El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

diciembre 28, 2005

El hombre siamés ( I )

El hombre de hoy es un siamés
Simetría y evolución - Del hombre mono al mono-hombre

Esto es nada más que una breve introducción de una teoría que está en pleno desarrollo y de la que soy autor. Es una teoría literaria –por ahora sin pretensión científica, nada más que por ahora- y plantea sencillamente que antes de conocerse esta versión siamesa del hombre -en el sentido antropológico- tal cual lo conocemos hoy día y del que todos formamos parte como especie, existió una versión única, unitaria, “single”, “mono-volumen”, asimétrico o como quiera llamársele, que se parecía a cada uno de nuestras mitades espejadas. Lo que constituyen nuestras mitades simétricas es el producto de la unión siamesa de dos seres ocurrida muy atrás en la evolución.

No venimos de los monos, venimos de los “mono-hombres”. Nuestro antepasado era un ser que tenía una sola pierna y un solo brazo, un solo ojo, un solo lóbulo cerebral, respiraba por una sola fosa nasal y por un solo pulmón.

¿Que pasó? Caprichos de la evolución que se le escaparon al viejo Darwin. El accidente de la naturaleza que produjo el ser siamés fue realmente un verdadero milagro que transformó la historia de la humanidad. Este nuevo ser binario se rebeló infinita e inesperadamente superior en capacidad mecánica y psíquica a los pobres y originales hombres unitarios, ya que prácticamente multiplicaba exponencialmente todas sus prestaciones: podía usar ambas piernas y brazos al mismo tiempo, sostenerse y moverse con mayor velocidad, aparte de desarrollar un perfecto equilibrio que potenciaba su destreza locomotiva dada su ajustada simetría y su distribución de pesos. Sería tedioso describir todas las ventajas que obtenía este nuevo engendro “dual” respecto de su predecesor, por ello sólo destacaremos algunas. La boca del ser original era una única hendidura casi circular dotada de una única fila de molares, la nueva dentadura de doble fila simétrica permitió aumentar la capacidad de alimentación potenciando el crecimiento y la supervivencia. El originario lóbulo cerebral se mantuvo dentro de una estructura ósea única de cabeza fortalecida y agrandada, pero derivó en dos hemisferios unidos que sumados y complementados fueron aumentando geométricamente sus facultades neuro-sensoriales. Así fue que el accidente siamés –un verdadero “aborto genético”- terminó eclipsando el reinado del pobre “mono-pié” y “mono-mano”. Tras unos cuantos millones de años de evolución, los siameses sobrevivieron y se expandieron enormemente transformándose en el homo faber (su versión actual) y los “singles” se extinguieron irremediablemente, producto de su propia incapacidad de sobrevivir en el entorno, y de la masacre y esclavización a que los sometieron los propios siameses convertidos en nuevos reyes.

Como todo siamés, el nuevo ser unificado producto de la fusión biológica y genética, debe tener muchas partes de su cuerpo “únicas” o “compartidas” para poder existir como unidad y no disgregarse, y la zona de mayor unión se dio en el conjunto tórax-abdomen. Allí vemos como algunos órganos internos no pudieron conservarse simétricos y quedar “duplicados” en el nuevo ser, y se mantuvieron en una sola unidad, tal es el caso principal del corazón, el estómago y el hígado. Los intestinos también permanecieron en una única expresión agregada porque eran unas tripas groseras que directamente se amontonaron acomodándose en el mayor espacio abdominal de la unión. Es evidente que estas partes donde ambos seres unitarios deben compartir un solo órgano resultan ser su “talón de Aquiles”, su peor defecto, debilidad e imperfección. No por nada el corazón del ser siamés –apenas un poco más grande que el de su unitario antecesor- es un punto débil del organismo, que entra a menudo en colapso a causa de no poder abastecer las exigencias mecánicas de dos “singles” unidos En cambio, los órganos que se conservaron separados quedaron duplicados y a menudo resultaron más resistentes y eficientes para solventar las nuevas exigencias, caso de los riñones por ejemplo, como prueba el caso de que al ser extirpado uno de ellos, el ser siamés cuenta con altas probabilidades de sobrevivir sólo con el otro.

El corte que imaginaba Genovese en su cuento de Kaputt podría ser en realidad la búsqueda de Dios, la del Uno original, antes de la malformación que nos convirtió en estos ridículos aparatos unificados con dos mitades iguales y espejadas. Somos un par en extraña convivencia forzosa. Esto también explica en parte la naturaleza conflictiva del ser humano consigo mismo. Aquella metáfora de que existe un verdadero “combate” en su interior no es descabellada, ya que se trata en definitiva de dos seres diferentes que fueron unidos por accidente, que lograron convencerse de una única y fundida identidad, pero que lleva guardado el contenido latente de una disputa. También vemos como nuestro sistema nervioso se rebela contra esta obligada y equitativa yuxtaposición penetrada, y como resabio de aquella genética anterior nos rebela mensajes muy claros en ciertos detalles neuro-motores: tal es el caso de los miembros hábiles o del “lado fuerte” de las extremidades. Así es que somos diestros o zurdos para usar piernas, brazos o manos, con evidente mayor sensibilidad, potencia y precisión en un lado. Es que la supremacía de uno de ellos se manifiesta todavía en ese combate. Si la fusión siamesa fuera perfecta tendríamos exactamente igual sensibilidad, habilidad y fuerza en cada lado de nuestras extremidades, pero para lograr eso faltan todavía unos cuantos millones de años de reproducción y evolución.

