En el instante que tomo conciencia del decaer de mi rebeldía, en la hora donde mi horizonte sensible se vuelve un negrísimo manto de nubarrones opresivos, respiro profundo y me dirijo al primer lugar donde pueda mirar la noche abierta. Y me basta subir la vista para ver un cielo estrellado contra un muro cósmico de infinita rigidez, que ha quedado hecho añicos, muy herido y llorando...
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