Intro
No se para quién escribo esto. “Destinatario desconocido” podría ser una advertencia válida porque me cuesta imaginar un destinatario central. Tal vez este texto llegue a diversos amigos entre los cuales hay muchos fans de la banda pero también gente que no tiene idea que existen. No puedo en su escritura descifrar de qué se trata, si una reseña, un comentario o una bitácora personal del show. Caeré en descripciones que a muchos les parecerán redundantes, y a otros algo indescifrable. Tal vez cuente algunas cosas que suenen a obviedades y otras las pase por alto. Pero siento que referirme a Rush excede el marco de cualquier intercambio entre especialistas, y me gustaría que pudiera ser leído aún por aquellos que no la conocen o bien saben de su existencia pero no la tienen entre sus favoritas. Por eso comenzaré con una apretada síntesis que intente definir en qué consiste esta banda, y para que sea todo muy llano usaré el verbo “tener”, aunque podría usar otros, el mismísimo verbo “ser:
Primera aclaración: Rush no es una banda “de metal” sino “con metal”. La banda tiene hard rock y tiene metal, porque usa riffs de una potencia densa, espesa, arrolladora. Es progresiva y tiene magnificencia sinfónica porque incorpora desarrollos melódicos y armónicos que suenan poco convencionales, porque el bajo de Lee frasea con movimientos asombrosos, porque la guitarra de Lifeson luce siempre personal, exquisita, tanto en riffs como en solos, donde guarda siempre un resto enigmático, y porque la percusión de Peart es un vendaval de pulsiones como piedras que se quiebran, vuelan y vuelven a unirse, y porque tiene además el aporte de profundas resonancias de teclados que se aplican siempre en dosis justas, sin un gramo de exceso, dándole el protagonismo necesario en función de lo que requiere enfatizar la canción, sabiamente repartidos, aún cuando en algunos temas estén presentes en sólo algunos pasajes. Tiene la voz aguda de Lee, una bruja galáctica que llena todo lo que toca de misterio, emocionando con una vibración casi parece venir de otro planeta. Tiene las letras de Peart que son pura poesía conceptual sobresaliente respecto de todo lo trillado en la materia, y seguirlas produce a veces la sensación de estar coreando consignas filosóficas o agudas reflexiones.
Años y años la llegada de Rush a estas tierras fue vivida siempre como una posibilidad remota que a lo sumo solía pasar por algún cuarto de hora de optimismo para luego caerse y ratificar un destino que asomaba iba ser de frustración eterna. Una oportunidad fue en 2002 cuando la banda estuvo en Brasil pero quedó sepultada por la situación económica del país que maduraba todavía la crisis del fines del 2001. En la gira del 30mo aniversario allá por 2005 apareció una luz de esperanza que se apagó cuando se canceló la llegada a Sudamérica. La ecuación parecía condenada a no cerrar; la banda que no aceptaría jamás venir con un show de segunda y una incierta estimación de convocatoria local que infundía temor a los productores locales. Y cuando parecía que se iban a jubilar sin pisar suelo argentino, de pronto en el marco de su Time Machine Tour 2010 por fin se produjo la combinación virtuosa que cerrara el círculo. Resumir los vaivenes organizativos previos a la confirmación de la fecha daría para muchas páginas, pero como lo que se impone es narrar acerca de lo artísticamente ofrecido sólo diremos que el show estuvo los meses previos siempre al borde de la cancelación por diversos contratiempos –principalmente la falta de estadios habilitados- que en un momento olían a maleficio y que determinaron que sólo a 30 días del evento comenzara la venta de entradas y la promoción.
