Estoy desde hace más de 15 días en Estados Unidos, más precisamente cerca de Los Ángeles, realizando tareas que tienen que ver con posibilidades digamos de "negocios" a las que matizo con varias incursiones –no excursiones- turísticas. Desde que llegué aquí me ha atacado una especie de súbita intoxicación de silencio. No por nada en especial de estos lugares que me haya afectado, fundamentalmente por el ritmo de actividades que vine desarrollando que me impiden disponer del tiempo para ajustar las coordenadas y ocupar los mandos de esa nave de reconocimiento diario que es un blog. Me propuse que este espacio siguiera su marcha ajeno a este alejamiento en lo posible. Esperaba hallar algunas horas diarias frente a la PC para darles los últimos toques a algún texto comenzado anteriormente, o tal vez escribir frescas letras imbuido de los estímulos inmediatos. La realidad es que no puedo hacerlo como me lo imaginaba; ahora compruebo cuán insaciable es la demanda de tiempo de la escritura. Y lo inesperado más allá de esa evidente limitación, es que en los pocos momentos disponibles he experimentado una imposibilidad de escribir, al menos físicamente. Nada parecido a algo llamado diario de viaje me resulta posible. Admiro a los que acomodan su cuerpo y graban esas huellas dactilares en forma de texto que llevan el aroma de la fecha y el lugar donde fueron producidas. Pero hay otra escritura que me recorre y promete ser tan intensa como la real y es la que sabemos está sucediendo en nuestro cuerpo. Se que hay cosas que se están escribiendo, me sucede simplemente que lo siento, las realidades y pequeñas experiencias se suceden, producen pequeños y grandes movimientos de fluidos en mi interior y me escriben cosas. Sólo será cuestión en algún momento de ponerme a transcribirlas.
Atender un blog desde un viaje, que ingenua pretensión la mía. Tal vez yo confié demasiado en mi inexperiencia. Pero lo bueno es que extraño escribir, eso si es un síntoma alentador.