El productivismo capitalista imperante -aunque convulsivo- ofrece la todavía insuperable atracción de la utopía del éxito individual. Un cielo social con un estrechísimo margen de admisión que es percibido como posibilidad tan remota como concreta por las masas por la excesiva publicidad que reciben sus escasos ejemplares admitidos. El éxito proporciona una salvación irresistible en tanto volverse millonario es sinónimo de obtener suficientes recursos como para poder hacerse equilibradamente querido, adulado, mimado, envidiado, respetado y homenajeado por doquier. El tránsito vital deviene fuga hacia adelante y carrera de ratas, bajo las ceremonias distributivas de ese frenesí luctuoso que caracteriza a la furia evaporadora de rivales. La diferencia entre los millones que reciben los estímulos de fecundación y los pocos que logran conseguirlo conforma una inmensa masa de sustentación, un combustible esclavo inagotable. Es la resta que acumula un resto desproporcialmente masivo, pero tan apartado del foco del deseo como para que se le preste atención.
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