El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

octubre 05, 2011

Contrapelos II


Odio aquello en lo que se convierte lo narrado, esa condición de pieza, de objeto acabado que adquiere donde el tono después de la articulación se vuelve un aire inmundo de solemnidad. No puedo evitar que las campanas que portan las palabras suenen antiguas, como si se quedaran a resonar su propia alcurnia saturada de tradición, o retumbara como maldición sobre cada una ellas unos ecos ceremoniales. A veces escribir es componer una música despreciable.

Quisiera evocar esos momentos de dorada apatía, cuando mis ropas propulsoras me arrastraban por los desiertos del tiempo, en mi soledad clínica. De esas liturgias del hastío, grises y pueblerinas, de caras conocidas como derrota, de amigos y vecinos como anfitriones de una cárcel conspirativa. Cuando vivir se convertía en un aterrador devenir vegetativo, morando entre reflejos escuálidos de una irrespirable imposibilidad de aventura, nutrido apenas con unos gramos de ensoñación proteica para prolongar la espera por algún próximo destello milagroso de ruptura. Recorrer las mismas calles gastadas por los sentidos, repetir la ceremonia de la observación de sus accidentes morfológicos inmutables, caras, negocios, vidrios, colores de veredas, repasar una y otra vez su pobreza emisora, era un ejercicio a pérdida, que te vaciaba las escasas reservas de inspiración transformadora en segundos. Esa experiencia paradójica del encierro laberíntico en una inmensidad disponible, de sentir la estrechez sofocante en el medio de la anchura más optimista, te educa acerca de la farsante reputación de la libertad, tal vez la más engañosa de las ofertas del mercado de valores. La libertad nunca es generosa, porque su oferta está siempre condicionada después de la propaganda inicial, está administrada por un monstruo indestructible que se hace presente ni bien atravesamos sus puertas abiertas. Se esconde el maldito cinismo tras su fachada promisoria, y para todo lo que tocamos rige una penalización, para cada ilusión de descontrol existe un repudio fatal, execrable.

Todo paso libre es un paso en falso. Todo paso es un paso en falso.


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