¿Donde han escondido las pantuflas del mundo?
Las instancias regulares de mantenimiento del ser que permiten la supervivencia del individuo como ciclo vital -desde su salida al aire público hasta su fecha de vencimiento- han podido ser decodificadas a través de algunos episodios-implante, que se alojan en el lugar crítico de la conciencia. Podemos citar algunos ejemplos como el embole dominical, la pausa relajante de la defecación en inodoro ajeno, las siestas en una terraza, la excitación veterana del recital, el foco radiactivo del efecto placebo-restaurant después del sabor inigualable de ser servidos como príncipe bajo el color de un Cabernet Savignon pseudo exclusivo y el cosquilleo gástrico de un muy civilizado devoramiento de los sabores. Cabe citar también, aunque con menguante turgencia sensorial, al trepidante caos, antigua reserva ecológica del explosivo existencial del ego, protagonsita de altas tensiones agónicas en los estados indispensables y sonados retornos restituyentes en las madrugadas estándar.
Provisoriamente, como conclusión antagónica, es reconocible apenas en las penumbras conceptuales que el pétreo prejuicio es el que condena al presente a una pésima reputación de tristeza: por lo que no queda otra que fregar y refregar la superficie del placer con apetito innovador, siempre que las condiciones subjetivas permanezcan inalcanzables.
Las instancias regulares de mantenimiento del ser que permiten la supervivencia del individuo como ciclo vital -desde su salida al aire público hasta su fecha de vencimiento- han podido ser decodificadas a través de algunos episodios-implante, que se alojan en el lugar crítico de la conciencia. Podemos citar algunos ejemplos como el embole dominical, la pausa relajante de la defecación en inodoro ajeno, las siestas en una terraza, la excitación veterana del recital, el foco radiactivo del efecto placebo-restaurant después del sabor inigualable de ser servidos como príncipe bajo el color de un Cabernet Savignon pseudo exclusivo y el cosquilleo gástrico de un muy civilizado devoramiento de los sabores. Cabe citar también, aunque con menguante turgencia sensorial, al trepidante caos, antigua reserva ecológica del explosivo existencial del ego, protagonsita de altas tensiones agónicas en los estados indispensables y sonados retornos restituyentes en las madrugadas estándar.
Provisoriamente, como conclusión antagónica, es reconocible apenas en las penumbras conceptuales que el pétreo prejuicio es el que condena al presente a una pésima reputación de tristeza: por lo que no queda otra que fregar y refregar la superficie del placer con apetito innovador, siempre que las condiciones subjetivas permanezcan inalcanzables.
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