A esta altura muchos ya habrán deslizado un interrogante sugestivo: como era el aparato genital de los viejos seres unitarios. Muy fácil, el masculino obviamente era mono-testicular con un pene fino, la unión derivó en este pene un tanto más grueso y mantuvo ambos testículos separados unidos en su escroto.

¿Y el aparato sexual femenino? Ese y otros detalles como el verdadero origen de la raya central de los glúteos serán explicados en el próximo capítulo.

diciembre 24, 2005

Que la palabra abra latas

A propósito de la nota publicada hoy en Ñ

Ufa con las notas generacionales.

Ya son un clásico, desde que gozo del beneficio social de la alfabetización ha sido una constante leer notas, libros y artículos periodísticos basados en esta estrategia de definición, ir por el lado de la edad. Las jóvenes guardias, los nuevos valores, el semillero cultural, las nuevas generaciones que empujan, la savia nueva. Mete miedo solo recordar este tipo de frases selectoras. En este caso el corte es escandalosamente amplio, porque partir de los nacidos en 1960 es un globo que mezcla generaciones tan diferentes que cuesta creer que pueda pensarse que se destaque algo significativo en común. Que tendrá que ver un cuarentón nacido en 1961, criado culturalmente en la transición procesera y ochentera, con un tipo de treinta y tantos que hizo sus principales armas de absorción en los menemáticos noventas. La excusa es hacer una nota y difundir “lo que hay”. Clarín es un diario pop, todo lo que refleja es parte de esa mirada, lo que existe es lo que es conocido, lo que vende (mucho o poquito pero vende), lo que ocupa aunque sea el centro popular e inmediatamente referencial de cualquier micro-realidad. Sus páginas se llenan de todo lo frívolo, superficial, marketinero, híbrido, pero nombrado. Jamás la mirada de este diario ha de penetrar un instante debajo de lo visible, de lo inmediato. Obviamente son consecuentes en todos su actos, sólo leen la primera página, los títulos principales, estudian por resúmenes, recorren desde arriba de un auto el universo cultural y leen sólo los carteles de los locales que dan a la calle. Esto no quiere decir que de buscar más allá encontrarían oros ocultos o que muchos de estos que hallaron en su escrutinio mínimo y facilista no debieran estar, sólo que al menos las selecciones tendrían un poco más de representatividad real.

Dice Muleiro para semblantear a esta selección “No escriben en las alturas. No se apropian ni reelaboran prestigiosos lenguajes previos. Como algunos de sus abuelos vanguardistas han sacudido el objeto artístico de cualquier halo sacral. No han amagado discursos de ruptura, no han salido a cruzar a ningún pope ni plantado una flor extraña ante los que se inclinan con gesto reverencial frente al arte. Avanzan de manera epigonal, línea a línea, sin sobresaltos, buscando algún relieve que merezca ser apuntado en la libreta. Son los poetas argentinos nacidos a partir de 1960 sometidos a una época con demasiados rigores y pocas fiestas.”

En otras palabras, no han hecho un carajo. Pero merecen destacarse porque es la nueva tendencia, lo que hay, una expresión más de esa ideología complaciente de la aceptación acrítica del hecho consumado, consumido y consumible. La podría llamar la nueva cultura de la disponibilidad, solo existe lo que está disponible. En los supermercados o en las principales casas, basurales y cementerios del ramo. No soy especialista en la materia, pero me animo a apostarle muy fuerte a quién sea de que eso no es “lo que hay”, es nada más que lo que quieren encontrar.
Y cuidado con asociar la trivialidad y la boludez con "sacudir el halo sacral" del hecho artístico, un camino peligroso que puede llevar a confundir mediocridades y gansadas en transgresiones liberadoras.

Decir que me parecen buenos o malos los poemas seleccionados no creo que corresponda ya que no estoy en condiciones siquiera de plantear una postura estética en materia de poesía, y esa es para mi una condición necesaria para poder adosarle el predicado de “crítica” a una reseña o comentario y emitir juicios de valor. Como es 24 de diciembre y no tengo ganas de trabajar, a modo de parcial referencia para ubicar al menos mis preferencias ( sigo con las rimas inconcientes ) enlazo este artículo ligado al lado psicoanalítico de la poesía donde se expresan algunas puntas que comparto, quizá hoy puestas un tanto en crisis y mezcladas con otros vientos menos “duros” en materia de colusión lingüística, porque creo que la posición permanente de combate semántico del lenguaje poético merece períodos de convivencia con la paz del pan pan y el vino vino. Por ello me limitaré a las categorías de la experiencia personal en cuanto a si me gusta, me conmueve o me da sueño. No me gustaron en su “inmensa mayoría”, menos me conmovieron o me produjeron algún resonar de esos ecos sacramentales que se reflejan desde la nariz hasta el último pendejo del culo. Los sentí estériles, indiferentes y vacuos. Una poesía muy descriptiva, narrativa, demasiado plana, registrativa y trozada para mi gusto. Es que espero de un poeta que me diga algo más, no que me informe de una anotación en su cuaderno en tono descriptivo obvio y tautológico, casi periodístico. La poesía es mostrar alguna que otra habilidad perturbadora para hacernos notar que existe algo más allá de la mera función mecánica del lenguaje, usar su capacidad de contradecir opulencias y enervar tranquilidades, sino me suena a trozo de prosa puesto en una columna de ancho reducido. De los que están linkeados en los pdf a los que remite la versión web de la nota, me gustan más los ejemplos de la última hoja, los de Ana Arzoumanián, Laura Lobov y Darío Rojo. Pero aclaro que leo en los blogs cientos de poemas que me producen más que estos.


