Recuerdo una anécdota tal vez trivial que viví hace unos meses. Estaba en el salón comedor de un pequeño hotel de una ciudad de la provincia de Buenos Aires; obviamente el televisor clavado en TN deja oir el relato de una noticia: “la gobernadora electa de Catamarca reivindicó a su primo Ramón Saadi por el crimen de Soledad Morales”. La empleada de turno, una señora de unos 60 años le dice a una señora de la misma edad que desayuna y pregunta un tanto incrédula si la noticia que ha oído es efectivamente así. La empleada responde ”Si, mire, está en el diario...”, dándolo por cierto, y ese diario es Clarín obviamente. La señora ignora que la de Clarín es la operación informativa de un actor político, cree porque tiene internalizada o naturalizada la idea de la neutralidad del medio, “lo dice en el diario” suena como una explicación de fundamento irrefutable y lo impersonal de la referencia a “el diario” cuando en realidad es “un diario”, por lo que se toma a lo general por lo particular. Esto no es nuevo, en una época fue “lo dijo la radio” señalando una referencia impersonal de indubitable verdad.
Los medios son actores políticos y tienen el privilegio de haber instituido para gran parte las personas la idea de que no lo son. La diferencia del político explícito es la confesión de sus fines que pone en evidencia su propia condición sin poder enmascararlo, lo que mina desde el vamos su credibilidad a la hora de usar estrategias de cobertura. Cuando un político declarado toma una postura a menudo se la juzga poco sincera o se duda que obre según sus convicciones diciendo que “está haciendo política”, el tema es que un medio toma una postura igualmente política logra que esta no sea juzgada como tal sino como un acto neutral, genuino, motivado solo por fines profesionales o éticos como el deber de informar al público o el compromiso con la verdad. ¿Pero por qué se descree de los políticos en tanto se asume que hacen política y se les cree a los medios en tanto se ignora que hacen política? Obviamente, ellos como creadores de la realidad se reservan un lugar de credibilidad, operan para construirlo en cada mensaje que emiten.
El desangelamiento del periodismo y de los medios, el haberlos obligado a exponer con toda crudeza su doble condición es una de las consecuencias de las políticas de confrontación instaladas por el kichnerismo. Nunca antes desde el poder político se llegó tan lejos en la disputa de la hegemonía del discurso, nunca se les planteó la disputa en su propio terreno. Y los resultados han sido notables, al punto que se comprobó que obligados a defenderse los medios perdieron la capa se sutileza que los enmascaraba y mostraron el hueso de su descarnada representación de intereses. Y son resultados cuyos réditos pasarán a toda la sociedad y servirán a cualquier fuerza política no conformista que surja en el futuro más allá de los límites y la suerte futura del propio kirchnerismo.
En el fondo se trata del enmascaramiento de la función política del poder económico, de las empresas y de las empresas mediáticas en especial -que son las que trabajan con la materia prima clave a la hora de las decisivas tomas de de decisiones del pueblo- con el fin de naturalizar la creencia de que solo el Estado detenta un Poder capaz de incidir en la libertad de todos, que el dominio de origen económico no es tal y solo es una consencuencia del “juego libre”.
Los medios son actores políticos y tienen el privilegio de haber instituido para gran parte las personas la idea de que no lo son. La diferencia del político explícito es la confesión de sus fines que pone en evidencia su propia condición sin poder enmascararlo, lo que mina desde el vamos su credibilidad a la hora de usar estrategias de cobertura. Cuando un político declarado toma una postura a menudo se la juzga poco sincera o se duda que obre según sus convicciones diciendo que “está haciendo política”, el tema es que un medio toma una postura igualmente política logra que esta no sea juzgada como tal sino como un acto neutral, genuino, motivado solo por fines profesionales o éticos como el deber de informar al público o el compromiso con la verdad. ¿Pero por qué se descree de los políticos en tanto se asume que hacen política y se les cree a los medios en tanto se ignora que hacen política? Obviamente, ellos como creadores de la realidad se reservan un lugar de credibilidad, operan para construirlo en cada mensaje que emiten.
El desangelamiento del periodismo y de los medios, el haberlos obligado a exponer con toda crudeza su doble condición es una de las consecuencias de las políticas de confrontación instaladas por el kichnerismo. Nunca antes desde el poder político se llegó tan lejos en la disputa de la hegemonía del discurso, nunca se les planteó la disputa en su propio terreno. Y los resultados han sido notables, al punto que se comprobó que obligados a defenderse los medios perdieron la capa se sutileza que los enmascaraba y mostraron el hueso de su descarnada representación de intereses. Y son resultados cuyos réditos pasarán a toda la sociedad y servirán a cualquier fuerza política no conformista que surja en el futuro más allá de los límites y la suerte futura del propio kirchnerismo.
En el fondo se trata del enmascaramiento de la función política del poder económico, de las empresas y de las empresas mediáticas en especial -que son las que trabajan con la materia prima clave a la hora de las decisivas tomas de de decisiones del pueblo- con el fin de naturalizar la creencia de que solo el Estado detenta un Poder capaz de incidir en la libertad de todos, que el dominio de origen económico no es tal y solo es una consencuencia del “juego libre”.
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