El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

mayo 25, 2006

Brevísima biografía política del amor

El amor romántico, al que agrego el adjetivo de doméstico -no porque lo asocie a una determinada versión limitadamente “familiar”, sino para remarcarlo como un hecho perteneciente a la vida privada- siempre tuvo buena prensa, supo gozar de un respeto y un buen trato dentro de todas las ideologías y las concepciones político-filosóficas. Pero también es cierto que ninguna de ellas lo tomó demasiado en serio ni lo usó como argumento central de su ideario, más bien es probable que algunas se hayan aprovechado de él como un estandarte más para la ocasional simpatía popular de un discurso, para luego relegarlo a un rol menor y abandonado.


Dentro del universo conservador, si bien los reflejos del racionalismo maquinista pujaban por menospreciarlo al verlo como debilidad sentimental que interponía inútiles obstáculos y resistencias al despliegue ilimitado de la racionalidad, se lo valoró y protegió fundamentalmente para ligarlo a la estabilidad de la familia y al modelo de unas relaciones regladas que se valorizaron como imperiosas al disciplinamiento social necesario para el desarrollo económico. Se lo etiquetó, se lo moldeó e introdujo en un envase contenedor donde estaba exento de sus peligrosidades y donde se aprovechaban muy bien todas sus virtudes conservadoras.


Desde las galaxias del progresismo, las utopías socializantes y las izquierdas en general -tanto las empinadamente revolucionarias como las más moderadamente reformistas- también se le guardó un gran respeto y tal vez se lo señaló con mayor énfasis reivindicatorio. Por un lado, se lo ligó a una instancia de trasgresión y liberación de mandatos puritanos; el amor libre era la expresión capaz de desafiar las reglas establecidas de clases, razas y convencionalismos burgueses. Pero más que en lo social, la liberación más celebrada era respecto de lo religioso; practicar el amor libre era más una rebelión contra las ostias que contra la sociedad civil. Por otro lado, existía un sesgo casi artístico en la recuperación humanista del valor de los sencillos sentimientos humanos frente a la opresión maquinal del capitalismo, en su condición de derecho popular igualitario a ser respetado. En el amor libre estaban fundadas buena parte de las esperanzas de creatividad de una sociedad nueva. La reivindicación económica ligada a las estructuras productivas venía ligada a la reivindicación sutil del derecho a la experimentación de la libertad de sentimientos, la fraternidad que retornaría de su enajenación obligatoria impuesta por el industrialismo que había establecido al hombre como instrumentos para los fines de otros hombres. La competitividad individual era una barrera contra la fraternidad y por añadidura contra el mismísimo amor, así es que en todo socialismo habitaba un perfume afectivo, algo politizado, maquinoso y proletario pero que dejaba colar el halo romántico del rescate de la pura aventura amorosa. Pero existía también un contrapeso que introducía cierta tensión difícil de resolver: la valoración demasiado central de las pasiones privadas era vista con cierta desconfianza, como una desviación pequeño burguesa, que arrinconaba al individuo sobre si mismo y lo privaba de usufructuar las posibilidades políticas y transformadoras de su accionar social.

La actual globalización –fase ulterior del espanto claudicante de la posmodernidad- caracterizada por una protestada pero a la vez celebrada resignación al burbujeo establecido, lo viene matando mal, porque le resulta incómodo e insulso. Para los que pretenden fomentar el despertar de conciencias sociales extra-personales que aniden en el gigantismo totalista de los movimientos globales, resulta un escollo, una retención del individuo sobre su aura más cercana, una conexión demasiado sólida en su refugio intrascendente. Permanecer demasiado apegado a los valores derivados de las relaciones propias de la esfera privada se percibe como una limitación a su militancia en la función pública inter-galáctica del goce, en épocas donde la oposición a las modas ya es vista como un renunciamiento irreparable, y donde las batallas por los sentidos deben librarse necesariamente en el campo mediático. La relación amorosa en directo se convierte es una complicación y en una pérdida de tiempo anacrónica. De este modo, la desvalorización de lo doméstico consuma una vez más su accionar, aquello que no consume redes, que no ocupa espacios mediáticos o altera la frecuencia de circulación de signos y significados masivos, no existe. No hay demasiado tiempo para detenerse en torno a un enamoramiento, por ejemplo, cuya proyección se limita al territorio de dos seres anónimos. Por otra parte, la liquidez de la plaza en materia de traslaciones y transacciones afectivas que debe mantenerse alta y vertiginosa, mutante, casi “randomizada”, pulveriza fácilmente todo tipo de pequeño heroísmo en la materia.


Pero el amor doméstico tiene sus propias leyes que devoran cadenas y desprecios de todo tipo; si bien no puede servir neutral a los intereses de las ideologías, se las ingenia siempre para defender su orgullo y su identidad incontaminables, para fabricarse una vida y un espacio posibles. Hagan lo que hagan de él, desde el inconmovible sustento de su esencialidad y de su capacidad de recrearse a si mismo, le auguro muy buena salud; seguirá trepando como enredadera por los más extraños y disímiles vericuetos que cada época le coloque delante.

7 comentarios:

Silvia Sue dijo...

Esto que has escrito, Tino, me parece completo, elevado, perfecto.
Volví a leer después de visitarte ciertos párrafos de "El amor líquido", del ruso Baunmann, que coincide mucho con vos.

Tino Hargén dijo...

Gracias por la lectura y los conpceptos Sue.

No lei nada del ruso Baunmann, ¿está editado en Argentina ese libro "El amor liquido"?

Anónimo dijo...

Estoy intentando escribir un comentario, lo tengo pero no logro darle forma. No me gusta Bauman, pero sí podés leerlo todo por siglo XXI.

Silvia Sue dijo...

Sí, está editado acá, y tiene otro bastante conocido que se llama "La sociedad globalizada".
Buscá resultados en internet.
A mí me gustaron los dos, después le preguntaré a Dani cuáles son las objeciones que le hace ella.

Tino Hargén dijo...

Bien Dani y Sue, ahh, es Bauman a secas, ahora si lo pesqué en el google y recuerdo su nombre de alguna reseña. Eccribi Daniela, el espacio de los comments es lo más experimental que tiene el blog, lo importante es que de cada yuyito que se tira acá despues crecen plantas.

Tino Hargén dijo...

Ya consegui textos de Bauman, por suerte estaban en la "libreria e la esquina"

Silvia Sue dijo...

Sí, Tino, como siempre cuando escribo un coment lo hago a las apuradas, y me equivoco (letras de más o de menos). Y el señor ése se llama Zigmund Baunman, me parece.

Después decime si te gustó.