Muleiro resume bien los choques de tendencias sufridos en las últimas décadas. Lo más interesante para mi fue la parábola de la generación más pegada en su nacimiento a los 60, que fue la que sufrió el impacto del consecutivo asesinato y renacimiento de su cosmovisión formativa; y que luego de haberla tenido entre sus manos nuevamente -producto de ese renacer de altísimo costo en dolor- vio como se le iba escurriendo entre los dedos de la desintegración impúdica de los noventa. De esa colisión gigantesca el desparramo consecuente de corrientes, despojos y mutaciones fue muy diverso. Algunos directamente vendieron sus pasados credos y renovaron enseguida el look “doctrinario” para militar en el culto al kistch exitista. Otros quedaron atrincherados en la oscuridad impenetrable del anacronismo y desde allí establecieron estaciones de rezongo y resistencia, ladrándole a la luna mediática pero olvidándose quizá de las posibilidades de conseguir combustible para sus propios cohetes de despegue. Otros creo que han alcanzado alguna síntesis transformadora y son los que yo llamo “retornados”, cuasi-cuarentones informatizados cuya adaptación les permite escribir cien veces coger y pija sin olvidar las viejas chispas fundacionales de la profundidad transformadora, esa burbuja solemne, contrera y testimonial, terca amante histérica y demandantemente revolucionaria que cuesta tanto abandonar.


Hace poco leía en un diario un aviso sobre un concurso de cuentos en un municipio bonaerense en cuyas bases se establecía una prohibición expresa: “no se aceptarán relatos en lenguaje poético”. Claro, pensé yo, los jurados estarían abrumados de cuentos torturantemente ambiguos y difíciles de elucidar como tales. Luego aquí parece ser que al seleccionar la poesía de los nacidos después del 60 optaron por mostrar una naturaleza secamente narrativa y descriptiva, apta para creación y consumo fresco y apurado. Que complicado, ¿no?, ¿será la dialéctica de las tendencias contrapuestas?. Si algún día organizo un concurso de poesía estaría tentado de poner una regla “no se aceptarán poemas en lenguaje narrativo”



Posdata navideña:
Creo que la navidad, más allá de la si uno es cristiano, ateo, judío, marxo o musulmán, aqui en Argentina se convirtió en la fiesta de la familia, ese momento donde nos dedicamos a ver que pasa con nuestros amigos de la sangre, las raíces, lo básico, lo medular, los afectos fundantes. Por eso, quizá aún los que no les dan demasiada bola a la liturgia religiosa -me incluyo- le damos bola a la navidad por ese sentido afectivo. Para mi, la navidad es fiesta de los afectos primarios donde están incluidos los amigos entrañables que son parte de la familia, que tanto, aunque los vayamos a saludar después de brindar con nuestro cuñado o primo insufrible.

diciembre 21, 2005

El día del narrador


Estas jóvenes y tostadas palabras vienen a cuento de una celebración que no ha ocurrido todavía, pero que ojalá sea instituida tan pronto como se pueda: la del día del narrador. No sería mala idea instaurarlo, ya que el llamado narrador o 'narreitor' es un destacable adjudicador de espacios y tiempos de más que respetable repercusión en la esfera de la cultura, también un mago eficaz que opera con la palabra pelada, sin esterilizar, un más que austero instrumental. Debiera honrarse su oficio de poder ser testigo de todo lo que le plazca, malversar la posición relativa de cualquier fondo y figura.

Narrar es robarse la posibilidad de ser un jodido autoritario de la falsificación. Todo narrador es sospechoso de perversión que duda cabe, de que otra forma explicar ese interés casi malsano por prestar atención a tantos detalles para contarlos como si hubieran existido. Fetichistas y necrofílicos seguramente pueblan esta fauna clave en la consistencia de la pasta circulatoria del sentido escrito. Tener entre las manos y los ojos un texto que sabemos pertenece a un narrador, es como abrir un envase tetra-brik de jugo de naranjas, confiamos en que el sabor y el color artificial de los colorantes y los venenos químicos presten una versión que al menos nos haga imaginar con alguna aproximación decente a la verdadera.

La sensación afiebrada comienza cuando nos rendimos y asumimos que realmente va a suceder el acto por el cual un narrador nos va a contar una historia. Y entender historias es todo un trabajo que uno no está siempre dispuesto a comenzar. “Déjame que te cuente limeño…” Primero nos vamos a tener que dejar contar, le vamos a dar un crédito a sola firma, nos vamos a poner abiertos de piernas sensoriales, listos para bebernos toda la acumulación de trampas corregidas. Y ‘contar’ es un vocablo macabro, tiene ese hedor opaco de la matemática doméstica, de la contaduría tributaria, de la contabilidad manuscrita. Un contador de historias. El contador es el que lleva los libros, anota y asienta, lleva registro. Un narrador también saca cuentas todo el tiempo, cuentas que no cierran y sangran todavía. Es un recaudador de detalles.

