La seborrea que saqué de mi cabeza en todos años de mi vida la acumulé en tachos, la guardé refrigerada y mucho dinero me costó mantenerla. Pero accidentalmente he descubierto algo impresionante; se me ocurrió pasármela de nuevo sobre mi calvicie como quién riega la laderas de un valle fértil, y fui bendecido por el crecimiento de especies vegetales. Un nimio pero eréctil florecimiento arbóreo, parénquimas al verde fosforescente, monocotiledóneas entre los charcos grasientos de los restos capilares inhumados. ¿Avergonzarme? Salgo victorioso a lucir un verdor inexplicable.
¿Que hay de causas para un efecto casi de guión literario? Anticipo mi dictamen: la imperiosidad de los daños fijos de volver como comedia, el sentido irónico de su majestad el creador de esta farsa opiácea del universo, la inagotabilidad de los pozos sordos, todos los alabeos de la culpa hecha parábola-consuelo.
Por el imperdonable chancro infanticida, por entregar medalla a los actos de arrojo, por beneficiar con el agradecimiento a los suicidas que dan espectáculo, por premiar a las fieras indefendibles, por todo ello se ha resuelto devolver los ahorros que fueran confiados en virtud de la reputación de este tránsito orgánico.
Jamás soñé con torturar un vientre embarazado, débil de mi, pero muy orgulloso de mi preservada inocencia.
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