El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

julio 09, 2011

Una hostilidad irracional


Duele el alma ser testigo de una injusticia semejante. Asistir a este fusilamiento social de un inocente sobre el que pesa una contagiosa psicosis de hostilidad como si de pronto muchos se hubieran complotado para ejecutarlo sin atender razones ni piedades por unos crímenes que jamás cometió, de volverlo el chivo expiatorio de todas las calamidades. Y va más allá de gustos futbolísticos o polémicas sobre quién es o fue el mejor de la historia. Tampoco si juega para seis o tres puntos, si más adelante o más atrás, peor o mejor que en su club. El odio social que se canaliza sobre Messi es una de las expresiones de la miseria argumental de un pueblo preso de sus propios fantasmas simbólicos que descarga sus frustraciones psico-sociales en algunos íconos del éxito deportivo cuando estos no pueden volverse los agentes mágicos que consumen sus fantasías triunfalistas. Es evidente que el peor componente fascista del alma social argentina está presente en esta actitud.


La dependencia del exitismo inhibe a una gran parte de los argentinos a ver a Messi tal como a es y a valorarlo según la dimensión de su talento deportivo cuando juega para la selección. El caso de Messi no es el único en la historia, pero si es uno de los más complejos. Siempre los grandes referentes del deporte se convierten en los grandes eventos mundiales en figuras que concitan la atención de una considerable cantidad de público que desconoce el abc de la disciplina y suele guiarse por un primitivismo exitista. Se montan sobre los ecos mediáticos para fabricar una expectativa de facilismo triunfalista que razona según un primarismo emocional demandante alejado de cualquier análisis racional de razones objetivas. Se carga a las figuras de una demanda absoluta; si son campeones de algo se supone tienen que ganar siempre, si son los mejores en alguna actividad deben ganar o ganar, ofrendar éxitos completos so pena de ser aborrecidos y arrojados a la hoguera de los enemigos sin ninguna contemplación. Lo llamativo del caso Messi es que se pliega a esta serie de obvias inconsistencias mucha gente que sabe de fútbol pero que ante su caso reacciona con una flagrante falta de equidad en los juicios.


El posicionamiento de Messi como objeto irracional de desprecio y subvaloración comienza en lo futbolero por una orfandad popular que deriva de haberse ido a los 13 años a España y no haber jugado ni en Boca ni en River, lo que lo priva de un manto de fanatismo protector como el que gozan otros jugadores que ni por asomo se acercan a su nivel y que también se han cansado de fracasar en la selección como Riquelme y Tévez por ejemplo, por citar justo dos casos de jugadores de características diferentes y contradictorias pero que resultan igualmente protegidos por el afecto popular. Uno es endiosado por representar el paradigma popular de “jugar con el corazón” y “poner huevos”. El otro es amado por una personalidad rebelde y un fino juego de toque a pesar de su reconocida indolencia en la cancha.


Otra contra de Messi es su personalidad, su carácter humilde y poco afecto a vender humo con declaraciones compadritas. La paradoja es que se criticó mucho a Maradona por su personalidad altanera y provocadora, por su soberbia agresiva en las declaraciones, pero en el fondo se lo ama por eso y desprecia a Messi por ser todo lo contario. Si tuviera otro carácter por ejemplo debería hacer valer su condición de mejor del mundo a riesgo de parecer pedante o soberbio ya que eso al final termina pagando a la hora del aprecio de la gente. El humilde que no se sabe ejercer cierta defensa egocéntrica de su lugar no solo que no es valorado sino que termina siendo brutalmente despreciado por eso. Imaginemos cuales serían las reacciones posibles si Messi tuviera, por ejemplo, el carácter de Maradona o Passarella: frente a un Burdisso que lo putea en cancha porque se deja anticipar, lo menos que haría sería devolverle un “vos callate la concha de tu madre que sos un tronco de mierda y un 4 de copas, fijate en lo tuyo que le diste la pelota a Teo Gutierrez”. Y ante tanto hostigamiento general saldría en conferencia de prensa a hacerles un “fuck you a todos los boludos que me putean” a imagen y semejanza del célebre “sigan mamando”. Pero la indefensión discursiva de Messi excita a sus victimarios críticos que arman su propio festín de crueldad revanchista, como si él le hubiera robado a alguien las dotes naturales y el esfuerzo que lo llevaron a ser lo que es.


