realidad, estaríamos cercanos al abismo. Los bloggers se convertirían en minusválidos sociales de pleno derecho y se sentaría un precedente nefasto de su vulnerabilidad que serviría de base para instigar a su silencio o a la pérdida de su independencia.

Obviamente que no estoy a favor de ningún tipo de impunidad para el que publica sus ideas en un blog. Sólo aspiro a que los ciudadanos que ejerzan el periodismo o publiquen sus ideas por medio de un blog –un medio por otra parte absolutamente legal, sin ningún grado de clandestinidad- no tengan ni más ni menos derechos y responsabilidades que el resto de los ciudadanos que ejercen el periodismo o lapublicación por cualquier otro medio. El criterio del juez californiano implica un brutal contrasentido: para hacerlos imputables de un supuesto delito si se los considera con suficiente entidad periodística, tanto que deben responder por lo publicado como cualquier “periodista tradicional”, pero a la hora hacer valer sus derechos de defensa se les niega esta condición.


Otro tema relacionado que dejo para otra oportunidad, es el debate acerca del alcance de los derechos al secreto periodístico sobre las fuentes en el marco de la libertad de prensa. Cada tanto resuena por todas partes como sucedió el año pasado ante el caso de la periodista estadounidense Judith Miller que fuera sometida a proceso judicial y encarcelada por negarse a rebelar su fuente de información en un caso considerado de defensa nacional por la identificación de un agente secreto de la CIA.

abril 18, 2006

Menos de mi

- ¿Y….?

-Y´astá....


Puedo torturarme con una palabra hasta hacerla hablar. Puedo aplicarle electricidad en sus genitales silábicos, en su rojizo y erecto acento prosódico, en sus intraducibles axilas semánticas que segregan esa fétida vulgaridad; y la muy cobarde me dará la información que yo quiera, toda, toda, la que jamás podré creer. Pero si usar, je, je. Y no me siento culpable de aplicarle ese tormento, es que… ni siquiera concibo el concepto de un lamento aplicable al caso, o de culpa moral, o ideológica, o vecinal. Simplemente la torturo porque se lo merece quizá, tal vez sea una irreducable, una reventada del deseo que se cebó de tanto andar significando sangres gratuitamente derramadas, o inexactas similitudes. Tramposa, mocosa insolente, ocultando tras su fachada pintarrajeada los opulentos apetitos de la comodidad, las arrolladoras sedes de diluvios atesorables como gárgaras. Por estúpida la torturo, por obsequiarle donaciones a los indefensos y a los aplastados, esos que no tienen derecho a recobrar la respiración, que deben hacerse tela y fibra compacta contra el suelo de la inferioridad. Me la torturo con amor, con lujuria y con honor, porque jamás perderé las formas, a eso me refiero, no a otra cosa.

Pero hoy me resistí a mi tortura, me levanté de esta silla condenadamente detenida -donde vegeto por no saber a donde salir- porque siento que hay un nuevo habitante en mí, es como un gusano que navega las tuberías de mis entrañas, y que hoy pernocta en mi duodeno, o tal vez en mi cerebro agridulce. Pero no debo llamarlo gusano me dice, me insulta, que él no hace ningún daño ni vive a expensas de nada, que habita órganos ajenos para hacer turismo de investigación, paseos ácidos inofensivos, entre sus jugos gástricos preferidos y esas enzimas tan sabrosas con las que le encanta desayunar en los amaneceres, y que me invita a viajar con él, bueno, está bien, no te enojes, si yo no tengo nada contra vos, contra ti, que se yo, o si, hasta que no me digas que venías a hacer acá, a mi casa, pedazo de pelotudo, gilipollas, ass hole….. Pero ya estoy montado en el gusano, voy cabalgando al vuelo, volando al galope, como su cuerpo es adhesivo me resulta fácil sostenerme, apretar apenas las manos a su lomo anular y pegajoso. Por primera vez me siento el dueño de las tierras de mi interior, paseo por mis propiedades orgánicas, y me crece el pelo, siento la agitación lúdica de un niño en un parque de diversiones, disfruto los ambientes confortables de la aorta, en el estómago chapoteante paso ante los montículos de la comida de anoche que echan humos fugitivos ante los ácidos implacables. Pero mis actos reflejos me traicionan, le pego en el lomo con mi mano al gusano como si estuviera azuzando un potro; los movimientos viboreantes aumentan y ya corro peligro de caerme, lo dejo en paz, recupera su marcha normal, hay armonía en sus balanceos, se estabiliza el entorno, nos metemos por una vena de poco tráfico, los rojos se hacen respirables, dejan de mojarme, se avecina la clausura de la experiencia, en breves instantes recuperaré la ordinariez física, las coordenadas de las cloacas del mundo regresarán a casa.

