Siempre la lírica literaria me pareció el más cómodo de los libertinajes de la palabra; la joda loca de unas vacaciones sintácticas, la promiscuidad de los vocabularios preferida por los borrachos letrados de la ginebra en ayunas. Toda responsabilidad de certeza ausente; abrir y cerrar párrafos como barricadas que interrumpen el normal fluir del tránsito de sentido.
Que tener relaciones textuales con el lenguaje sea como montar un ejército de artistas que ocupa todo París armado sólo con grandes espejos deformantes. O más vulgar; al viajar en ómnibus y pasar por una piscina pública, descender como borregos para irnos a bañar en pelotas y orinarnos adentro sin complejos. Pero los comisarios de la ortodoxia académica dicen que sólo se trata de contar historias, buenas historias. Contar viene de enumerar, pero hay cosas que no se pueden poner en una lista así de a una y en fila: poner una palabra detrás de la otra es aliarse a una falsedad confesa. ¿Cómo imbricar en vocablos encadenados el olor a tegumento de rana que explica quizá el sinsentido de ésta, tu mañana extrema? “Encadenados” justamente parece un chiste que nos habla de cárcel, la sintaxis como la cárcel de la palabra, la imposible receta de igualar por mera yuxtaposición la oquedad íntima que sentiste cada vez que tu tiempo se detuvo en el recorrido del ascensor con la enfermedad terminal de tus muebles viejos cuya imagen te aburre antes y después de mirarlos.
Obviamente, tanta libertad para embadurnarse de placer autoral aturde, confunde un poco los límites, pero de esa confusión nace la arrebatada liberación de los pánicos, el lanzamiento de los impetuosos contenidos a los que se les ha perdonado sus deudas con los continentes. Como si de pronto todo el diccionario dejara escapar sus estáticas definiciones y una musa desnuda volara desplegada para embocarte con su vagina acaparadora, para verte rechinar los sesos sin celos ni maldiciones, para convertirte en meca, en templo, en abad, en prostituta desvirgante, en gerente de rentas, en festival internacional. No se trata de mayor o menor cultura amiga lectora, se trata de esos imponderables que determinan arbitrariamente que una combinación de palabras termine estallando en pedacitos de sentido, y otras casi igual pero no, pero tal vez si. Es esa mezcolanza sagrada de túnicas bamboleantes, rugidos estruendosos y lamidos húmedos la que permite el ejercicio de la libertad bajo palabra que gozamos. Porque bueno es recordar que todos estamos apenas en libertad bajo palabra, hasta el más tibio poema es una declaración en sede judicial, provisoria promesa de una emancipación imposible.
Y podremos también, por fin, contar la historia del amor abandónico que nos entristece, o las tropelías de una anécdota de viajero, narrar las hazañas del héroe o la heroína ausente de un amor frustrado. Si está tan claro el Objeto de ese deseo, todo lo que se escriba hablara de él, porque ya jamás hablarás de ti hasta que lo liquides: si es un villano, en la hoguera cínica donde le corresponde purgar sus culpas; si es un héroe, en el santuario que le haya edificado tu corazón cesante, como un homenaje de entierro definitivo. Pero lo difícil es hacer crujir los maderos del movimiento cuando no poseemos ese único Objeto orientador que nos clava siempre en la escena fatal con una nitidez casi de clausura.
2 comentarios:
Ahora sí, querido amigo. Tu texto me ha atrapado, me ha contestado interrogantes, me ha hecho sentir en la onda del entendimiento. Comprendo a lo que te refieres, comparto tu manera de pensar sobre las letras y te agradezco que, en lugar de un comentario privado, me hayas dejado todo un post aleccionador.
No todo es contar historias concretas, ni todo es expresar lo que se siente de modo lineal. Está la estética de la letra, la magia de la libertad, la expresión de los sinsentidos... eso es arte literario.
Y es que para todo eres progresivo ;)
Gracias de nuevo, un post delicioso.
Vale Isabel !!!
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