La tapa de La Nación del día de hoy, 2 de abril de 2012, pinta todo un estado de situación. ¿Cuáles son los límites? El diario de los Mitre pasó de ser uno de los fogoneros históricos de la causa Malvinas a convertirse en agente de la causa británica promoviendo una brutal ola de opinión antinacional y neocolonialista. Poner en tapa un acto kelper es una bofetada a la carne y el espíritu de los que dieron su vida por la defensa de la patria. Una canallada patética, y todo porque contribuye a su cruzada contra el gobierno. En los principales diarios europeos la tónica es la misma; echemos un vistazo a esta nota de un tal John Carlin en El País de España donde se mofan de la Argentina y del luctuoso suceso de la guerra de 1982 con canallesca ironía. Para colmo el que le responde con una increíble pusilanimidad en nombre de los intereses argentinos es Martín Caparrós
Todo responde a una estrategia donde lo local se une a lo internacional. En en caso particular de la prensa dominante argentina, han visto en la veta nacionalista del gobierno argentino un flanco por donde atacar, entonces no dudaron en montar una gigantesca operación de sentido desnacionalizador que pretende partir de lo político-histórico para volver a lo económico. La parte kitsh del asunto fue apelar al ya tradicional fogoneo de opinión con su "personal de planta permanente" –leáse Sarlo, Lanata, Eliaschev, Kovadloff, Aguinis, etc-.
En lo estratégico partieron de una toma de conciencia: oponerse a la intervención del estado en la economía con los viejos argumentos neoliberales triturados por la propia crisis global se había vuelto insostenible. Entonces se les ocurrió la alternativa de ingresar por la vía del anti-nacionalismo, aprovechando cierta oscura mala prensa que el nacionalismo arrastra de las experiencias históricas autoritarias y que cala hondo hasta en sectores progresistas que de este modo hallan un punto de coincidencia con el ultra liberalismo económico. Una especie de retorno en negativo del imperialismo que primero eligió ser reemplazado con el disfraz de un término como “globalización”, de pretendida neutralidad técnica.
El mantenimiento de los enclaves físicos y conceptuales del imperialismo global de los poderosos es enaltecido como un signo de modernidad y desarrollo, en cambio la defensa de intereses nacionales de parte de los países menos poderosos es puesto como un anacronismo delirante. Se abomina del nacionalismo defensivo de la propia patria para sobar las heces del ultra nacionalismo colonialista de una de las más recalcitrantes potencias imperiales como Inglaterra.
Así es como la propia tapa de La Nación nos ofrece un ejemplo, uniendo insólitamente Malvinas a YPF: justificar los manejos empresarios de las empresas privatizadas -como la citada petrolera- basados en la más flagrante desinversión solo por defender la “libertad de mercado” suena poco efectivo, entonces oponerse a los enclaves neoliberales debe ser presentado como un exceso de autoritarismo nacionalista, el producto de una exaltación mesiánica.
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