El imposible siempre es el punto del retorno.

Me recuesto –nunca supe la diferencia entre “me acuesto” y “me recuesto” pero no es el momento de ocuparme de eso ahora-, no, ahora me concentro en el hecho incontrastable de que cierro los ojos y miro, fabrico un paisaje con mi imaginación, me sale algo previsible, pero hermoso, una vista lejana de una pradera, verde, lisa, laqueada, y al fondo cierra el cuadro una casita, de tiernas formas, techitos cóncavos, bordes esfumados, emplumados de líneas candorosas, como blandengues plantas trepadoras, como lentejuelas secadas al sol, como sombras garabateadas por un mal dibujante crónico. La imagen dura, la prolongo un poco más, a ver, si, un poco más, aprieto los párpados para evitar que la luz me aborte la experiencia de golpe, eso no, y el no saber como cerrarla hace que aparezca un final, sin buscarlo, sin necesitarlo, la casa estalla en mil pedazos, puuuuummm, una explosión, como si hubiera tenido una bomba adentro, voló la casita, y el cuadro termina en el humo tapando el verde laqueado de la pradera, voló por los diablos la casita, sus pedacitos fueron a parar a cualquier parte, el humo me cubre toda la vista, esto se termina, ya va, si, ya se terminó. Ahora quiebro toda sintaxis, todo contexto, toda contigüidad y me pregunto que se sentirá si uno es explotado por una explosión. Un ruido, una oscuridad, un sueño súbito ¿alcanzaremos a tener algunas décimas de segundo de conciencia para ver desprenderse los pedacitos de nosotros mismos? Pero si lo tuviéramos, si luego de la muerte se muere la memoria ¿como recordarlo entonces? ¿Como saberlo? Cuando despertamos recordamos los instantes anteriores a quedarnos dormidos pero que pasa si no nos despertamos ? Si no hay memoria después ¿como recordarlo? ¿Se borra todo? Descubrí el principio, la conciencia es memoria. Cuando hablamos de conciencia estamos hablando de un mínimo grado de memoria, sin memoria –aunque sean milésimas de segundo- no hay conciencia. Los gigantescos productores de esta feria cósmica se ocuparon de todo, menos de mi.

abril 12, 2006

Batiendo a Vattimo

A propósito de la visita a Argentina del filósofo italiano Gianni Vattimo, se me ocurrió este batido sin alcohol donde mezclaré la lectura de reportajes actuales, recuerdos de lecturas pasadas y unas cuantas gotas de mis ansiedades especulativas, tan apresuradas como impostergables.



Difícil parece a primera vista ligar como hace Vattimo en su llamado "pensamiento débil" a Niestsche ( y a Heidegger en alguna medida también ), siendo que el filósofo alemán de los rizados bigotes era un defensor de la fuerza y el poder casi ilimitados del ser humano que no debía declinar en el libre ejercicio de esa voluntad de poder ante ningún otro contratiempo nefasto y menos que menos frente a una calamidad execrable tal como consideraba a la conciencia de una propia debilidad. Es evidente que buscó conciliar dos concepciones enormemente distantes como la falta de clemencia de esa racionalidad desplegada sin escrúpulos y las consideraciones piadosas del cristianismo, con sus reservas por razones de humanidad ante las atrocidades cometidas en nombre de la razón -valga la redundancia-.

