Colgantes, enarbolados, durmiendo monas en hamacas pastoriles, los anchos estrategas de la impertinencia acarician el próximo éxito. Mientras tanto, al otro lado del tajo fatal cunde la ensoñación febril que precede a la puntualidad suicida. Los héroes cínicos ya no conmueven porque en la trivial desventura colectiva de hacer deslizar el dolor que ocupa a las masas, ninguna gloriosa excepción de coraje alcanza siquiera a ser interesante.
La prudencia vulgar, con sus vacilantes prejuicios, gana el único premio firme disponible en una red de imbéciles inconsciencias en combate que se desintegra tras el menor intento de retención.
El talento productivo es, en el mejor de los casos, un golpe de fortuna despreciable.
La prudencia vulgar, con sus vacilantes prejuicios, gana el único premio firme disponible en una red de imbéciles inconsciencias en combate que se desintegra tras el menor intento de retención.
El talento productivo es, en el mejor de los casos, un golpe de fortuna despreciable.
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