La alarma, la escandalización y la victimización parecen ser las únicas operaciones de comunicación posibles dentro de las reglas de juego de la presente era del avasallamiento multimediático-político de todas las disciplinas y todas las esferas. El razonamiento precedente que he escrito también caerá presa de alguna succión interpretadora que le dará una lectura alarmista. Ignoro cuál es la razón por la que todo razonamiento crítico sea así discriminado para asignarle una reductiva condición de denuncia. No toda crítica en lo político, social y cultural es una denuncia de un delito, ni real ni simbólico. Esta verdadera deformación del sentido operado en el seno del lenguaje público tiene que ver con la instauración de un modelo político de comunicación y ejercicio del poder basado en un tráfico tramposo de agresiones explícitas y encubiertas. Puesto que detentar una posición de poder se presume un acto viciado de una natural corrupción agresiva hasta que se demuestre lo contrario -y es una presunción jamás arbitraria sino fundada en la experiencia de los hechos- toda crítica se presume denunciando algún desfalco físico o virtual para tener sentido, y como tal pareciera que debe adquirir el tenor de un discurso normativo, empapado de las esencias del reclamo civil, de la denuncia escandalosa, del grito sediento de justicia moral. Las reglas frías y frívolas del combate que operan en todas partes establecen que la única crítica audible es la que reclama desde el derecho que da haber recibido alguna violación a la propia integridad. La crítica intelectual como ejercicio libre e igualitario de la propuesta ha dejado de importar en absoluto y no es atendible ni siquiera como excentricidad utópica. Las reglas de una convivencia social bajo refriega polariza el sentido hacia las urgencias morales; la demanda de resarcimiento por los efectos de la criminalidad aberrante de la agresión ocupa todos los espacios; correlato de una lógica bandolera del Éxito que se justifica a sí mismo y justifica toda acción en su nombre invalidando la crítica por razones naturales, y admitiendo sólo su existencia por razones de defensa propia.
Bueno sería adoptar un desobediente y silencioso No rotundo a la judicialización de las reflexiones críticas.
Bueno sería adoptar un desobediente y silencioso No rotundo a la judicialización de las reflexiones críticas.
1 comentario:
Toda reflexión esencial, siempre está contaminada por accesorios usados para virar el punto en conflicto. Es una práctica común y sucia, agraviarse cuando son los agraviadores.
Nadie puede sostener desde los puestos del Poder político, económico, televisivo y gráfico, ninguna verdad, porque no son dignos, ni siquiera para esbozar un "tienen razón". La maquinaria así fluctúa entre desaguisados, barbaries, negocios y mentiras.
Lo que más me preocupa no es la rapaz intención desde el poder...nuestra población, en su inmensa mayoría, come ese estiércol para hasta justificar su proverbial infamia y miserabilidad.
Un abrazo
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