El show
Con mi entradita de “campo común” me presenté orondo en GEBA a eso de las 18.35, la percepción del entorno cercano y los accesos rápidamente me confirmaron alguna intuición previa: bien podría considerarse que iba asistir a una especie de “día del veterano” dada la evidente identificación etaria del material humano que iba poblando las instalaciones del “estadio”. Cundía la presencia icónica del típico pendeviejo que todavía da pelea de rocker fan, que cuando la fortuna le ha permitido conservar su cabellera canosa abundante, la luce sin tapujos con creativas melenas, y cuando no enfunda su pelada oronda, siempre con alguna que otra ropa chismosa que lo denuncia. No faltaban tampoco los tándem “padre cincuentón + hijo adolescente/veinteañero”. Luego de otear el panorama del campo a esa hora lleno en un 70% hice nido en el último de los 4 o 5 escalones de la tribunita inferior que está debajo de la platea Dorrego, altura que no impresionaba pero que resultó decisiva a la hora de tener una mejor perspectiva visual del escenario. Poco tardé en hacer migas con mis ocasionales vecinos de tribuna que me contaron venían desde Bahía Blanca, llenos de entusiasmo tras un complicado periplo. Ya cercano a las 20.30 en la espera se oían seguido frases del tipo “esperé 30 años para verlos, que importa un rato más”. A muchos les extrañaba la ausencia de sonido alguno –ni grabaciones de la banda ni de ninguna otra índole- ; a mi me parecía bien, ahondaría la magia cuando explotara Rush.
Llega el momento de tratar de decodificar sensaciones, convertirlas a relato desde el extraño nudo de dimensiones con la que están hechas. Algo que rondó al principio en mi era la sensación de estar en una especie de fiesta privada, y desde varios matices. Por un lado porque sentía que era mi banda favorita de la vida, la que por amor y continuidad sentía más cercana, por lo que asistir era una especie de fiesta que me regalaba. Y también la sensación de estar ante un evento superlativo al que a muy pocos invitaron o del que muy pocos se enteraron. La historia del show comienza y termina con una película donde los muchachos juegan unos divertidos pasos de comedia. El arranque mostraba a unos caracterizados Lee y Peart entre personajes bizarros en un bar tratando de hacer funcionar una especie de jukebox temporal que nos transportaba a 1979 y aquel “Spirit of radio” con el que dieron comienzo. El sonido desde mi ubicación se apreciaba potente y cristalino, con un volumen justo. El poder lumínico era impresionante, al igual que la pantalla principal de proyección por tamaño y grado de definición de la imagen. Sabía que aparte del “Moving Pictures” completo habría una primera parte con “temas sueltos” de diferentes épocas, y eso provocaría la aparición de viejos clásicos como así también algunos temas no hechos en giras anteriores que pertenecen a lo que muchos llaman un tanto despectivamente “la etapa de los sintetizadores”, que abarca desde mediados de los 80 a mediados de los 90 y apila una serie de discos donde la propuesta de la banda dio bastante protagonismo a los teclados y los efectos secuenciados. Cuando empezó a sonar “Time Stand Still” me invadió una familiar sensación de reencuentro; un tema de “Hold your fire”, disco extraño porque a pesar de ser uno de mis preferidos, al que cuando salió en 1988 literalmente gasté de tanto escuchar, nunca más volví a hacerlo como si hice con otros. Y aquí experimenté por primera vez en la noche algo que tiene que ver con una característica muy particular de los temas Rush que aparte de estribillos suelen tener como marca indeleble que queda en la memoria pequeños detalles identitarios, pasajes o frasecitas de pocas palabras que flotan en la canción. En este tema era el “the inocence sleeps away”. Escucharlo me produjo un pequeño placer adicional, y hasta inauguré mis coreos. Mi único bache de la noche, el único tema que no pude reconocer de inmediato, sucedió con “Presto”, que me gustó mucho y pude recién recordar al ver los conejos que asomaban en el clip de pantalla. “Stick it out” fue una elección válida para recrear aquel “Counterparts” de 1994 cuando de algún modo dieron el primer paso de regreso a la crudeza de las guitarras y “bajaron un cambio” con los sintes. La voz de Geddy tuvo su primer respiro de la noche con el hermoso instrumental “Leave that thing alone” que “sonó de maravillas”, frase que bien podría aplicarse a la mayoría de lo escuchado en toda la noche. Sin pausas llegaron 3 temas de los más nuevos, mis amados “Working them angels” y “Faithless” de su trabajo del 2007 “Snakes & Arrows”, muy poderesos y melódicos, y uno de los adelantos del próximo disco “BU2B”.