Un narrador es un farsante desprejuiciado. Algunos nacieron para escribir y otros para narrar. Contar, relatar o describir, es un grado mucho mayor de perversión que inventar o pensar por ejemplo. Exige una paciencia infinita, una alevosía prolongada, un goce sórdido en el silencio de la preparación minuciosa, una resistencia maratónica a la tentación de la eyaculación precoz de las situaciones. Todo narrador es cínico por naturaleza, no se avergüenza de sus oscuras intenciones, ni de sus inverosimilitudes, se agazapa en el regazo de su tortuosa especificidad, raspa en la entraña de su granulosa composición.

La primera obligación de un narrador es excitarnos. Si tras consumir su mercancía no nos queda al menos un delicado perfume de cualquier tipo de erección, pues que se vaya buscando otro trabajo. Pero la segunda obligación, más sofisticada y no menos eliminatoria, es mostrar una sólida cretinidad, una suficiente y capacitada disimulación de toda ingenuidad estructural que aleje la posibilidad de que le perdamos el respeto.


Las historias a veces se compran hechas, los narradores en muchos casos se parecen a los primitivos cazadores-recolectores, andan por ahí buscándolas ya preparadas o condensadas para que se puedan disolver en agua caliente y queden listas para servir. Desesperados, hurgan archivos, revuelven papeles, roban testimonios, llegan hasta pueblitos lejanos (y polvorientos) y hasta le pagan una fastuosa cena a algún pobre mendigo lugareño para que les cuente esa historia que ellos transformarán en novela, en una novela viciada de la más triste impuntualidad.

No me explico cual es la causa pero las novelas históricas, que en vez de usar la propia imaginación apelan a los archivos o a los recuerdos de los demás, violentan un poco mi tolerancia gástrica. En la última cena de mi reino literario ubicaría en lugar apartado de la mesa a los documentalistas y ficcionadores de historia. Hace unos días miraba en un canal de televisión una nota a Javier Sierra, un escritor español que fabrica novelas históricas casi al por mayor. Sentí náuseas. Los imagino hurgando en bibliotecas y dependencias húmedas, viajando a países exóticos para revolver documentos apolillados, pernoctando en oficinas ocultas para encontrar los secretos y los misterios atractivos que su imaginación no consigue crear. Los historiadores que novelan la historia y los novelistas que historian las novelas pronto van a lograr fusionar sus profesiones. Un combo humano morboso que luciendo anteojillos chupatínticos presume de ser el único coleccionista que posee esos secretos que nos faltan para completar el álbum. Se explica su brutal éxito por el sencillo hecho de que todos sabemos que vivimos entre mentiras, que la historia no es otra cosa que información heredada susceptible de haber sufrido manipulaciones.

Como no va a comprar estos libros la gente si en ellos está en juego nada y más y nada menos que la posibilidad de enterarse de que San Martín era en realidad un hijo de puta y no cruzó Los Andes o que Judas se culeaba a la mujer de Jesús.

diciembre 19, 2005

Una exclusión asistencial (II)

Esto casi que podría haber sido un comment más en algunos de los blogs participantes, pero creo que es mejor dejarlo escrito aqui.


Continuando con el post anterior, me puse la día leyendo el artículo de Sara Vasallo ( las citas en negrita son de ese texto) citado en póstumo. Me parece muy interesante y encuentro muchos puntos de encuentro con lo que escribí en mi primer y segundo post del tema.

Emerge una contradicción básica y una incompatibilidad insalvable, brutal, que se esconde y se disimula –“racismo disimulado” dice Vasallo-, o se racionaliza, pero que está al acecho para aparecer con toda su potencia toda vez que es desafiada en alguna de sus partes sensibles. El orgullo nacional choca irremediablemente con el rechazo al extraño. Los rebotes del pasado colonialismo llegan dando ruidos opuestos, mezclando de forma torpe el eco de las culpas con las pesadas cargas de las reparaciones históricas, los arrepentimientos y los rencores. Y me parece una contradicción no resuelta, al menos en mi capacidad de sacar conclusiones y tomar posición. No me inclino a creer que estas manifestaciones de exclusión del lado de los franceses sean producto de “desprecio humanista”, sino más bien correlatos del encuentro con su propia encarnación nacional desideologizada, despojada de epopeyas literarias.

"¿O "indígenas" de la república”, "bárbaros que rechazan la asimilación", como lo declara Radio Courtoisie, que utiliza el concepto de "guerra étnica" proponiendo reemplazar la palabra "inmigración" por "invasión"?

"..¿cómo salir de la contradicción inherente al discurso colonialista. humanista que soñaba con reunir a sus súbditos bajo la férula de una república para todos que unificara todas las diferencias? ¿Es posible recubrir todas las diferencias? Ese discurso se resquebraja ahora. Lo que queda en descubierto es el desprecio humanista (y el odio del despreciado)."

Es como se pone evidencia la impotencia de los valores democráticos y políticos del campo del discurso, contra los mandatos de la sangre acerada en los valores de una cultura y una nacionalidad, de sentimientos y valores arraigados desde las vísceras con los que se ha construido esa identidad soberana. Por un lado un “yo” cultural que se pone en evidencia, muestra las hilachas de su condición de gigantesca racionalización, de expresión idealizada de altura cívica y construcción intelectual, de un estiramiento imaginario y sobrevaluado de la propia capacidad moral. Un reino de la tolerancia, del fraternalismo internacionalista, de la construcción común, un “Todos seremos uno y no habremos de discriminar a la gente por su raza, origen o condición”. Mentiras. Es que del otro lado está el “ello” de una identidad que se basa en la necesaria diferenciación de los diferentes, de eso se trata, gobernada por un poderoso instinto básico nacional, un instinto que es racial aunque no llegue necesariamente a ser racista.

El Otro nunca es parecido a nosotros, sino no sería el Otro. El Otro es a veces un impuesto a pagar por la civilización, una consecuencia a pagar de nuestras debilidades sentimentales y de nuestras literaturidades ideológicas. Los hechos son siempre más reaccionarios que las palabras.
A la hora de salir del trabajo cansados y angustiados todos somos más de derecha que a la hora de ver una película.

Pero para no poner el foco solo en un lado, de parte de los revoltosos a la comprensión se llega desde la deformación. El razonamiento desde el rechazo podría ser “¿Así les pagan a una sociedad a la que “invadieron” y de la que se valieron para matarse el hambre y gozar hoy día de un status mínimo pero abismalmente mejor en lo material que el de millones de padecerores de los países atrasados?”. Pero es también literatura de héroes esperar que se pueda experimentar este tipo de procedimientos morales para grupos sociales que se pegan al borde escabroso de una cultura occidental que no es otra cosa que la cultura del hecho consumado, de la medición fría y despiadada de resultados y relaciones de fuerzas, y donde no hay lugar para gestar lógicas de lealtades y gratitudes sociales inexistentes, o de escrupulosas especulaciones. Nada importa más que exigir lo que se pueda tomar hoy según la posición, tomar todo lo que se pueda. Llevar la zapatilla de marca no es una elección, es una recolección de una posibilidad que está disponible, y la sociedad de consumo de occidente enseña que si está debe ser usada. Todo signo suelto debe ser capturado y devorado, es la forma de alimentarse, sea una moto, una zapatilla o un tatuaje.


"...Sí, muchos de ellos odian a Francia y son franceses nacidos en Francia. Reaccionan a la imagen que les devuelven los medios, que transforma las periferias en zoológicos dignos de curiosidad en los momentos puntuales de las campañas electorales. Sí, odian al que los desprecia."

El rencor y el recelo están a la orden del día. De acuerdo, en la parte II de mi primer post mencioné la importancia de los medios en la construcción de la inclusión. No se en que grado de consenso los medios reflejan esta actitud en Francia.

diciembre 17, 2005

Una exclusión asistencial (I)

El tema de las recientes revueltas francesas renació en los blogs con los posts de Xenia y Massei, más la reacción de Freidenberg. Yo escribí algo hace un tiempo, y hoy día mi conclusión es que queda expuesta cada vez más la endeble sustentabilidad de cada tentativa de explicación, por más que eso no quite que me encante escribirlas y leerlas. Todos los intentos que he leído y el mío propio, se parecen más a un acertijo mejorado de testigos lejanos, lectores de señales de quinta y sexta mano, decodificadores que actuamos por analogías y semejanzas; demasiados transportes de análisis generalistas que ante casos como esto resultan azarosos en demasía. No tiene nada que ver con si los análisis son serios o no, podrán ser serios sólo porque no los hacemos en broma, pero si de algo adolecen es de falta de cimientos sólidos al carecer del mínimo y vital elemento: la observación vivencial de los hechos. Es cierto que no se necesita vivir en cada aldea de occidente para reflexionar sobre los hechos que en él ocurren, la información nos permite ganar alas, pero en este caso esa carencia de presencia en vivo es crucial, y no hablo de la presencia tipo cronista de guerra que acude cuando los conflictos ya sucedieron, sino a quién convive durante la gestación.

Pero así es como lanzo un actualizado tiro al blanco más desde la galáctica lejanía del análisis hiper tercerizado:

Tal vez toda la quemazón francesa sea más por un exceso de asistencialismo que por su carencia. Un “queremos dejar de llevar el estigma etnológico-cultural que significa ser un asistido, y la limitación en el ascenso económico-consumista que al mismo tiempo implica seguir siéndolo”


Lo que falta es “asistencia” en materia de inclusividad psicológica. Lo que plantea Xenia lo veo correcto para un medio como el argentino donde las redes sociales se caracterizan por ser de desprotección y desamparo garantizado, pero no en Francia donde esa cuestión hace rato que ya ha sido superada y el asistencialismo funciona con un alto grado de normalidad para cubrir ese tipo de carencias básicas. Una cosa es mantener a los marginados del patio del fondo sanos, gordos y abrigados –esto está logrado por el estado-, otra muy diferente es hacerlos pasar al living de la centralidad identitaria. Ese tipo de inclusión no se puede delegar en un estado, en los principios asistencialistas del humanismo cívico o académico, hay que hacerla ensuciándose las propias manos.