El pensamiento que parte de un supuesto de debilidad, de conciencia de la limitación del individuo, es la base la humildad del ser humano ante Dios, en ese sentido se nota el contacto medular de este pensamiento con su concepción eminentemente cristiana. En definitiva, la lógica del racionalismo cristiano es esa, el imperio de los instrumentos de la razón pero relativizados en un plano de contención difusamente restrictiva (limitativa) por la obediencia y la sumisión a una instancia superior que nos hace reconocer débiles. Desde esa debilidad se supone se facilita ser compasivo con la debilidad ajena, y se nos propicia asumir la falsedad de nuestra omnipotencia que puesta en estado de irrefrenable desarrollo daría como consecuencia una sed de agresión perpetua. La racionalidad y el orden material -ante el cual se tiene una actitud que es evidentemente conservadora- serían una ficción de absoluto operativo que nos tocaría relativizar a la hora de exprimir nuestra conciencia profunda. Claro está que a mi juicio esa receta produce una versión de sociedad más atractiva para los fuertes que para los débiles.


La posmodernidad, a la que considero a grandes rasgos y al mismo tiempo, una legitimación y una celebración de la resignación a lo establecido, se puede si articular correctamente sobre esta idea suya de debilidad, de modestia claudicante en la aspiración, que no hace más que ponerle la otra mejilla a una concepción de la realidad que se fosiliza en su poder inconmovible. Mal que nos pese, dentro del reino de las relaciones de fuerzas, una asunción de debilidad en un polo de energía se corresponde por ineluctable contrapartida a una asunción de fortaleza en el otro, en este caso una re-asunción de fortaleza, una reproducción más aún de su potencia dominante que hace aún más asimétrica esa ya desmesuradamente impar relación.

Aún reconociendo que la mesa de la modernidad era demasiado solemne, monumental y ambiciosa, la de la posmodernidad resulta al menos demasiado kitsch, conformista y trivial; y la sustitución que ha hecho de sus ideales lejos está de significar una evolución en el sentido de “progreso”. Donde la modernidad establecía ideales de transformación a favor por ejemplo de la libertad buscando partir desde su más cruda expresión –más allá de si eran demasiado radicalizados o excesivos- la posmodernidad los reduce a una mera vacación sectorial y temporal de la opresión, abandonando el sentido profundo de los cambios y replegándose sobre la mera posibilidad de su enunciación. Una ponía a los ideales en tensión efectiva, la otra los transforma en un juego estertóreo de combates periféricos a nivel de discursos, precisamente para esterilizar ese voltaje transformador.


La mayor fertilidad de su pensamiento la noto en torno a la posible recuperación filosófica del cristianismo, que de algún modo sería volver a recuperar una religiosidad que se apartase de un posicionamiento meramente administrativo. Visto para algunos a mi juicio exageradamente como la fuente de todos los males de la sociedad actual, el cristianismo debiera superar alguna vez ese casi condenatorio status de receta restrictiva de los comportamientos privados al que el seguimiento de una tradición inmovilista lo condena, para pasar a capturar la energía de una oscurecida espiritualidad que pueda influir en las oleadas sociopolíticas que determinan la cantidad y calidad real de vida humana sobre el planeta. La tradición humanista cristiana es mucho más rica y vasta en el sentido filosófico como para que sea reducida a una mera misión de custodia perpetua de un manojo de prescripciones sobre la vida privada. Pero el problema es que la religiosidad o la idea misma de religión no se llevó nunca demasiado bien con los ideales democráticos y menos con los libertarios, aparece demasiado ligada para algunos a poner su rúbrica espiritual a las realidades fácticas de los poderes materiales de turno, pero eso no prueba que desde la religiosidad humana no se puedan rescatar contenidos valiosos que seam viables en el sentido de transformaciones.

