Al Quico Sagasti siempre se lo consideró un rebelde. En la secundaria era de esos pibes inmanejables, llenos de amonestaciones, que ponía bombitas de olor en el baño, dejaba abierta las canillas un fin de semana entero o practicaba karate con la madera de los bancos de su aula. El Quico no era tan mal alumno, era un pibe con inquietudes, se llevaba muchas materias porque estaba en otra y porque su conducta lo tiraba para atrás con los profesores. Estaba en la progresiva para ser más preciso. Desde los quince que andaba con su guitarra y sus vinilos de rock por ahí, metido en todos los recitales a los que se iba a dedo de mochilero. El vago también cantaba en los fogones y junto a otros pibes había armado una bandita. Alto, morocho, melenudo, medio hippie, mucho éxito con las pibas, con las más vagas eh, porque las pibas más de su casa le temían un poco. !Las veces que se agarró a piñas el Quico! Pero con justa razón. No era mal compañero. !Y las veces que se paró frente a los profesores y nos defendió a todos de alguna injusticia! Recuerdo una vez se le paró delante al de química de quinto año que era un hijo de su madre y nos quería tomar una prueba después del viaje de egresados, lo miró fijo y le dijo:
–¡A quién le vas a tomar prueba vos!
El profe que se las daba de tipo cojudo se tuvo que arrugar como un papel. Otra vuelta a la de matemáticas le puso un petardo en el auto en protesta por los aplazos que había puesto.
Mirá lo que es la vida que me vengo a encontrar después de veinticinco años con el Quico. Resulta que yo estoy en una lista de correos de rock progresivo y de buenas a primeras aparece ahí un tal Enrique Sagasti, ¡era el Quico! Enseguida lo contacté y se acordada bien de mí, así que nos encontramos a tomar un café y nos hicimos de nuevo amigos. ¡Cuándo lo vi no lo podía creer! Totalmente transformado e irreconocible; bajó de un Focus último modelo, pelo corto, traje de buena marca, y encima me contó que después de los treinta se recibió de contador y ahora es subgerente de administración en una compañía de seguros. ¡Adónde fue a parar aquel rebelde rockero! La cosa es que seguimos tratándonos mucho hasta que hace un par de días se me ocurrió la fatídica idea, que es la que al final desencadenó el episodio del que ya todos hablan, se me ocurrió invitarlo para ir juntos a ver un recital.
El Quico era todo un caballero, me agradeció la invitación pero me puso una sola condición para ir a ver a Fripp, un artista que yo sabía él admiraba ya en la secundaria de las épocas de King Crimson: que él pagara las entradas porque quería tener una especie de atención conmigo que era su viejo amigo. Por supuesto acepté así que el viernes ocho me pasó a buscar por mi casa y me sorprendió con dos entradas en primera fila. En la puerta me encontré con varios amigos de la lista y se los les presenté al Quico, él todavía no había ido a ninguna reunión del grupo. La cosa es que después de charlar con todos nos acomodamos para entrar. Ahí empezaron las cosas raras, y a mí me corrió una especie de mal presagio. Muchos patovicas de seguridad dando vueltas, demasiados para un recital donde va gente grande, mucha onda represiva. De golpe nos dan un papel donde decía que no se podía ni soplar durante el recital y menos sacar fotos aunque fueran sin flash, que si esto se transgredía en lo más mínimo Fripp se las tomaba y nos quedábamos sin recital. Nos sentamos. De movida otros tipos de nuevo que pasan y nos dicen lo mismo. Yo lo tomé bien, pero me di cuenta que algo le cayó mal a Quico, su rostro cambió de pronto, como si algo se hubiera revuelto dentro de él y por momentos creí ver aquellos gestos del muchachón rebelde y peleador que se venía escondiendo en esta nueva fachada de circunspecto gerente. Sólo atiné a decirle
–Y bueno…. Sabemos como es el Maestro, tiene sus exigencias, el tema es que si alguien hace una macana el tipo se va en serio y nos quedamos sin recital…
Me respondió con la cabeza afirmativamente, pero como abstraído. En eso veo que saca la maquina de fotos que traía en una cartera, una enorme Nikkon último modelo que encima tenía un tremendo flash. Yo me empecé a sentir mal, pero me la mostró y me dijo:
–Mirá lo que traía, tengo fotos de todos los recitales que fui desde hace quince años, pero bueno, la tendré que guardar, no va a poder ser esta vez, que le vamos a hacer….
Por fin me tranquilicé, guardó la cámara en la cartera y se acomodó muy tranquilo para disfrutar del espectáculo.
