En los últimos -y no tan últimos- tiempos, he encontrado en la mayoría de los artículos que pueblan las secciones o suplementos culturales de diarios, revistas y hasta blogs de corte periodístico-ensayístico, una tendencia a superpoblar las notas de citas, referencias de trabajos, datos, fechas y muchas menciones de nombres propios, sobre todo eso, nombres, a veces hasta tres, cuatro o cinco cada diez líneas. ¿Se supone que esto garantiza el rating lector? ¿Existirá la creencia que no se puede retener a un lector si no se hace referencia a un nombre propio cada tres líneas? Es evidente que es toda una escuela de formación -o deformación- periodística que no concibe otra forma de escritura que el suministro de datos, una obsesión para que el texto informe de cosas, puesto que el periodismo en esencia ha quedado reducido a eso -si es que alguna vez fue otra cosa-: pura crónica y chimento, transcripción de hechos, transcripción de frases, transcripción de experiencias. El periodista cultural parece obsesionado por demostrar que tiene información, anécdotas, datos, si son exclusivos, mejor. El aporte de ideas propias del autor es mínimo, como si para que tuviera “interés periodístico” debiera tener la nota la menor cantidad posible de ideas propias del autor; en realidad debiera no llamarse otra cosa que notero o compilador. Acometen el ensayo periodístico con la obsesión de dar información profundamente erudita y novedosa, desconocida, que se vea fresca y a la vez excepcional, recién revelada pero guardada entre llaves, casi al filo constante de la primicia. Antes que el pensamiento se impone la noticia, el dato, la referencia. El autor se vuelve transcriptor más que escritor. Alguien me podrá decir ¿Pero como se puede escribir en una nota de cultura si no se la llena de nombres y datos? Preferiría que se pudiera hacer de otra forma.
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