“Un cristianismo no religioso” creo que trata de quitar lo que dentro del término “religioso” se adscribe a la versión de policía histórica del cumplimientos terrenal de liturgias y reglamentos eternos. La fe es más importante que los dogmas y las estructuras, pero esa fe sin articularse al menos dentro de un sistema de comunicación –filosófico, religioso, principista- que le de identidad y cohesión social, seguirá siendo propiedad de los dueños de los dogmas y las estructuras, que la administrarán con el máximo recelo.


Su rescate central del concepto de caridad –una de las maneras de interpretar al amor- en cambio no me agrada, ya que la caridad da la idea de una dádiva del poseedor sobre el desposeído; una humanidad forzada por un ideal exterior, la caridad de la limosna, de acción de sentimiento por sobre la razón, pero no de razón y sentimiento en armonía. El amor puede ser un elemento central en la construcción de las acciones sociales, el amor no tiene por qué identificarse como piedad, o amor por virtud o por cumplimiento de un deber moral, en esos casos nunca llegará a ser verdaderamente desarrollado en su potencialidad creadora en término sociales. Sentimientos como la compasión y la solidaridad son vitales para un reencuentro de la espiritualidad y de la fraternidad humanas, pero guardan una diferencia significativa con el de la caridad que está definitivamente impregnada de compensación, de remiendo de alguna cosa que no es justa.

Es que esta idea me parece que le escapa como a la peste a una noción que les es molesta a todo el cristianismo, que es la justicia. Esa búsqueda posible y terrenal de una justicia es un peso demasiado pesado que imbuía a la modernidad y la hacía realmente incómoda ante el ideario cristiano. Hablar de caridad para no hablar de justicia no es casual, y aquí el nihilismo niestcheano, nacido en el ateísmo, paradójicamente sirve conceptualmente a los intereses de una religiosidad subsidiaria, compensatoria, que necesita esconder la pregunta por la justicia. El nihilismo sirve para esterilizar cualquier fundamento a los excesos de los apetitos radicales de la modernidad, si no hay al menos una versión de la verdad por la que valga la pena actuar, para que buscarla en transformaciones de lo establecido. Todas estas conclusiones parecen decirnos que el mundo es como es, y que de nada sirve ponernos en el lugar de los lo hicieron antes, como si la existencia del presente hubiera contraído de nacimiento una especie de deuda de acatamiento con ese pasado todopoderoso; sólo nos queda jugar a la suerte de sufrirlo o disfrutarlo de la forma más libre que se nos permita.

abril 10, 2006

¿Ser leído será un lujo?

Continúo con lo iniciado en el post anterior; aquí unos apuntes en torno a la actitud de escritores frente a la lectura -de lo que escribimos-.

A modo de partida me hago las siguientes preguntas:

¿Un músico que va a tocar delante de una platea con 200 personas negaría que quiere que su público lo escuche? Puede haber excepciones -viene a mi mente Robert Fripp que es el único que histeriquea con que los espectadores le importam un carajo, claro, mientras paguen su entrada en la boletería-.

¿Un cineasta negaría que si exhibe su película es porque quiere que la miren?

¿Un pintor negará que si expone en un museo sus cuadros es porque quieren que los miren?

¿Una orquesta no toca en un lugar público para que la oigan?

¿Una compositor no compone para su obra sea interpretada y oída?

¿Un actor no actúa para que lo vean?

Es más, un carpintero espera naturalmente que alguien se siente en la silla que fabricó, como el albañil desea que alguien se apoye en la pared que levantó.

Lo que me provoca perplejidad es cierta tendencia –por llamarle de algún modo- que evidencian muchos escritores de blogs en particular, que muestran una reticencia a reconocer su interés por ser leídos. Que les da lo mismo que los lean o no, que escriben para ellos, para la literatura, para el hombre invisible, para el lenguaje, para el discurso, para el vacío, como terapia, como catarsis, como ejercicio autocrático, o como cualquier otra cosa.

