El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

agosto 29, 2006

PCM II

El presente texto que ahora el lector ya puede disfrutar en su pantalla, ha dormido desde el momento en el que fue escrito -sábado pasado por la noche- acosado por la peor pesadilla que puede sucederle: la autocensura. No debida a miedos físicos y si a los riesgos éticos de las revelaciones personales que pueden herir susceptibilidades. Porque lo dicho bajo influjo de una mesa de vino, pizza y cerveza para quién esto escribe pierde su secularidad pública y se dota de una condición de orden confesional que lo reviste éticamente con los atributos del secreto.


La noche es dueña de su propia consagración, ¡que impresionante su poder de fuego fácil! Uno circula en las horas previas como actuando una indiferencia forzada, una pretensión de no rendirse ante la atracción desautorizada. Nos educaron para que nada de los Otros nos importe más que cualquier otra de las prescindibles opciones de entretenimiento. La grupalidad es un monstruo temido y desvalorizado, que asusta e inhibe, pero que también goza de la inmerecida fama de devaluarnos.


Por eso, a poco de salir decididos a jugar su escena somos irrumpidos por súbitas ironías que plantan advertencias en el camino. Antiguas timidices recurrentes que se auto convocan y nos cortan la ruta directa e ingenua al objetivo; aquella que aprendimos a transitar en horas de la “casera bohemia” como decían Pascal Bruckner y Alain Finkielkraut en un libro de fines de los setenta. La moral del terror defensivo indica que nada que implique la cortesía de una fugaz dependencia mutua puede ser exclusivo; la presión por preservar la adulta fortaleza individual hace tambalear nuestras groseras decisiones, como si en la filigrana permisiva de la risa y el afecto derrochables se temiera estar mordiendo anzuelos. O estar pagando confusas deudas de adolescencia sensible con nuestras reservas.

Pero todo eso en algunos casos no alcanza a apagar la mecha encendida. Y uno se sirve directo de las jarras del deseo lábil y esponjoso, y hasta es capaz de exponerse encabezando una caminata hacia el acto. Y hasta no se avergüenza de llevar pancartas, va y ejecuta el agrupamiento a sangre fría, pergeñando una interacción estructuralmente basada en la pura floración de emisiones.

No pasamos, fuimos.

No vimos la luz, la encendimos.

Y nos subimos a un tren travieso y embriagador, que se sabe hacer pasar por barco y avión sin demasiado esfuerzo, y que patina por la sencilla potencia de aprovechar los excelsos instintos de la seducción; de estómagos y glándulas francos, de ojos y sonrisas, de curvas y tersuras, portando solamente un equipaje descartable que no dudaremos en tirar toda vez que alguna ilusión desmedida nos prometa librarnos del regreso.

agosto 23, 2006

Convicto y convulso

Inapropiada comunión

La locura es poner dos planos en arbitraria esperanza de comunión. El mundo de la metáfora no es compatible con el de la física, unirlos es cometer un acto de locura, pero, ¿un acto de locura es locura cuando uno es conciente de que está cometiendo un acto de locura?. Cuando tomara ese líquido indescifrable su organismo no encontraría respuestas previstas, descompondría esas sustancias extrañas, inesperadas, generaría anticuerpos, toxinas que lo dejarían convulso, mordido por dentro, listo para sufrir algún efecto innovador. Llevar la metáfora hasta el límite de la física, romper el átomo que liga el lenguaje con la existencia, la materia con la inmaterialidad.

Actuación

Dos actuaciones casi teatrales le permitierom iniciar su obsesivo experimento. Primero se hizo pasar por comerciante de ropa y compró en un negocio mayorista un maniquí de cera. Después, con muchos más trámites y averiguaciones, pudo adquirir clandestinamente restos humanos en el cementerio fingiendo ser el padre de un estudiante de medicina. Tanto el maniquí como el cadáver eran de mujeres, porque era bueno aprovechar las elevadas intenciones científicas y hacerlas más entretenidas mediante alguna mímina truculencia sexual, total cualquier remordimiento por permitirse merodear la perversión se relativizaría ante el amparo de tal elevada finalidad. A todo este particular objeto de sus pesares –uno de tantos- lo había definido hacía un tiempo como el intento de hallar la relación entre la representación y lo representado; que lazos ligaban al objeto y a su modelización, como convivían la sustancia en si misma y el signo materializado que se hace pasar por ella, como meterse del lado de adentro de los párpados del intangible proceso de conceptualización. Necesitaba quitarse cualquier receta o subproducto residual de teorías ya conocidas; ni estructuralismos, ni lingüisticas, ni semióticas. Se trataba de volver a la pura experimentación.

