El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

abril 15, 2011

Borges y el beneficio indulgente de la ironía




Juan Carlos Martini se pregunta si Borges estaba enamorado de María Kodama y desarrolla una nota basada en sus propios recuerdos con lo que va camino de convertirse en un género en sí mismo y por lo visto un género de enorme aprobación: anécdotas con Borges. A tal punto ha llegado esto que creo se impondría la edición de una antología cuasi enciclopédica donde se recopilaran los cuantiosos episodios –reales o ficticios- que cada autor escogido pudiera ofrecer de su pasada interacción con el Maestro. No se si Martini pretende habilitar, ante una posible respuesta afirmativa, alguna dispensa por los actos de Kodama como heredera legal y legítima de los bienes de Don Jorge Luis, porque especular en vacío sobre amores ajenos pareciera no tener demasiado sentido en si mismo. ¿Tal vez si la amaba sus controvertidos actos civiles y comerciales respecto de la herencia material y cultural se bañarían de legitimidad? En cambio si ella lo amaba a Borges asoma como dato de menor importancia, o en todo caso se da por descontado dado que “admiración más amor” es una amalgama muy previsible entre un gran genio y una persona normal. Y más allá de que yo invertiría la pregunta de Martini por un “¿María Kodama estaba enamorada de Borges?” me interesa indagar otro aspecto sobresaliente de esta constante amatoria que sobrevuela el ambiente cultural argentino.

Hace unos años escribí sobre la omnipresencia borgiana y el tinte de unanimidad aprobatoria y universalidad funcional que su figura denotaba. Un aspecto de este fenómeno es la fiebre contagiosa de infinita indulgencia hacia todo lo suyo no en materia literaria sino en los aspectos personales y políticos de sus actos y pronunciamientos públicos. Contemplamos como a sus actitudes o afirmaciones más fascistoides se le otorga siempre el beneficio de la ironía, y una mirada afectuosa que diluye el desnudo significado político de sus posturas hasta volverlas inocuas y queribles. Nos acostumbramos a perdonarle todo al Viejo, y para perdonar se debe aderezar el sabor de sus acideces hasta volverlas una dulce manifestación de picardía intelectual. Bastaría observar como cualquiera de sus dichos que podría leerse como la desnudez de un típico cinismo derechista propio del representante de las clases acomodadas, son leídos naturalmente como queribles construcciones irónicas desde la inimputabilidad individual del genio sensible. También que algunas declaraciones que se acomodaban a contexto muy perceptivo, en otro sonarían a oportunismo, en Borges ese oportunismo adaptativo es presentado con ternura.

Comparto la idea, por suerte generalizada, que a la hora de juzgar a los escritores con arreglo a su esencia se tomen en cuenta solamente sus logros en el campo artístico, sin dejar que se entrometa el eco de sus actitudes ciudadanas u otras actividades, por una sencilla razón de separar sabiamente campos y órdenes de la cultura. Pero de todos modos sigue siendo complicado para la formación de opinión y es precisamente el problema transitivo de la conformación final del artista en figura pública y referente intelectual es lo que determina un nivel de inserapabilidad de los campos a la hora de condensar históricamente una opinión sobre ellos. La condición de figura pública con relevancia social la han adquirido –salvo excepciones- como consecuencia no intencionada de su excelencia estética, pero una vez llegados a ese sitial sus opiniones en temas de injerencia general ciudadana adquieren potenciada relevancia e influencia. No vería con buenos ojos que se molestara el brillo intenso de su memoria literaria aplicándole en forma desubicada un juicio duro a causa de alguna de sus opiniones políticas, pero no veo entonces qué necesidad hay de decorar con tanta crema moderadora lo que hayan sido simplemente sus crudos posicionamientos sociales o algunas declaraciones ingeniosas que reflejaban su condición de clase. Por momentos pareciera que con tanto camouflage indulgente lo van a terminar convirtiendo en un progre; y aquellas declaraciones que repudiaban a la democracia por considerarla un abuso de la estadística serán presentadas como su más fina defensa.

En el caso de Borges, a lo literario y político se agrega el factor humano, el particular magnetismo afectivo que despertaba toda su personalidad que ha incitado en vida e incita a todo lo que lo rodea a un permanente estado de seducción emocional. A menudo se dice de unos pocos talentos privilegiados que “están fuera de todo” o “más allá del bien y del mal”. Nunca nadie puede estarlo; pero es la embelesada capacidad de los observadores intencionados lo que los coloca en ese sitio y tan particulares cualidades humanas como las de Borges son las mágicas portadoras de esa posibilidad.


Una de las anécdotas nos permite especular sobre las salidas públicas de Borges ante la realidad política, cuando siendo parte de época que vivía era indagado en opinión o simplemente interrogado al pasar por dichos tópicos. Martini cita el paso de Borges por una conferencia en Barcelona en 1980 luego de tomar cuenta que la prensa de izquierda italiana lo había tratado de fascista por sus declaraciones a favor de la dictadura argentina:

A continuación contó por qué L’Unitá lo había tratado así en Italia y declaró con tono emocionado que cerca ya de su muerte él regresaba a las ideas de su juventud, proclamó que detestaba todos los poderes, recordó los poemas de un libro escrito a los 17 años, Los himnos rojos, en el que elogiaba la Revolución de Octubre, y declaró su renovada inclinación hacia el anarquismo. El salón de actos de la Universidad de Barcelona explotó en una larga ovación y en un aplauso interminable. De vuelta en Buenos Aires Borges hizo una declaración pública en la que se retractó de sus declaraciones anteriores y manifestó su rechazo a la dictadura de Videla. Sus palabras fueron reproducidas por el diario El País, en España, y por otros diarios europeos

Aparte de la ironía Borges solía manejar muy hábilmente los hilos de una diplomática ubicuidad. Notemos que tomando nota del contexto de opinión europeo realiza una hábil declaración, casi al borde de la demagogia palaciega, refiriendo una oportunísima regresión juvenil y terminando en el anarquismo, a menudo el atajo aliviador de compromiso preferido de muchos intelectuales que no quieren privarse de quedar mal con todos que en definitiva es una forma de quedar bien. Para el sujeto de clase alta declararse anarquista siempre ha sido un baño de neutralismo escapista que permite oxigenar las tensiones políticas ubicándose fuera de los límites de la disputa establecida con un posicionamiento que por hiper idealista lo exime de ser confrontado. Si se tomara partido por alguna de las posiciones concretas en las pujas de la tosca realidad se iría a parar siempre a algún lugar demasiado obvio y sucio de la derecha o de la izquierda, con el riesgo de recibir los gritos estigmatizadores que provendrían de ambas hordas antagónicas: “¡comunista!”, “!fascista!”. El atajo pretencioso de la fuga al anarquismo permite disfrutar las mieles espesas que produce el poder en ejercicio mientras las miradas de todos son desviadas por el perfume irresistible de un viaje hacia la fábula eterna.

2 comentarios:

Udi dijo...

Maestro, el párrafo final es de película (buena), así que lo robo (con permiso y citando fuente).
Un abrazo.

Tino Hargén dijo...

Hola Udi, lleve nomás, !el que cita la fuente no traiciona!! Gracias!

abrazos