...Y se quedó mirando como la luna se echaba a dormir en la alfombra de su estar. Total, ya le había puesto la traba a los engranajes encerados de la velocidad real y estaba a salvo de cualquier invasión inoportuna. Tembló un poco para adentro, como siempre que se reunía en esas cruentas tertulias de investigación. Su foco era evanescente, se podría decir que su principal materia era travestir el sentido de las cosas en busca de hallar material de evolución. Notaba como primera consecuencia estable que era el tiempo de los duelos duales, esas faenas entramadas donde la poética se pone al servicio irónico de la trivialidad, cuando las coordenadas son manipuladas hacia un desorden del sentido de vuelo decadentemente bajo para presumir de caos. La triste brillantina canchera que la frescura impone al lastre histórico esclerosado, entre el firmamento apocalíptico de los viejos trágicos del pensamiento y el cielorraso popero del plástico digitalizado por los polvos fáciles y el efecto gen.
Se trata de una catarata generacional que desplaza el centro simbólico de su devenir del corazón al vientre. Trueca la vieja pasión comprometida -inmunda por su mesianismo pero admirable por su suicida ingenuidad- por una nueva levitación escapista que luce un extraño orgullo de su complaciente fugacidad.
Lo que guardaba en sus celdas de trabajo eran las muestras de un país maníaco en fase de aislamiento -llamado también país-jeringa- tan poco sociable y con el peor carácter para tomarlo como confín entrañable, siempre al borde de hacernos cantar la retreta del abandono. Lo identificaba como una curtiembre que procesa pieles humanas y entrega laminados oscuros y tersos que huelen a química pesada. Pero la fase actual consistía en recuperar cualquier tratado sobre arte granuja donde se pudiera aprender la receta del ascenso. Encontrar y atesorar como colección casi futurista la más pura novela en cuarta persona que derrame toda la leche negra del lenguaje, vidriosas conspiraciones de malabares conceptuales que sepan entonar el porcino acento que arrecia en los suburbios serviles. La vuelta carnero que se convierte en aurora de diligencia trivial, los molinos de cera que se activan sólo para embadurnar las confesiones mínimas, y sobre todo, dotarse de una orientación para saber como criar el propio muñeco de uno mismo y convertirlo de una vez en una especie acomodada a los hechos; un tropo cárnico que sepa dirigirse sin complejos hacia las blandas pasturas del mundo.
Entonces, o tal vez sin ninguna mala intención, se construyó un lomo de burro en el pasillo de su departamento, para obligarse a una detención en cada tránsito cotidiano rumbo al hibernar del sueño fisiológico y soltar una cita de su propio huerto:
“No hay con que
dar por concluida
la jornada”
2 comentarios:
Muy bueno Tino, pero viva la leche negra
El fauno de Avignon
Gracias fauno -a propósito, que nick más extraño tenés-
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