Hay literatura de autores que juegan a hacerse los sádicos con el lector, mofándose de su ignorancia e insignificancia intelectual. Y hay lectura de lectores que juegan sádicamente a burlarse del ego desaforado que trasunta el autor, expuesto en su desmesura. El acto literario entonces se convierte en un macabro juego de egolatrías lanzadas a poner a prueba su resistencia, una puja de intercambio de desprecios y descalificaciones, de subestimaciones irónicas, de puro regocijo inter destructivo en el campo del lenguaje. Autor y lector son lejanos enemigos, de intereses y orgullos contrapuestos.
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