Los trozó en partes y los mezcló en una tacho de esos de doscientos litros que se usan para combustibles, al que subió arriba de dos tacos de madera dura. Puso abundante carbón a su alrededor y encendió brasas, cuidando de mantener varias horas el calor parejo igual que su estuviera asando un costillar de vaca o un cerdo. Cuando el humo intenso aseguraba una temperatura suficiente fue colando el liquido resultante en tachos y pasando a botellas. Las etiquetó: piernas, manos, brazos, entrepierna, senos, cabeza. Si hervía la representación podría transformarla en lo representado, la representación en su interior se haría embrión, cultivo de síntesis. Se sirvió el líquido todavía caliente en una taza. Buscó un papel para anotar como era el gusto.


El empeño ritual

Lo difícil al principio para él era dominar el peligroso límite del último instante de conciencia, pero con la práctica en pocos meses pudo alcanzar un manejo muy hábil y seguro del ejercicio. Así es que ahora todos los días abre la llave de todas las hornallas, deja que el gas inunde su pequeño departamento, se suicida unos minutos y luego sale nuevamente a buscar trabajo, extrañamente imbuido de un refrescante impulso vital.

agosto 20, 2006

Arquitectura carnal II

Honrando la promesa asumida, llegó la hora de pasar revista a los resultados de la encuesta bloguera "¿Cual es el peor edificio público de Buenos Aires y por qué?".

Muchas gracias a todos los que participaron y aquí publico el único voto que llegó por correo electrónico que pertenece a lunanueva, que es la autora del blog El Camino Del Medio


"Me encanta poder votar sobre esto. Siempre ando mirando los edificios y lamentándome por sus fealdades, pero a nadie le importa. Si me pongo a hablar de eso, me miran raro (salvo mi hijo, que estudia arquitectura).

1) El Hotel Faena o como se llame esa cosa, no sé si tanto de afuera como de adentro: un horrible despropósito ostentoso y deprimente, lleno de objetos inútiles y feos. Pero caros. (Y lleno de yanquis feos, ostentosos y groseros. Aunque eso no es arquitectónico parece tener alguna relación). Imposible sentirse bien allí, es como un escenario de pesadilla.

2) El edificio del Ministerio de Salud, en la 9 de julio. Como que quiere ser decò, pero no llega muy bien, no le alcanza del todo. Y se queda en triste. Por dentro, ni un solo detalle estéticamente agradable, no es ni sobrio, ni austero, ni nada: sólo pobre. Lo único lindo(aparte de las vistas a través de las ventanas), son los pasamanos de bronce de las escaleras, insólitamente lustrados en medio de la falta de pintura, el desorden, la mugre y la fealdad. Es posible que los lustren las manos de todos los que constantemente suben y bajan por allí, porque los ascensores son insuficientes y siempre se rompen. Además, se quedó en el medio de la avenida, sin vereda casi alrededor, parece un tumor monstruoso en medio del asfalto y no es bastante hermoso como para justificarse a sí mismo.

3) El Luna Park. Tal vez esté bien que sea así, teniendo en cuenta cuándo se construyó y para qué. Pero desde chica, cada vez que fui allí a ver algún espectáculo (circos, patinadores sobre hielo, recitales, etc.), lo odié. Nunca entendí por qué ese lugar no es demolido y se construye en su lugar uno que no parezca estar hecho para que todos estén incómodos, escuchen mal, vean peor y deseen no haber ido. Es demasiado grande y chato, parece un estacionamiento; y el muro color marrón que va desde el nivel del primer piso hasta el techo parece aplastar la planta baja"



A manera de resumen y conclusión voy a nominar sólo a los tres más votados que accedieron al podio.



PRIMER PUESTO:
Edificio de Accion Social sobre la avenida 9 de julio


SEGUNDO PUESTO:
Edificio de la Ciudad Universitaria


TERCER PUESTO
La Biblioteca Nacional



Las reflexiones finales quedarán para el capítulo III a publicarse a la brevedad.

agosto 16, 2006

La ciudad afeitada

Este post es en realidad un comentario agregado al artículo de Daniela Gutiérrez en Nación Apache sobre la imagen que le quiere dar a la ciudad de Buenos Aires el jefe de gobierno Telerman.


