El contraste suele ser el sostén de cualquier forma expresiva y eso se verifica aún en la percepción y significación de los hechos políticos. Se ha subrayado en la mayoría de los análisis posteriores al reciente triunfo de Cristina Kirchner en las elecciones presidenciales, la gran capacidad de reivención demostrada tanto por el kirchnerismo como fuerza política en función de gestión, como por la propia Cristina en el trascurso de su todavía vigente primer mandato. Una saludable capacidad de reacción que sostuvo con tenacidad los principios básicos pero se apoyó en una gran inventiva e inteligencia política para articular los matices, acentos y modalidades necesarios ante cada ocasión. Pero esta característica no surgiría tan radiante y nítida ante la realidad si no fuera por el contraste que representa frente a la expuesta por una oposición derrochadora de actitudes contrarias a cualquier “reivención”. Hablada desde afuera por las corporaciones de la prensa a las que entregaron la tarea de dictarles todo guión, se han mostrado atrincheradas tras la repetición del mismo discurso, y una tan inalterable como orgullosa asunción de la incapacidad de propuesta.
Precisamente, la prensa hegemónica, asumiendo un rol directriz -mitad por impetuosidad propia y mitad por la vocación claudicante de la oposicion política que le habilitaba esa intención con un acatamiento automático- abusó de un recurso clave del que ha dispuesto históricamente pero al que nunca se vio necesitada de acudir con tanta desesperación: la potestad de cargar de interpretación tendenciosa cualquier noticia y dirigirla en contra de un enemigo, en este caso el gobierno. Ese abuso termina primero volviendo inocuo el recurso para finalmente tornarlo contraproducente en tanto la percepción lectora va encontrando cada vez más su artificiosidad (mal) intencionada. También la insistencia en camouflarse bajo un manto de “independencia” acelera el efecto irritante y descalificador, que solo obtiene aprobación de minorías especialmente hostiles a cualquier tipo de política social y más aún, que provenga del peronismo. ¿Serán capaces de “reinventarse” abandonando la negación y la obsesión por volver al tener el control de antaño? ¿Asumirán la imposibilidad de una regresión a una manera de hacer negocios ante una ley de medios que ha sido ratificada hasta el cansancio?
Precisamente, la prensa hegemónica, asumiendo un rol directriz -mitad por impetuosidad propia y mitad por la vocación claudicante de la oposicion política que le habilitaba esa intención con un acatamiento automático- abusó de un recurso clave del que ha dispuesto históricamente pero al que nunca se vio necesitada de acudir con tanta desesperación: la potestad de cargar de interpretación tendenciosa cualquier noticia y dirigirla en contra de un enemigo, en este caso el gobierno. Ese abuso termina primero volviendo inocuo el recurso para finalmente tornarlo contraproducente en tanto la percepción lectora va encontrando cada vez más su artificiosidad (mal) intencionada. También la insistencia en camouflarse bajo un manto de “independencia” acelera el efecto irritante y descalificador, que solo obtiene aprobación de minorías especialmente hostiles a cualquier tipo de política social y más aún, que provenga del peronismo. ¿Serán capaces de “reinventarse” abandonando la negación y la obsesión por volver al tener el control de antaño? ¿Asumirán la imposibilidad de una regresión a una manera de hacer negocios ante una ley de medios que ha sido ratificada hasta el cansancio?
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