El planteo de Massei me parece correcto sólo como una parte del asunto, en el que el brote tiene que ver con frustraciones trans-supervivenciales; no se trata de hambre o marginación del tipo carnal latinoamericano, es decir: cagarse de frío, no tener ni para un kilo de pan, lavarse la cara con agua podrida o mendigar un medicamento. Pero creo que no es determinante ni suficiente en si mismo, ya que las motivaciones de las reacciones tienen que ver con un choque contra un muro compuesto probablemente por un cóctel donde se mezclan la falta de movilidad social típica de las sociedades europeas -muchos más estables y estancas en materia de ascensos- y la falta de inclusión social-cultural de los marginados. No me parecen convincentes los argumentos a favor de mostrar cuán integrados están esos periféricos, basados en que son segunda o tercera generación o de que conviven con los franceses en escuelas y fábricas. Desde el momento que existe el ghetto por ejemplo, podrán ser de octava generación pero si siguen viviendo en el ghetto e identificados como tales.

El mecanismo psicológico de la avidez renovada del consumo hace que los objetos de fijación del deseo muten ascendentemente a los escalones superiores ni bien se hace pié sobre el terreno firme de alguno de ellos. Al traspasar una frontera escapando de frustraciones primarias, tener trabajo y comida sirve durante un tiempo, pero luego es insuficiente para calmar los nuevos deseos y la “opresión” psicológica de la exclusión.

En las opulentas sociedades industrializadas ese muro de la cerrazón a la inclusión se levanta de pronto y aparece como inexpugnable. Y es económico a la vez que etnológico-social y cultural. Sucede que el acceso en primeras instancias a cierto nivel interesante de bienestar es relativamente fácil, pero luego se ingresa a una zona de meseta que se va descubriendo cerrada por mil candados. El acceso a trabajos de mayor responsabilidad se hace remoto, las vías de expansión se estrechan y la sociedad parece marcarle claramente quién es quién y cual es el límite, cuando paralelamente las tentaciones del consumo se multiplican. Hasta ahí si, más de ahí no. No es pasar de la moto de 1000 a las de 15000 euro, es pasar de la periferia a la centralidad.

Nadie quema autos solo porque de pronto súbitamente se da cuenta de que no puede subir un peldaño en el escalón de consumo, hay un componente mucho más denso y multidimensional que ha hecho madurar el encendido de la mecha. No se trata de un problema de falta de asistencia social, sino más bien de su exceso, y las consecuencias de su condenatoria eternización.

diciembre 14, 2005

Hargentina florida

Una buena noticia para mi es ver que hoy el excelente sitio español El Florido Byte ha citado una vez más un texto de este blog. Gracias a sus hacedores por el eco

diciembre 13, 2005

Papeles pixelados

Apuntes sueltos sobre la cuestión de los libros y los libros.


Leyendo el reclamo de Margulis en Kaputt dominical, me pareció muy ajustado el señalamiento de Acteón en los comments de una contradicción: si el e-book ha de plantearse como medio alternativo no puede esperar que su difusión sea ofrecida por las mismas estructuras "críticas" vinculadas -en una tradición negociada- a sostener lo producido por las editoriales tradicionales. No es que sea el reclamo me parezca carente de razones, pero la prensa central somete a ninguneo no solamente al e-book sino a todo tipo de expresiones culturales que se hallan fuera del circuito establecido: discos, libros, muestras de artes visuales, teatrales, etc, y todos sabemos que si se paga el espacio o se llevan avisos es altamente probable que se publique una reseña de cualquier cosa, sea texto electrónico, virtual o impreso con una Citizen de matriz de punto sobre papel higiénico. Lo que me parece que se deja notar como la contracara de la argumentación un tanto despechada de Margulis, es que existe en el ambiente cultural una fuerte y marcada discriminación hacia las publicaciones electrónicas, no se considera que “eso” ( un e-book ) sea una obra digna de ser tomada en serio. Vamos a los hechos: predomina muy fuertemente la idea de que escritor que existe es el que publica en editoriales reconocidas y cuya reseñas salen en los medios grandes, todo lo demás guarda un sabor amateur, de segunda o por qué no de cuarta, por más revestido que aparezca con los fosforescentes esmaltes de toda la nueva ola virtual, alternativa, internética o informática. Muchos se extrañarían que alguien que ostentase el antecedente de haber “publicado” e-books o sólo material en web, tuviera el tupé de hacerse llamar “escritor”. Dan por sentado un proceso: que el filtro editorial es la solemne garantía de selección de calidad. Parece mentira que cuando hay tantas demostraciones de lo contrario a plena luz de los días, se crea de modo obcecado en esta visión. Se aplica, en su más irracional versión, el viejo y calamitoso “por algo será”: si lo editó Editorial Fulana debe ser bueno, debe haber pasado el tamiz de la aprobación de los supuestos consagrados catadores de literatura. Como si entre las intrincadas situaciones que determinan el lanzamiento comercial de un libro o no, que van desde el juego de las más sórdidas cadenas de influencias hasta las más desnudas tramitaciones comerciales, mediara un tribunal de evaluación arstística de las obras compuesto por representantes inobjetables de la más confiables de las sabidurías literarias. Por consiguiente, si no lo pasó y es un pobre cretino refugiándose en las ratoneras alternativas de la vulgarizada web, no debe ser muy bueno que digamos, por algo lo rebotaron. Los cerebros de muchos consumidores -y peor aún de evaluadores de cultura- descansan sobre este norte orientativo que dentro del medio cultural todavía goza de una férrea supervivencia. Ayesha debiera empezar al menos por armar un buen cóctel de presentación de sus e-books, en el salón de algún buen hotel, con buenos tragos y sanguchitos de miga.


