El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

noviembre 22, 2011

Archiconciencias I



Infundidos

De la planta humana –por usar un giro muy a lo Peter Sloterdijk- desbordan de singularidad los atributos de comunicación sugestiva. Tal el caso de la capacidad de infundir. Se infunde miedo y se infunden dones. Normalmente somos infundimos en el sentido de nuestra manipulación, nos infunden terror y nos infunden respeto para que nos comportemos conforme a sus intereses. Así es que somos conformados por la infuson infundidos por todo tipo de sensaciones sugestivas, recibimos oleadas de recomendaciones subliminales.


Delineados

Somos delineados por trazos incrédulos, por recuerdos insomnes que no definen ni dudan, solo aportan leves datos como tímidos informantes públicos. Esa argamasa a la vez difusa y pegajosa que llamamos conciencia consiste en el acto de ser informados de la existencia por una voz intangible, inapreciable, que exuda su mensaje y lo instila en el latido automático de nuestro presente. No podemos alegar no haber sido advertidos de estar bajo los efectos de la realidad, es imposible concebir un recurso que nos excuse de la responsabilidad de existir con todas sus consecuencias. Instados a hacernos cargo de una conciencia que aflora imperturbable frente a los vaivenes del deseo, respondemos con un grado importante de resignación a lo obvio, donde las rebeldías siempre resultan meras proyecciones para enmascarar el imposible enfrentamiento a estos mandatos.


Plantados

El que transita no se ahoga en la superficie de ningún abismo. La feroz egolatría del espacio como lugar, en el máximo estado de reposo y adherencia a una localización, conspira contra el hallazgo de alimento defensivo de la conciencia que necesita implementar algún efecto de tránsito o movimiento. La aceleración derivada de cualquier transcurso temporal, asegura al menos que la existencia está expresada con alguna dimensión acuciante que permite cuantificar conceptualmente las proporcionalidades en juego en ese estado de latencia existencial.

La existencia orgánica es, por definición, avance y retroceso en una misma operación. El vértigo de la sucesión temporal, el envoltorio de sus procesos y convenciones cíclicas, nos producen la sensación de un avance incontenible, innecesario pero irrefutable como condición, pero que deja señales de deterioro típicas de entes putrescibles con fecha de vencimiento, pruebas de desgaste, consumo y agotamiento inevitable de un recurso que no es renovable. Estamos compelidos a agotarnos, a consumirnos en el avance, a la vez que somos invitados -sin posibilidad de rehusar- a la fiesta del consumo de ese recurso limitado. No podemos detenernos a ahorrarnos, a congelarnos para preservar el capital de nuestra duración física, sino que estamos condenados a gastar una parte de nuestro tesoro vital como precio inmodificable de la existencia.

La sensación básica de trascurso, de tránsito temporal irremediable, es una de las características más determinantes de la planta humana.

No hay comentarios.: