No aplacaré con lágrimas
lo que arde en la punta de mi lengua.
De más está llorar
por quien vivió en la holganza,
dando palos a cambio de abrazos y de querencia.
Ahora, en esta hora de la verdad,
en que tus pompas
se estrenan en lo duro y pelado de la tierra,
todo cuanto luciste, ufano y altanero,
pesa más sobre ti
como una losa a imagen y medida de tus restos.
¿Qué otra suerte esperaba
quien en vida olvidó, a su debido tiempo,
que también el poder y sus deidades
pasto son de gusanos, hálito de la nada?
Un áspero hierbajo se abre paso por dentro,
te hiende la cabeza, el pecho, los muñones:
es el estrago tenaz de la venganza,
su lenta mordedura, la soga del rencor,
únicas prendas
que ostenta la oquedad de tu memoria.
Rigoberto Paredes ( La estación perdida - 2001)
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