Todo marchó de maravillas hasta que el recital entraba en sus minutos finales, Robert hacía su última entrada y de pronto sentí que en la butaca de al lado algo se movía, era el Quico que empezó como a reacomodarse, como si estuviera nervioso o algo le sucediera. Le pregunté al oído muy despacito, estábamos en primera fila y una tos nuestra ya se hubiera sentido demasiado
–¿Quico, te sentís mal?
Me miró con los ojos turbados, transformados, y me hizo una señal casi amenazadora de sshhhhhh con el dedo índice. Luego todo ocurrió en un segundo fatal; sin mediar señal alguna de pronto el Quico se puso de pie y levantó la cámara con las dos manos extendidas hacia arriba, bien alto, como quién exhibe una pancarta, esperó un segundo más ante la ya atónita mirada de Fripp que enseguida se dio cuenta de que algo pasaba con ese tipo de la primera fila, y casi simultáneamente, como si lo hubiera sincronizado, lanzó un sonora y bestial flatulencia que retumbó como bomba de estruendo ante el silencio sepulcral de la sala y se unió al instantáneo eco visual de un fogonazo brutal del flash.
– !!!!Ahora que ya diste casi todo el recital te podés ir peloootudooo…!!!!!!
Fue el grito del Quico a continuación. De inmediato todo se convirtió en una locura de griteríos y golpes, un volar de brazos y piernas descontroladas, creo que un patovica en su afán de tirarse encima del Quico que empezaba a huir me empujó y me tiró de espaldas. Mi cabeza golpeó con el filo de la butaca de la segunda fila y quedé medio atontado en el piso. Un muchacho que me conocía de la lista y estaba ahí, me reanimó. Todo fue una mezcla de confusión y locura; lo poco que recuerdo de ese momento es que a los empujones y trompadas nos metieron a un patrullero hasta la seccional. Por suerte a las tres horas nomás vino el abogado de la compañía de seguros donde trabaja Quico y nos dejaron libres. Ya de madrugada nos fuimos por Corrientes, Quico no se animaba a mirarme, caminábamos en silencio, yo ni le quise preguntar por su cámara que no se había roto pero que en realidad tuvo que dejar de propina a los muchachos de la Federal por facilitarnos el trámite con el abogado. Decidimos sin decirnos nada meternos en el primer bar abierto que vimos, eran casi las cuatro y estaban por cerrar. Nos sentamos, vino el mozo y pedimos dos cafés, lo único que le pregunté fue:
–Quico, ¿Fripp no era tu ídolo en la secundaria?
Sólo me respondió canturreando algo que logré descifrar como "...Twenty-one century schizoid man..."
–¡A quién le vas a tomar prueba vos!
El profe que se las daba de tipo cojudo se tuvo que arrugar como un papel. Otra vuelta a la de matemáticas le puso un petardo en el auto en protesta por los aplazos que había puesto.
Mirá lo que es la vida que me vengo a encontrar después de veinticinco años con el Quico. Resulta que yo estoy en una lista de correos de rock progresivo y de buenas a primeras aparece ahí un tal Enrique Sagasti, ¡era el Quico! Enseguida lo contacté y se acordada bien de mí, así que nos encontramos a tomar un café y nos hicimos de nuevo amigos. ¡Cuándo lo vi no lo podía creer! Totalmente transformado e irreconocible; bajó de un Focus último modelo, pelo corto, traje de buena marca, y encima me contó que después de los treinta se recibió de contador y ahora es subgerente de administración en una compañía de seguros. ¡Adónde fue a parar aquel rebelde rockero! La cosa es que seguimos tratándonos mucho hasta que hace un par de días se me ocurrió la fatídica idea, que es la que al final desencadenó el episodio del que ya todos hablan, se me ocurrió invitarlo para ir juntos a ver un recital.
El Quico era todo un caballero, me agradeció la invitación pero me puso una sola condición para ir a ver a Fripp, un artista que yo sabía él admiraba ya en la secundaria de las épocas de King Crimson: que él pagara las entradas porque quería tener una especie de atención conmigo que era su viejo amigo. Por supuesto acepté así que el viernes ocho me pasó a buscar por mi casa y me sorprendió con dos entradas en primera fila. En la puerta me encontré con varios amigos de la lista y se los les presenté al Quico, él todavía no había ido a ninguna reunión del grupo. La cosa es que después de charlar con todos nos acomodamos para entrar. Ahí empezaron las cosas raras, y a mí me corrió una especie de mal presagio. Muchos patovicas de seguridad dando vueltas, demasiados para un recital donde va gente grande, mucha onda represiva. De golpe nos dan un papel donde decía que no se podía ni soplar durante el recital y menos sacar fotos aunque fueran sin flash, que si esto se transgredía en lo más mínimo Fripp se las tomaba y nos quedábamos sin recital. Nos sentamos. De movida otros tipos de nuevo que pasan y nos dicen lo mismo. Yo lo tomé bien, pero me di cuenta que algo le cayó mal a Quico, su rostro cambió de pronto, como si algo se hubiera revuelto dentro de él y por momentos creí ver aquellos gestos del muchachón rebelde y peleador que se venía escondiendo en esta nueva fachada de circunspecto gerente. Sólo atiné a decirle
–Y bueno…. Sabemos como es el Maestro, tiene sus exigencias, el tema es que si alguien hace una macana el tipo se va en serio y nos quedamos sin recital…
Me respondió con la cabeza afirmativamente, pero como abstraído. En eso veo que saca la maquina de fotos que traía en una cartera, una enorme Nikkon último modelo que encima tenía un tremendo flash. Yo me empecé a sentir mal, pero me la mostró y me dijo:
–Mirá lo que traía, tengo fotos de todos los recitales que fui desde hace quince años, pero bueno, la tendré que guardar, no va a poder ser esta vez, que le vamos a hacer….
Por fin me tranquilicé, guardó la cámara en la cartera y se acomodó muy tranquilo para disfrutar del espectáculo.
Todo marchó de maravillas hasta que el recital entraba en sus minutos finales, Robert hacía su última entrada y de pronto sentí que en la butaca de al lado algo se movía, era el Quico que empezó como a reacomodarse, como si estuviera nervioso o algo le sucediera. Le pregunté al oído muy despacito, estábamos en primera fila y una tos nuestra ya se hubiera sentido demasiado
–¿Quico, te sentís mal?
Me miró con los ojos turbados, transformados, y me hizo una señal casi amenazadora de sshhhhhh con el dedo índice. Luego todo ocurrió en un segundo fatal; sin mediar señal alguna de pronto el Quico se puso de pie y levantó la cámara con las dos manos extendidas hacia arriba, bien alto, como quién exhibe una pancarta, esperó un segundo más ante la ya atónita mirada de Fripp que enseguida se dio cuenta de que algo pasaba con ese tipo de la primera fila, y casi simultáneamente, como si lo hubiera sincronizado, lanzó un sonora y bestial flatulencia que retumbó como bomba de estruendo ante el silencio sepulcral de la sala y se unió al instantáneo eco visual de un fogonazo brutal del flash.
– !!!!Ahora que ya diste casi todo el recital te podés ir peloootudooo…!!!!!!
Fue el grito del Quico a continuación. De inmediato todo se convirtió en una locura de griteríos y golpes, un volar de brazos y piernas descontroladas, creo que un patovica en su afán de tirarse encima del Quico que empezaba a huir me empujó y me tiró de espaldas. Mi cabeza golpeó con el filo de la butaca de la segunda fila y quedé medio atontado en el piso. Un muchacho que me conocía de la lista y estaba ahí, me reanimó. Todo fue una mezcla de confusión y locura; lo poco que recuerdo de ese momento es que a los empujones y trompadas nos metieron a un patrullero hasta la seccional. Por suerte a las tres horas nomás vino el abogado de la compañía de seguros donde trabaja Quico y nos dejaron libres. Ya de madrugada nos fuimos por Corrientes, Quico no se animaba a mirarme, caminábamos en silencio, yo ni le quise preguntar por su cámara que no se había roto pero que en realidad tuvo que dejar de propina a los muchachos de la Federal por facilitarnos el trámite con el abogado. Decidimos sin decirnos nada meternos en el primer bar abierto que vimos, eran casi las cuatro y estaban por cerrar. Nos sentamos, vino el mozo y pedimos dos cafés, lo único que le pregunté fue:
–Quico, ¿Fripp no era tu ídolo en la secundaria?
Sólo me respondió canturreando algo que logré descifrar como "...Twenty-one century schizoid man..."
4 comentarios:
He estado de exámenes, brutal el nivel de trabajo, y ahora puedo entrar de nuevo a leer blogs. Me he quedado estupefacta con tu relato. Qué pena que esa que fue nuestra lista ya no sea mía, la de risas que hubiésemos echado con la historieta. Y lo peor, como siempre, estar tan lejos y no tener la oportunidad de vivir estas anécdotas. ¿Cómo me llevas un rebelde a un concierto de Fripp? ¿Por qué crees que no voy yo? ;))))
Impresionante, espero que te quede el buen recuerdo. Besos.
Isabel, este relato -pura ficción- lo compartí en la lista. Mucho daría por ver tu reacción en uno de estos casos...
Nota: la lista que se menciona en el relato y que menciona Isabel es "La Lata", un grupo o foro Yahoo sobre rock progresivo que se distribuye a través de correos electrónicos.
Ohhh, y yo que estaba convencida de que era realidad... y es que a veces, entre la realidad presunta y la ficción no hay tanta distancia.
Cierto Isabel, y que hayas creído que era realidad es el mejor elogio que me puedes hacer como escritor ;-)
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