Parece que Telerman decide asumir el protagónico que heredó y se posiciona como producto político con guionistas que caracterizan marcadamente su personaje. Por un lado llama mucho la atención porque contrasta con la mediocridad del inútil de su predecesor, que pretendió vivir siglos hibernando bajo el hielo del heroísmo progre ganado en su labor de parte de la fiscalía en el juicio contra las juntas. No vivo en Buenos Aires pero voy seguido, y creo que lo que ha influido más allá del jefe de gobierno en el mismo tuétano de la ciudad es la brutal inyección de dinero y celebración que viene del turismo; semejante aluvión trastoca todas las estructuras. Lo que noto es que Telerman apunta precisamente a favorecer una ciudad que tiende a ser como es él, un ente putoide que sin asumirse gay se cuide bien de rasurar los pelos de sus masculinidades porque ya nadie viene a buscar rudezas latinoamericanas por aquí. No es que se despoje de los pigmentos excitantes que aporta su heterosexualidad y su pasado agresivo, machoide y fumador, pero si que evite a toda costa raspar las suaves caritas de los visitantes. La Attitude es dejarse tocar la cola por la moda sin oponer resistencia, dejarse trasmutar por las tendencias hasta hacerlas parte de uno en una imbricación fina, delicada y limada de asperezas, casi como un culito con Old Spice. Rescatar el lado francés de Buenos Aires, educar con los mensajes para que todo se vuelve gay-friendly porque se toma de lo gay el concepto de estilo e imagen, la feminización como sinónimo del cuidado de la ropa, el maquillaje, el pelo, el porte; aquella parte de la estética “femenina” que adopta el gay, tan efectivamente marketinero cuyo paradigma se encarna en el coiffeur o el diseñador de modas.


Es el lado receptivo del cool, un Fair-Play urbano donde hay que dejarse llevar por las modas de forma incondicional y al mismo tiempo construir esa moda a partir de la hiper-comunicatividad de esa actitud. Basta del coya aburrido coya que toca carnavalitos en el subte, hoy lo que va es el glamoroso histeriqueo de las parejas de tango for export bailando desde el brillo de sus prendas. O un San Telmo, otrora reo con olor a Jethro Tull, que va camino de ser una mera extensión de Puerto Madero, reconciliando el consumo sofisticado de los altos ingresos con la progresividad tolerante.

Una muestra de la evolución de las actitudes dominantes la podemos tener si fijamos por ejemplo las reacciones en relación a un pibe harapiento que pide en la parada de un semáforo, un icono de los contrastes sociales de la gran ciudad: de la vieja rebelión heroica setentera de intentar salvarlo y rescatarlo de forma sobreactuada, se pasó al bruto rechazo neoliberal de los 90 de trabar las puertas del coche al verlos para hoy celebrar su incorporación cool al paisaje, un guiño de piedad posmoderna –indiferente pero comprensiva, casi cariñosa- que hasta racionaliza su labor desde lo lúdico metabolizándolo con ficciones empresariales.

Cuando se habla de la identidad local me cuesta reconocer que es lo que se perdió porque siempre se estuvo perdiendo. Más bien creo que siempre Buenos Aires se caracterizó por poseer una identidad en fuga y el andar escrutando modas es un rasgo crónico de la porteñidad de cualquier época y parte, e hizo posible que el porteño sea uno de los pocos entes culturales del mundo capaz de oler con similar intensidad vivencial, por una fosa nasal el aroma del buffet del club de su Parque Patricios, y por la otra la más nueva fragancia intelectual puesta de moda en París. Las celebradas identidades barriales fueron siempre en realidad arrastradas hacia una fusión jugosa con las corrientes cosmopolitas, atrapadas por esa fuerza centrífuga de una totalidad sincrética.

La presencia se licuó en el estilo y ya no se la bancan más, ahora sólo tratan de vender lo que le piden.

agosto 13, 2006

La vulgaridad del destino

"...Don Rigoberto se levantaba al alba y se acostaba poco después de la puesta del sol, por lo que la noche era para él solo una inconciente compañía para su sueño. Su resistencia era férrea y ninguna tentativa había logrado apartarlo un ápice del ordenamiento ascético que caracterizaba su vida cotidiana, hasta aquella maldita jornada cuando todo cambió y se desencadenó el principio de una parábola que si bien no se puede decir que haya sido trágica, fue triste en el sentido de demostrar nada más y nada menos que la terrible vulgaridad del destino..."

