Anoche tenía ganas de ir al cine. Acá en la ciudad de Villa Mercedes, San Luis, donde estoy por trabajo, hay un complejo de cines nuevo muy lindo y moderno con cuatro salas y tecnología 3d. Selecciono por internet que película podría ser. Había dos que me parecían mirables; una era “Man in Black III” en 3d, la otra “Shame” de Steve Mc Queen con Michael Fassbender. Me decido por la película de Mc Queen. Por último analizo los horarios y elijo ir a la función de las veinte cero cinco. Como eran menos cuarto parto. Obviamente no se trata de una gran ciudad y las películas las pasan todos los días a partir de sus estrenos los jueves. Eso sumado a la noche fría me hizo pensar que la función no iba a estar muy concurrida. Llego al complejo, pocas personas, un par de parroquianos en el bar, otros tantos que se asoman más allá cerca de donde se ingresa a las salas. Me acerco a la boletería. “Una entrada para Shame por favor, ahora a las veinte cinco”. La chica asiente, me cobra veinte pesos, me indica que es en sala dos y me da la entrada. Miro el celular que hace las veces de reloj y como eran ya las veinte me voy acercando a la zona de ingreso. Desierto total. Espero. Pasan unos minutos y llega la misma chica de la boletería que me dice “Puede pasar, le corto la entrada”. Ok, gracias, y avanzo. Aparece la clásica oscuridad de las salas, el reflejo de las luces de piso, el tono oscuro de los pisos y los tapizados de las butacas. La sala es de esos típicos microcines para unas cien, ciento viente butacas. Camino y miro para ingresar a una de las filas y ya tomo conciencia de que no hay nadie. Me acomodo lo más tranquilo en una de las butacas y respiro. Miro la pantalla y a mi alrededor. Nadie entra. Soledad total. Los minutos pasan y de pronto comienzan la función con los avisos. Entonces siento como si algo resonara desde algún lugar, como si fuera una voz oculta que me dice que la van a pasar para mi solo. Pasan los avisos y trailers y comienza la película. Es irreversible que seré el único espectador. Con los minutos que avanzan se confirma. Trato de concentrarme en la trama, pruebo a imaginar que hay gente, pruebo a imaginar que me volví millonario y me compré una mansión con cine propio. Llega el final, se encienden las luces de piso, salgo rápido de la sala como hice todas las veces de mi vida que fui solo a un cine. Cuando estoy saliendo miro hacia la pantalla y en créditos del final se deja ver el título: “Shame” (vergüenza). Si, ahora ya puedo ponerle un nombre a eso extraño que sentí durante las casi dos horas que estuve allí sentado.
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