El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

agosto 16, 2006

La ciudad afeitada

Este post es en realidad un comentario agregado al artículo de Daniela Gutiérrez en Nación Apache sobre la imagen que le quiere dar a la ciudad de Buenos Aires el jefe de gobierno Telerman.


Parece que Telerman decide asumir el protagónico que heredó y se posiciona como producto político con guionistas que caracterizan marcadamente su personaje. Por un lado llama mucho la atención porque contrasta con la mediocridad del inútil de su predecesor, que pretendió vivir siglos hibernando bajo el hielo del heroísmo progre ganado en su labor de parte de la fiscalía en el juicio contra las juntas. No vivo en Buenos Aires pero voy seguido, y creo que lo que ha influido más allá del jefe de gobierno en el mismo tuétano de la ciudad es la brutal inyección de dinero y celebración que viene del turismo; semejante aluvión trastoca todas las estructuras. Lo que noto es que Telerman apunta precisamente a favorecer una ciudad que tiende a ser como es él, un ente putoide que sin asumirse gay se cuide bien de rasurar los pelos de sus masculinidades porque ya nadie viene a buscar rudezas latinoamericanas por aquí. No es que se despoje de los pigmentos excitantes que aporta su heterosexualidad y su pasado agresivo, machoide y fumador, pero si que evite a toda costa raspar las suaves caritas de los visitantes. La Attitude es dejarse tocar la cola por la moda sin oponer resistencia, dejarse trasmutar por las tendencias hasta hacerlas parte de uno en una imbricación fina, delicada y limada de asperezas, casi como un culito con Old Spice. Rescatar el lado francés de Buenos Aires, educar con los mensajes para que todo se vuelve gay-friendly porque se toma de lo gay el concepto de estilo e imagen, la feminización como sinónimo del cuidado de la ropa, el maquillaje, el pelo, el porte; aquella parte de la estética “femenina” que adopta el gay, tan efectivamente marketinero cuyo paradigma se encarna en el coiffeur o el diseñador de modas.


Es el lado receptivo del cool, un Fair-Play urbano donde hay que dejarse llevar por las modas de forma incondicional y al mismo tiempo construir esa moda a partir de la hiper-comunicatividad de esa actitud. Basta del coya aburrido coya que toca carnavalitos en el subte, hoy lo que va es el glamoroso histeriqueo de las parejas de tango for export bailando desde el brillo de sus prendas. O un San Telmo, otrora reo con olor a Jethro Tull, que va camino de ser una mera extensión de Puerto Madero, reconciliando el consumo sofisticado de los altos ingresos con la progresividad tolerante.

Una muestra de la evolución de las actitudes dominantes la podemos tener si fijamos por ejemplo las reacciones en relación a un pibe harapiento que pide en la parada de un semáforo, un icono de los contrastes sociales de la gran ciudad: de la vieja rebelión heroica setentera de intentar salvarlo y rescatarlo de forma sobreactuada, se pasó al bruto rechazo neoliberal de los 90 de trabar las puertas del coche al verlos para hoy celebrar su incorporación cool al paisaje, un guiño de piedad posmoderna –indiferente pero comprensiva, casi cariñosa- que hasta racionaliza su labor desde lo lúdico metabolizándolo con ficciones empresariales.

Cuando se habla de la identidad local me cuesta reconocer que es lo que se perdió porque siempre se estuvo perdiendo. Más bien creo que siempre Buenos Aires se caracterizó por poseer una identidad en fuga y el andar escrutando modas es un rasgo crónico de la porteñidad de cualquier época y parte, e hizo posible que el porteño sea uno de los pocos entes culturales del mundo capaz de oler con similar intensidad vivencial, por una fosa nasal el aroma del buffet del club de su Parque Patricios, y por la otra la más nueva fragancia intelectual puesta de moda en París. Las celebradas identidades barriales fueron siempre en realidad arrastradas hacia una fusión jugosa con las corrientes cosmopolitas, atrapadas por esa fuerza centrífuga de una totalidad sincrética.

La presencia se licuó en el estilo y ya no se la bancan más, ahora sólo tratan de vender lo que le piden.

3 comentarios:

Silvia Sue dijo...

Tino, tampoco vivo en Buenos Aires.
Pero todo lo que estás diciendo es verdad.
Lo que parecía una ficción patética para la vidriera ahora es cierto.
Y hay que ver cómo venden....

lunanueva dijo...

Comparto todo lo que decís, con énfasis en el último párrafo. Mi ruta habitual incluye el centro de Buenos Aires, partiendo desde la periferia sur, con algunas llegadas a la periferia norte. Y la mitad norte de la ciudad, más Puerto Madero, San Telmo, etc., es eso.
Sólo que yo lo llamaba tilinguería.

lunanueva dijo...

quise decir penúltimo párrafo