¿Somos apenas un nombre encarnado que lucha contra los designios del abrumador poder del determinismo semántico? ¿Nuestro destino es hablado por quiénes nos miran pero también por quiénes nos nombran? La historia de Don Rigoberto De La Noche se puede leer completa en el renovado espacio de Kaputt

agosto 10, 2006

El embole

Los actores que se dedican al teatro infantil siempre me parecieron, de modo muy injusto quizá, unos reverendos pelotudos. Ese lenguaje amanerado, esa fingida pedagogia de ternura mercantil de hacerse los payasos como si el único registro que el niño recibiera del adulto fuera un physique du rol circense. Pero la inocencia de un niño puede ser más filosa que toda la ponzoña transgresora de un intelectual. Así fue que aquel pequeñito que no tendría más de ocho años se acercó al actor que representaba el rol de un Maestro y le dijo:

- Maestro ¿que es el embole?

Y el Maestro no pudo responder.


# Diccionario de la Real Academia Española

embole
1. m. coloq. Arg. y Ur. Sensación de hastío, molestia o aburrimiento.
2. m. coloq. Arg. Situación o actividad que causa molestia, incomodidad o enojo.

agosto 06, 2006

Manufactura de llantos

La historia de un hombre
que quería embolsar el viento
a fuerza de cobardes
especulaciones

Hacerse de una reserva de barata dignidad
sin correr el riesgo
de ser comido por las ratas

De un cazafortunas extraviado
caballero del vino célebre
de las manchas discretas

Un irreverente tractor
de multitudes violadas

Triste, miope, grisáceo y seborreico
que otra cosa pudo hacer
que inscribirse en la Universidad Del Éxito
para estudiar la nueva carrera de Pasadología
Aquella en la que el objeto de estudio
era el lamento por la verdad perdida
la eviscerada malignidad
de las pruebas fehacientes del aturdimiento
la abrumadora convicción del odio malsano
como trama sonora de la humanidad…

La modestia de sus efluvios trascendentes
lo etiquetó ya de joven
como un asesino serial
de las protuberancias del lenguaje público

Las lentejuelas de su pasiva leche
brillaban como el llanto inevitable
del contemplador impotente…

Si le dieran a elegir
no dudaría en gritar
la única verdad
capaz de aliviar su tormenta menstrual:


Hay que matarlos a todos...

agosto 05, 2006

Seria Sonueb


“Como todos los días en los que tu talco acaricia mi piel sedienta de aires viciados, experimento sensaciones delgadas, afinadas, que me incitan a una urgente rectificación de conclusiones”

Malcriar la culpa en tu microcentro es perderse, hacerse encima sin haber comido. El eructo como relación diplomática universal, el mamotreto como treta de la escala. Uno colecciona numerosos volúmenes de incertidumbre, respirar muy seguido es estar contestando ofertas de traiciones, o soñar con alquilar ataúdes con aire acondicionado, o salir a sabotear el infinito lugar de la pequeñez, la mala educación de un gusto que se degrada con las disculpas del caso. Me propuse explorarte exento de ansiedad para nunca jamás negociar el dominio de la sonrisa, ni reconocer a todos tus hijos indeseables que se hacen querer como unos imbéciles.

El canje de riesgos es una ley que rige inevitable, y por toda ternura agasajante se cuela un delgado hilito de genuflexión. Me fascina el estruendo de la multitud lubricando galopes humeantes y frenadas vidriosas. Un medio tan acostumbrado a lucir sus heridas que hasta a luz del sol gratuito la educan para exigir recompensas públicas. En la velocidad de las caminatas se van desnudando esas calles arropadas con sábanas somnolientas que envuelven pizzas indigeribles y abrigan furtivas apologías del delito sentimental. Hay que ir acelerando sin que nada turbe la célebre magia de tus guiños nerviosos, de las sirenas que explotan al pisar huellas, porque el secreto es que en cada baldosa se esconde un espectáculo.

La tos urbana afina en cualquier tonalidad. Sólo se necesita esa capacidad que tienen los atormentados para nunca creerse que la propia desgracia es justa. Tantos rostros para descartar de inmediato, para renovar las provisiones en horas y observar que todos patinan inverosímiles sin resistirse y no sangran de colapso, no se aniquilan en su propia y entintada letanía. Es como un milagro de reproducción; simiente de cerdos en suspensión lechosa para embarazar puertos, una inseminación artificial de cruceros.

Las hormonas veteranas se apunan en las alturas de los corrosivos cibercafés. Mausoleo y burdel. Púlpito y pulpería. Desnudas cabinas de comando que derriten lejanías para luego envasarlas al vacío y volverlas virulentas. Una peste vehicular que no deja adherencia sin aprovechar, el carbón molido en sudor de nieblas indecisas, una maldita compañía que no cesa.