Voy a escapar de pensar sobre los condicionamientos recíprocos entre soporte y contenido. Vamos a la cruda praxis de los objetos. Lo que debe resolver la edición electrónica primero es el trabajo sucio de difusión y valoración, toda vez que el público, por lo general carente de aquellas referencias de calidad mencionadas, está totalmente desorientado ante el encuentro azaroso de publicaciones. Todavía no existe una red crítica alternativa, faltaría construirla sumando firmas de prestigio que ejerzan la crítica literaria en la web –con el riesgo de reproducir el mal anterior- o bien inversamente de construir prestigio (¿) sobre las firmas que ya son publicantes de la web.
La red permite con un saltito astuto traspasar los alambrados de púas de la otrora obligatoria mediación editorial. La descarga paga es un primer gran paso, el primer gran acierto para comenzar con una posibilidad de que el escritor obtenga algún peso por su trabajo, más allá de que los riesgos de la piratería o del libre intercambio imparable prometan estrangularla a poco de que comience a respirar. Luego el tema es que puede hacer el lector con ese archivo si no quiere leerlo en pantalla. Creo que la clave va a estar en una cuestión técnica: que haya alguna forma de hacer imprimir ese texto en forma casera a un relativo bajo costo. Lo he intentado con mi impresora láser hogareña, me fue imposible calcular el costo, pero supongo que para una máquina grande bajaría. Si le compro el libro a Ayesha y resulta ser una interminable novela, pero puedo imprimirlo en algún lugar y tenerlo en un formato tipo anillado o cuadernillo, no estaría tan mal. Costaría esfuerzo pensar que “eso” podría poblar nuestra biblioteca pero es cuestión de costumbre, o tal vez recordar si alguna vez estudiamos que tal vez el apunte que más nos enseño en la facultad era aquel fajo informe de hojas fotocopiadas que guardamos con todo cariño en algún cajón.


El blog como soporte es muy flexible y admite muchos usos. ¿Acaso no hubo un blog que fue una novela por entregas? Ninguna novedad, el blog aquí mezclaria cosas del libro y del diario (periódico) . Total unidad conceptual. El cuento por ejemplo, ¿no es un género amigable al soporte blog o website? ¿No se podría acaso publicar o bien un libro de cuentos directamente o si el trabajo tiene 10 o 15 cuentos publicar uno por semana? Gustavo Nielsen es el que más ha “experimentado” en eso; pensemos si leer un cuento de los suyos es tan diferente en pantalla que en papel. Pero sería interesante fijar un umbral, ¿cuanto ustedes pueden leer en pantalla un texto corrido? En mi caso no pasa de unos 15-20 minutos, pasado ese lapso empiezo a sentirme cansado, las sucesivas bajadas de pantalla me marean. Una idea: lo que comienza a molestar y cansa es el hecho de que el texto no tiene “unidades visuales cerradas”, es decir, páginas que se puedan leer sin generar “movimientos” de enfoque visual en la pantalla, y hay que usar esa insufrible barra o el mouse para bajar y enfocar. Mi ideal sería si tuviera un texto metido en un programa de lectura que presente la página entera legible desde un solo golpe de vista -habría que considerar los tamaños relativos de tipografía y pantalla- y cuyo cambio de página responda a un solo click, sin usar la barra ni el mouse para moverse. Si la unidad de texto queda fija creo que se reduce el cansancio.

diciembre 09, 2005

Entre tenedores

Los síntomas son desenfoques visuales, regurgitaciones, dolor de cabeza y asfixia por la fealdad existencial de los días que se pegan cada vez más veloces unos a otros, sumiéndonos en una especie de flatulencia aérea que sobrevuela cada uno de nuestros actos y de nuestras dudas. Un cosmos dominado por las fases enfáticas, los códigos anoréxicos, las crueles medianías que oscilan entre el infierno de un ascenso de saciedad insuficiente y un hundimiento de evacuación irremediable. Trozos de apetitos cuidados entre algodones, porque ese desenfado obsceno que llaman postmodernidad en decadencia es nada menos que el emputecimiento de las variables maleables de un entorno que se autodestruyen en veinte segundos. Los hitos de la cuestión se dejan ver como anuncios publicitarios. Hay proclamaciones, denuncias, novedades, pequeños pinchazos inesperados, histerias e historias. La curiosidad dejó de ser una virtud, es una condición necesaria en la supervivencia frente al poder del entretenimiento. Criarse en estos tiempos es dotarse para ser un bien entretenido, para extraer del entretenimiento que dan las pantallas un oxígeno vital, es la nueva fotosíntesis humana.
El poder es entretener, que es una categoría de dominación más sofisticada y efectiva que el sencillo tener o poseer, que implica solamente un estado independientemente de la calidad del vínculo. Entretener es sostener la cautividad de los Otros dentro del marco inofensivo de la docilidad y del regocijo. Entretenedores, entre tenedores nos tienen para devorarnos a sorbitos el cerebro un poquito en desayuno, almuerzo, merienda y cena. Entretener es atrapar, y atrapar puede tomar mil nombres: captura transitoria, detención efímera, privación legítima, momentánea y voluntaria de la libertad de repudio, absorción flotante.