¿Será que querer ser leído es una pretensión burguesa de la que muchos tratan de despegar por una cuestión ideológica? De ningún modo debiera ser así, sobrarían ejemplos precisamente de los que deseaban ser leídos para a través de esa divulgación contribuir a combatir la monotonía de la presencia de los valores burgueses. Probablemente se haya instalado la idea de que querer ser leído se aleja de algún un tipo de “corrección”, y por eso es que pululan prevenciones de todo tipo; pedidos de disculpas anticipadas, vergüenzas inconfesables, pudores exacerbados y variadas clases de rodeos que parecieran indicar que aspirar a ser leído fuera una vanidad o un despropósito. Aún personas que demuestran un nivel de destreza y capacidad de expresión más que suficiente para insertarse con comodidad dentro del promedio de lo que se puede leer por ahí, suelen inhibirse un tanto detrás de un gesto global de excesiva prevención.

El hambre existencial de ser leído forma parte de los apetitos naturales del ser humano que elije la escritura como modo de expresión. Y hablo de un deseo de ser leído no en el sentido de condicionar a ello la escritura; esperar ser leído no debe ser sinónimo de condicionarse ante las características o expectativas que uno supone tiene el lector. Escribir lo que libremente nos exprese pero pensar en ser leído como condición esencial del acto literario, sin que por ello se habilite apelar a cualquier medio para lograrlo, o hacerlo como un fin excluyente. Dicho de otro modo; se puede escribir sin ser leído, no se necesita contar con lectores para practicar la escritura, pero si se debiera reconocer que la escritura para convertirse en literatura lleva en su naturaleza el mandato de la posibilidad de volverse lectura; su condición necesaria.

Si se quitara en potencia la posibilidad de comunicación del acto de la lectura, se podría escribir en un código privado, asignarnos sentidos sólo legibles para nosotros mismos, pero ¿para qué publicarlos entonces? No hay modo de superar la contradicción sin llegar al absurdo, nadie que publique puede argumentar que ser leído no forme parte de la esencia de ese acto y de la esencia de su voluntad de expresión. La expresión publicada es un llamado, la famosa botella al mar también es un llamado deliberado e intencionado que busca a través de esa posibilidad que se hace remota por propia decisión –si quiero que no sea tan remota la tiro en una calle céntrica y hay mayores probabilidades de que alguien la levante y la lea-. Si escribo para mí y no quiero que nadie lo lea, la botella la entierro en un lugar al azar en el patio de mi casa a 1 metro de profundidad, no la tiro al mar donde jugueteo con la posibilidad que alguien la encuentre.

Ante la pregunta "¿Si no te quieres que te lean para que publicas un blog?" son respuestas posibles: "Para divertirme, para leerlo yo mismo y experimentar a ver como quedan esos textos, o matarme de risa con un par de amigos”. Todo bien, ahora si es para que te lean que no haya reparos en confesarlo del mismo modo que se confiesan estas otras motivaciones. Querer ser leído no es pretender ser estrella ni ser famoso ni responde a un engreimiento de grandeza, como si para ser leído hiciera falta grandeza, por favor, entonces habría que cerrar las bibliotecas, es consumar un acto básico en su naturaleza. Es como si salir con alguien y querer hacer el amor fuera tomado como una vanidad sexual, o una exhibición burguesa de conquista amorosa.
Ser leído no es una pretensión políticamente incorrecta ni correcta, ni siquiera es una pretensión, en todo caso se acerca más a una necesidad natural del ejercicio de una actividad.

abril 04, 2006

¿Estará mal visto escribir un blog?


Tiempo atrás, mientras escribía algunos posts sobre el tema del anonimato en la literatura -y en internet en particular- y paralelamente en varios sitios se abordaban facetas como la responsabilidad cívica e intelectual sobre la expresión escrita, me quedaron dando vueltas varias consideraciones laterales que de a poco me gustaría ir abordando.