La vertiente que completa el combo es la permanente y absurda comparación a la que se lo somete con el mito de Superman Maradona. Si la comparación fuera racional, respecto del Maradona que entregan los verdaderos datos históricos, Messi a esta altura de su carrera -24 años- podría salir airoso de cualquier intento de paralelo, por más odioso y en extremo relativo que fuera comparar prestaciones futbolísticas en distintas epocas. Pero no se lo compara con el Maradona real sino con la ficción mitológica del Superman maradoniano que se ha ido construyendo en todos estos años de acumular sequía de títulos internacionales. La más común de las fábulas sostiene que Maradona “se ponía el equipo al hombro”, “ganaba partidos y torneos solo” y “hacía jugar bien a todo el equipo”, imponiéndose a cualquier deficiencia de sus compañeros. Una leyenda de una falsedad histórica absoluta, digno de las fábulas épicas de la más imaginativa literatura. Una de las versiones particulares del gran mito es que “hizo él solo campeón al Nápoli con 10 troncos como compañeros”. El Nápoli de fines de los ochenta que ganó las ligas italianas de 1986-87 y 1989-90 no era un equipo que haya pasado a la historia por desplegar un fútbol vistoso pero si era un muy buen equipo, bien estructurado defensivamente, con un medio campo combativo y el funcionamiento necesario para desequilibrar. Y tenía jugadores de selección italiana -como Di Nápoli- junto a otros buenos valores como Ferrara, Carnevale o Giordano en el 86-87, a los que se sumaron en la temporada 89-90 dos grandes jugadores de selección brasileña como Careca y Alemao. Aún así, la estrella de Superman Maradona que ganaba solo llevando a la rastra a 10 pataduras no alcanzó para hacerlo avanzar a instancias finales de una Champions League, y en materia internacional solo obtuvo una copa de segundo orden como es la Copa UEFA 1989. Ahora bien, aún desconociendo estos datos de la realidad nos creyéramos por un instante el cuento de los superpoderes del Diego, ¿por qué Messi debería igualar esa característica? El rosarino en esta era puede ser el mejor del mundo y ser determinante de otra madera, a su estilo, pero no, se insiste en condenar a Messi por el crimen de no realizar aquellas hazañas cósmicamente milagrosas que se le adjudican al Santo Diego Armando; se lo criminaliza por no mimetizarse con la naturaleza sobrenatural del ídolo.


Los malos equipos no los levanta ningún jugador por más que sea el mejor del mundo. Tampoco puede responsabilizárselo con exclusividad del mal funcionamiento colectivo y menos que menos de las malas actuaciones individuales de sus compañeros. Y aquí si analizamos la realidad y no el mito, Maradona sufrió esta situación en carne propia varias veces a lo largo de su carrera. Ni aquella selección del 82 con Menotti ni aún la del 90 de Bilardo fueron buenos equipos, y nada pudo hacer Maradona frente a aquellas pobrezas de sus compañeros o las flaquezas estructurales, como no podría haberlo hecho ningún jugador. Hay infinidad de ejemplos puntuales que podría citar; aquel debut del 90 frente a Camerún, con un equipo asustado al que le quemaba la pelota, un error de Pumpido y la derrota. No hubo ni “puesta de equipo al hombro” ni “salvación” alguna. Tampoco alcanzó la magia de Diego para levantar a un equipo caído en la final contra Alemania que se perdió sin pena ni gloria ¿Acaso se lo responsabilizó a Maradona por ello? Las eliminatorias para el mundial 86 que no se caracterizaron por el buen juego aún con la presencia del Todopoderoso Diego, clasificándose angustiosamente frente a Perú en cancha de River tras un agónico gol de Gareca que empujó la pelota luego de una arremetida de cabeza de Passarella. Solo cuando hubo equipo Maradona descolló en el 86; y si todos recordamos el pase gol de Diego a Burruchaga en la final contra Alemania, pensemos si en vez de Burruchaga para definir perfectamente la jugada hubiera estado el inepto Lavezzi como la noche pasada contra Colombia, que diferente hubiera sido la historia.


Para terminar, y volviendo al plano del juego, deberíamos comenzar por el principio: Messi juega de Messi y no tiene por qué jugar de Maradona ni ser la reencarnación del Maradona real o mitológico. Y sin un equipo que funcione como equipo no habrá Messi superlativo. Decía Edgardo Bauza: “Se espera que Messi levante su nivel para que arrastre a toda la selección juegue mejor, y es al revés, la selección tiene que levantar su nivel para que Messi eleve el suyo”. Agrego que esto se debe a que Messi es el mejor jugador del mundo como individualidad pero en un juego cuyo carácter colectivo es insoslayable. Nada puede hacer Messi ni ningún jugador ante un equipo que tiene una defensa mal parada o que comete errores individuales, o que no posee una buena estructura de circulación de pelota y de juego colectivo, como nada pudo hacer Maradona para que los malos equipos que integró se transformaran en buenos equipos.

1 comentario:

Jorge dijo...

Julio muy certero todo lo escrito!