El tenis debe ser el único deporte profesional donde los árbitros muestran la peor de las posturas posibles: la del servilismo humillante. Así se los ve sin mantener la más mínima personalidad y dignidad de rol, obligados a tolerar el insulto y las agresiones verbales directas de los jugadores hacia ellos con total sumisión, sin aplicar ninguna sanción deportiva. Está claro que las estrellas - y los dueños de los millones de dólares- son los jugadores, pero eso pasa en todos los deportes de élite y no por ello se permite pisar la dignidad personal de los jueces y auxiliares que están allí cumpliendo un trabajo complementario y esencial a todo juego reglado. Más allá de que en la época que jugaba Mc Enroe allá por los ’80 hubo algún árbitro que si mal no recuerdo se animó a descalificarlo o quitarle algún punto, en los últimos tiempos los jugadores cada vez más hacen lo que se les da la gana. En la reciente edición del ATP de Buenos Aires tuvimos una muestra con un Nalbandián en su peor versión deportiva. Quizá creyendo que porque al torneo lo organizaba su entrenador todos deberían favorecerlo, se mostró desde el primer día intolerante y agresivo con árbitros de silla y jueces de línea. Su máxima proeza fue a mandar a la concha de su madre, a viva voz y a medio metro de distancia, al árbitro en su partido contra Fognini. Luego abundó en basureos y apretadas a jueces de línea con total impunidad, además de acicatear a Maradona para que prosiguiera desde un paclo con sus insultos al italiano Potito Starace.
Aclaro que me encantan los tenistas calentones, los que rompen raquetas y descargan sus nervios cuando una pelota se les va por un centímetro. Los hielitos correctos que sólo apretan el puñito y se cuidan de no revelar ninguna reacción hormonal ante la marcha de un partido me dan asco, pero la calentura sana no significa habilitar un canal de soberbia agresiva y prepotencia barata hacia los que en este espectáculo son meros colaboradores.
Los tenistas cumplen así el sueño imposible de cualquier deportista: putear al referí y recibir sólo una sonrisa temerosa de respuesta.
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