En este caso quiero poner en foco algo que se relaciona más específicamente con aquellos que a través del blog han accedido por primera vez a una forma de escritura publicada, sin experiencias previas de esta naturaleza, o que no pertenecen a ámbitos donde es habitual la exposición pública del pensamiento o de las inquietudes creativas. Para quienes no han asumido la expresión como oficio social, las obras y las ideas personales forman parte de la vida privada –no de la pública-; convivir con su exposición es, para muchos, un asunto nuevo en la agenda que motiva sensaciones y temores muy especiales. Creo que sobrevuela todavía zumbando los aires cotidianos un extraño miedo a ser leído fundamentado en una realidad que pareciera ser más aguda de lo que uno suponía: que escribir –no ya un blog- es algo que, en muchas partes de la sociedad, está mal visto.

He notado que es posible –e inquietante- que la práctica de la escritura sea vivida por mucha gente casi como un acto clandestino, que es necesario ocultar y poner bien lejos de la vida social. Como si ser leído fuera ser descubierto en un pecado que adquiere distinta especificidad de acuerdo al contexto; y se puede llamar “bohemia desacreditadora de un perfil serio” en un ambiente digamos más conservador de “negocios”; o bien soberbia, banalidad o narcisismo en otro que presume de ser un poco más políticamente correcto. Los que necesitan cierta aprobación social para sobrevivir, es decir que deben ser competitivos a lo mejor en un medio para poder mantener o conseguir un empleo, o una clientela, necesitan pautas de conducta y comportamiento en función de expectativas determinadas, y eso se traduce en la incorporación de formas de negociar una tácita manipulación de la propia imagen.

Sumada a la incomprensión de parientes, amigos o compañeros de trabajo, me inquieta saber cual es realmente el nivel de descrédito de la actividad dentro del medio laboral. Exceptuando tareas específicamente relacionadas con la industria del entretenimiento, la educación o la cultura donde llevar un blog puede ser un antecedente positivo me temo que si alguien repara un C.V para aspirar a algún puesto de trabajo, se ocupe de ocultarlo celosamente y no exhibirlo siquiera en el rubro hobbies donde no dudaría en poner cosas como “lectura, filatelia, caza, tocar el piano, practicar deportes o ver películas de acción”. Hasta aquí nada nuevo, las actividades consideradas bohemias o típicas de gente con “inquietudes” son todavía evaluadas como indeseables y peligrosas para la mayoría de la gente que toma decisiones en el ámbito de los “recursos humanos” de una gran parte de las empresas. Uno supone de puro optimista que el nivel de imbecilidad represiva de los encargados de evaluar aptitudes laborales no puede ser tan alto como para considerar descalificador este detalle, pero cierta experiencia de haber tratado con ejecutivos de empresas industriales me hace ser muy austero en mis expectativas. Lo que me inquieta y sería un tanto novedoso para mi es pensar que la escritura sea la más sospechosa de todas. Si buscamos trabajo como analista de sistemas por ejemplo, confesar que tocamos el saxo en una banda de jazz o participamos de un grupo de teatro vocacional ¿será menos peligroso que decir que escribimos un blog de poemas? La única diferencia importante que veo es que aparte de la sospecha que se genera por el sólo hecho de tenerlo, la posibilidad de que los empleadores lean lo que uno escribe es demasiado fácil, y eso si que puede tener consecuencias imprevisibles. Me imagino a un estudiante universitario que riegue la web de opiniones controversiales contrarias a las de ciertos docentes decisivos en la aprobación de materias claves de su carrera, ¿no se instala una reticencia, por no decir un temor a ser identificado? O a un empleado que es autor de agudas filigranas proto marxistas, ¿tambaleará su puesto si su jefe neoliberal descubre para su sorpresa estas habilidades de su subordinado?

Se podrá objetar que estas especulaciones parten de un supuesto demasiado pesimista respecto de las hidalguías promedio de la gente, puede ser, pero en estas materias he comprobado que el pesimismo paga bastante más que el optimismo. Un mundo basado en la conducta como imagen manipulable que busca el acomodamiento de los perfiles a las expectativas de cada entorno particular, no es un buen lugar para el intercambio de personalidades desnudas, libres y soberanas.