En este reportaje, el intelectual italiano Stefano Rodotá nos habla de una Italia "triste y deshilachada, que solo se mira el ombligo y parece cada vez más un apéndice del Vaticano cuando se acercan los 150 años de la unidad del país". Su tema es el derecho, replantear su sentido, sus límites, y denunciar tanto que se ha convertido en mercancía -el capitalismo vuelve mercancía cualquier categoría bajo su órbita- como en intromisión invasiva de parte de la casta de administradores institucionales sobre los ciudadanos y la ciencia.
Según Rodotá, la infatigable influencia Vaticana en los asuntos científicos y humanísticos, que increíblemente pareciera haber recuperado terreno respecto de décadas atrás, ha relegado a los italianos que deben migrar turísticamente a países más “liberales” en busca de derechos más avanzados en materia de matrimonios homosexuales o reproducción asistida, tal como los empresarios buscan los paraísos fiscales, los cotos de libertinaje ambiental o explotación laboral.
Rodotá reclama que el derecho no entorpezca las iniciativas con un “un uso prepotente de la ley limita sus investigaciones, niega el avance mismo, y al hacerlo se apodera de nuestras vidas porque nos niega todo derecho, o peor todavía, se lo niega solo a algunos. Los ricos italianos pueden ir a fertilizarse a España, los pobres no”. Pero a la vez reconoce que hay innovaciones científicas como el uso y descarte de distintos embriones en las técnicas de fertilidad que ponen en tela de juicio límites morales. Se olvida que siempre se trata de moral.
Hay que conciliar dos fuerzas que Rodotá parece no querer reconocer desde el facilismo de ser partidario de una libertad absoluta, en la postura criticona típicas de los plácidos alérgico al poder, de los que deben hacer el trabajo sucio de lidiar con la realidad. Simplemente se legisla para favorecer los intereses del poder en ejercicio y para responder a la imperante demanda de cesación del caos de una sociedad que de otro modo siente va a implosionar del todo. La demanda social de orden es tan profunda como cínicamente negada detrás del sustituto adolescente del grito de libertad individual. La libertad es un bien social, concepto triturado por siglos de propaganda ultra-individualista. El derecho solo refleja una toma de decisión organizadora respecto de una jerarquía de valores. Si se permitiera elegir al embrión rubio y descartar al moreno, se alegaría el derecho a elegir.
El derecho limita las libertades individuales en nombre de otros valores superiores y para hacer posible su ejercicio social. Si no llegaría el colmo de argumentar a favor por ejemplo de la violación de un menor en nombre de la libertad individual, en tanto el derecho del Otro, o de los Otros, o del conjunto social, se entienda como limite represivo a esa libertad individual. El derecho del Yo no existe sin el derecho del Otro, ambas instancias son indivisibles, nunca un “límite” impuesto a algo que no puede ser concebido sin límites.
Según Rodotá, la infatigable influencia Vaticana en los asuntos científicos y humanísticos, que increíblemente pareciera haber recuperado terreno respecto de décadas atrás, ha relegado a los italianos que deben migrar turísticamente a países más “liberales” en busca de derechos más avanzados en materia de matrimonios homosexuales o reproducción asistida, tal como los empresarios buscan los paraísos fiscales, los cotos de libertinaje ambiental o explotación laboral.
Rodotá reclama que el derecho no entorpezca las iniciativas con un “un uso prepotente de la ley limita sus investigaciones, niega el avance mismo, y al hacerlo se apodera de nuestras vidas porque nos niega todo derecho, o peor todavía, se lo niega solo a algunos. Los ricos italianos pueden ir a fertilizarse a España, los pobres no”. Pero a la vez reconoce que hay innovaciones científicas como el uso y descarte de distintos embriones en las técnicas de fertilidad que ponen en tela de juicio límites morales. Se olvida que siempre se trata de moral.
Hay que conciliar dos fuerzas que Rodotá parece no querer reconocer desde el facilismo de ser partidario de una libertad absoluta, en la postura criticona típicas de los plácidos alérgico al poder, de los que deben hacer el trabajo sucio de lidiar con la realidad. Simplemente se legisla para favorecer los intereses del poder en ejercicio y para responder a la imperante demanda de cesación del caos de una sociedad que de otro modo siente va a implosionar del todo. La demanda social de orden es tan profunda como cínicamente negada detrás del sustituto adolescente del grito de libertad individual. La libertad es un bien social, concepto triturado por siglos de propaganda ultra-individualista. El derecho solo refleja una toma de decisión organizadora respecto de una jerarquía de valores. Si se permitiera elegir al embrión rubio y descartar al moreno, se alegaría el derecho a elegir.
El derecho limita las libertades individuales en nombre de otros valores superiores y para hacer posible su ejercicio social. Si no llegaría el colmo de argumentar a favor por ejemplo de la violación de un menor en nombre de la libertad individual, en tanto el derecho del Otro, o de los Otros, o del conjunto social, se entienda como limite represivo a esa libertad individual. El derecho del Yo no existe sin el derecho del Otro, ambas instancias son indivisibles, nunca un “límite” impuesto a algo que no puede ser concebido sin límites.
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