La literatura no está exenta de esta peste arrasadora. El libro queda reducido al combate entre las fuerzas que me instan a dejar la página y las que se oponen intentando retenerme en ella. El lema unánime de la literatura es atrapar al lector. ¿Quién renuncia a ello? Los talleres literarios deben ser el lugar a donde han llevado a la literatura para repararla. Y como en todo buen taller lo que no saben arreglar lo descomponen. Porque se ocupan de la magna monumentalidad del lector, ese ganado escurridizo, vacunado de sentidos y sin tiempo para resistirse a la red que lo debe atrapar. Y así pululan bajo la pálida y cadavérica luz de escritorios y computadoras, practicantes y estudiantes de la escritura en busca de la cumbre, engrampar al lector, encerrarlo, adherirlo, esposarlo, mantenerlo en concubinato, enredarlo. Y no hay diferencia entre el lector y el crítico, ya que cada vez más el crítico es el único lector. Los textos deben emanar unas fuerzas centrípetas, para ello se desguazan fórmulas, se dan recetas caseras como esas para ir bien de cuerpo y espíritu, se dilatan todo tipo de orificios en pos de la caza de bultos.
Se enseña que la literatura es tejido.

Dos fases quedan firmes después de remover sus tejidos inútiles: impacto y retención. El golpe es eficaz como sacudimiento, pero es insuficiente, se debe golpear para bajar guardias y defensas, pero también se debe tejer los lazos de la red que garantice la imposibilidad de la huida. Toda corriente de realidad es conducida a su pronta digestión y disecación, sus frutos secos acompañarán la mesa servida y vaciada. Todo se transforma y todo se recicla, todo volverá a ser lo que fue, el mundo como cloaca de reciclaje. La era del vacío de Gilles Lipovestky se está llenando.

Hay que mantener renovable el recurso que alimenta la industria: la avidez. Todo parte de inspiraciones conceptuales físicas y fisiológicas. Por una parte sabemos desde la física que el azar es un recurso renovable, la satisfacción del conocimiento del número de quiniela que salió hoy inaugura la expectativa de número que ha de salir mañana. El secreto de la renovación vacía es la dinámica de lo que se presume será diferente mañana pero cuya única novedad es que será igual. Aquí yace el milagro de renovar infinitamente la avidez por entretenerse. El otro apoyo es trabajar sobre el mandato fisiológico de la repetición. El ser humano está estructurado por la repetición, no por la innovación, por la repetición de la repetición y por la expectativa de la repetición. Los latidos del corazón son repetitivos, lo es la respiración, en su repetición representan la plena expresión de la sanidad. Hábitos, ritos, costumbres, son nombres inadecuados para describir semejante potencia de condicionamiento. Y la Norma y la Regla son sus hijas más famosas, que nacieron para homenajear a su padre la repetición, para darle respeto.

El sexo es repetición, se busca volver a obtener el placer ya conocido, no se va en pro de un nuevo placer desconcertante. Por ahí se fantasea con la posibilidad de sentir algo nuevo pero lo que termina dando placer es reconocer el placer anteriormente experimentado. El alivio de la cara conocida. Freud casi hablaba de un mecanismo de carga de tensión que producía displacer y una corriente que partía en busca de la distensión – y eso no era otra cosa que el mecanismo del deseo-. Ese dispositivo se reciclaba sucesivamente, pero hay una novedad bajo el sol: la distensión se hace presa de la repetición y de la imitación, ha cargado en memoria un tipo de distensión y se hace dependiente de él y es probable que vaya progresivamente perdiendo la posibilidad de sentir placer con otro.

Repetirse es vivir. Las sugerencias son explícitas hasta la exasperación. Los dientes del sentido común trituran significados dispersantes como procesadoras de residuos. Yo sigo usando símiles alimentarios, y necesito empezar urgente una dieta para bajar diez kilos.

diciembre 02, 2005

Será injusticia

No entiendo la inclinación notoria en los jueces y abogados en demostrar que lo jurídico no tiene nada que ver con la justicia a la que apelan cuando sienten la necesidad de justificar las aberraciones e ineficiencias del sistema del que forman parte. Cuando al mismo tiempo y por otro lado, cuando les conviene para darle solemnidad, status y poder simbólico a su tarea, no dejan de llamar de forma rimbombante “Justicia” a todo aquello que tenga que ver con cualquiera de sus oscuros trámites. Así es que no dejan de nombrar esa palabra en todas las formas posibles e invocar la noción y el concepto de “Justicia” toda vez que pueda infundirlos de sacralidad y hacerlos sentir iluminados pro-hombres ejecutores de tan magnas tareas muy por encima de la común trivialidad del resto de los mortales. El colmo es que en muchos actos administrativos se dice el solemne, presuntuoso y falso “Será Justicia”. Otras veces cuando se dan cuenta que la justicia es una concepto filosófico y social demasiado significativo para andar manoseándolo entre las acrobacias de los expedientes prefieren decir ¨ajustado a derecho¨.