De
todos los objetos, los que más amo
son
los usados.
Las
vasijas de cobre con abolladuras y bordes aplastados,
los
cuchillos y tenedores cuyos mangos de madera
han
sido cogidos por-muchas manos. Éstas son las formas
que
me parecen más nobles. Esas losas en torno a viejas casas,
desgastadas
de haber sido pisadas tantas veces,
esas
losas entre las que crece la hierba, me parecen
objetos
felices.
Impregnados
del uso de muchos,
a
menudo transformados, han ido perfeccionando sus
formas
y se han hecho preciosos
porque
han sido apreciados muchas veces.
Me
gustan incluso los fragmentos de esculturas
con
los brazos cortados. Vivieron
también
para mí. Cayeron porque fueron trasladadas;
si
las derribaron, fue porque no estaban muy altas.
Las
construcciones casi en ruinas
parecen
todavía proyectos sin acabar,
grandiosos;
sus bellas medidas
pueden
ya imaginarse, pero aún necesitan
de
nuestra comprensión. Y, además,
ya
sirvieron, ya fueron superadas incluso. Todas estas cosas me hacen feliz.
Bertold Bretcht, 1932
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