El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

abril 18, 2011

La seducción del enemigo I


Por razones de pura siniestralidad urbana, cuestiones de saber elegir lugares cálidos y apacibles donde beber y leer, una tarde de abril se encuentran en una confitería de Buenos Aires un miembro del Mont Pellerin, un economista garca neoliberal de aquellos, con un viejo peludo de la izquierda ortodoxa de esos en cuyo currículum figuran unos cientos de partidos revolucionarios tanto fundados como divididos.

Como buen dueño histórico de la iniciativa. el derechista, después del saludo, se apropia del primer párrafo.

—Sírvase una copa compadre, ¡por los viejos tiempos!

Y en el ambiente afable de la realidad tertuliana, entre tintineos de coloridas botellas tras la barra y los reflejos de la sobria decoración del lugar, se inicia casi imperceptiblemente una hidalga ruptura del endurecimiento recíproco que tanto los separara en el pasado. El garca ahora lo ve como a un viejo enemigo ya derrotado, retirado e inofensivo que ocupara alguna lejana vez el centro de su odio pero al que ahora, nobleza obliga, se impone prestarle hasta cierta nostálgica ternura. El bolche lo mira aún con los rescoldos de una animadversión decantada en décadas, pero con esa resignación honorablemente asumida con la que se observa al viejo enemigo ya inalcanzable. Y también se le cuele un gesto de inconfesable compañerismo.

Después de que el whisky y el vodka, que aún los diferencian un poco, se agitan un buen rato al compás del hielo en sus respectivos vasos, las charlas sobre temas cotidianos concluyen dando paso casi obvio y coral a un punto de extraña coincidencia exclamatoria:

—¡Que hijos de puta estos populistas, eh!


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