Ha muerto Fernando Peña. Ha muerto un puto. Y murió como un hombre, sin dejar de desafiar a lo inevitable hasta el último instante. Y murió como una mujer, sabiendo extraerle al dolor infame hasta la última gota de su elixir sensual. Su vida fue redundante, sobreactuada, firmada y reafirmada, una fuga a través de las leyes blandas de la politiquería sexual, con sus armas sensoriales travestidas en seno erecto, a puro vello rasurado, deglutiendo riesgos mortales como caramelos, resistiendo señalamientos como arpones y sosteniendo una histérica relación, tan clandestina como entrañable, con la tragedia.
En el altar mayor del campo mediático parecía a veces arrodillarse sobre las faldas de los poderosos, pero en el fondo de los corredores, supo bajarles buena parte de sus máscaras de nefasta hipocresía. Primero artista y talentoso, primero concheto y transgresor, pero siempre puto. Quizá más escandalizador que revelador de cambios, fue a morir como vivió, bien plantado entre dos bolas muy merecidas, y unas gloriosas tetas imaginarias.
2 comentarios:
¡¡¡Sí !!!!
!! Biennnn !!!
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