El público hasta ahí estaba como bloqueado, extasiado quizá, y en general no se notaban grandes vítores ni movimientos, salvo algún saltito que acompañaba el ritmo y los obvios aplausos como manos elevadas. Desde mi posición era notable ver como en las cabezas que llenaban el campo hasta el borde del escenario se formaba una especie de collage luminoso con las pantallas de las cámaras digitales alzadas, produciendo un efecto parecido al de los viejos encendedores elevados. El hecho de sostener sus cámaras para intentar capturar todo lo que pudieran conspira obviamente contra la libertad de movimientos. La llegada de un clásico como “Freewill” puso un golpe de efervescencia y sonó algo así como una ovación más intensa, incrementándose las manifestaciones corporales. De inmediato para mi llegó una sorpresa y uno de los grandes golpes del show con una impresionante versión de “Marathon” del tema del casi olvidado disco “Power Windows” de 1985, que emergió como un himno de una majestuosidad imponente, conjugando potencia y sinfonismo épico. Mi feliz desconcierto duró unos 20 segundos en los que no podía identificar el tema, para luego recordarlo y rendirme al estallido total. Durante este tema luego de un efecto de disparo –¡que sonó como un verdadero tiro de un arma de fuego! - comenzaron algunos desajustes en las pantallas de proyección que por suerte no duraron mucho. Y como si se hubieran propuesto no dejar que decayera de mi estado cuasi mágico en ese momento, atacaron para finalizar el primer set con el colosal “Subdivisions”, de mis preferidas totales de la banda, arrolladora por donde se la mire, luciendo colchones de teclados que parecían penetrar hasta los huesos.
El intervalo fue reparador para las humanidades de un público compuesto en su mayoría por viejitos piolas; les permitió abalanzarse sobre los baños químicos para las evacuaciones orinales potenciadas por el frío de la noche. En la pantalla empezó a aparecer un reloj contador que nos condujo lentamente a 1980 y otro paso de comedia que desembocó en el desgrane del “Moving pictures” completo, en el orden de temas tal como fuera editado en su momento. La banda lo menciona como su disco más popular, para no hacer distinciones; yo agrego que aparte de ser el más popular, es el mejor que jamás hayan hecho. Después de que se oyera en la película parte de la grabación de estudio original, la bomba de “Tom Sawyer” fue lanzada, y en la comparación, increíblemente, la versión viva parecía hacer añicos a la legendaria. A esta altura comencé a incrementar mis movimientos, y percibí que una gran parte del público al menos saltaba un poco. Cada pieza de este disco es una pintura con vida propia. “Red Barchetta” nos cuenta una encantadora historia de vértigo automovilístico a través del recuerdo de un adolescente que sentía el placer de manejar un viejo Fiat Barchetta en la granja de su tío. “YYZ” y un asombro personal: ¡por primera vez oírle a 15.000 personas corear la melodía de un tema instrumental! La gente ensayaba un “oooó-ooooo-oooó-ooooo…” al ritmo frenético de este verdadero compendio de rock progresivo duro en 4 minutos. El riff pegadizo de “Limelight” encierra un verdadero manifiesto del artista que quiere mantener su privacidad. Alucinantes imágenes urbanas entre New York y Londres que se perciben en un viaje a través de “The camera eye”. El ominoso clima de “Witch hunt”, tremebunda opresión de una oscura cacería humana plagada de prejuicio y fanatismo. “Vital signs” con sus curiosas reflexiones acerca de cómo los seres humanos enfrentamos la realidad. Todos los temas sonaron maravillosos, sin perder un ápice de su carga sensitiva.
Si me hubiera tenido que ir en ese momento del estadio, mi satisfacción más plena ya estaba sellada, pero faltaba el camino de un final que todavía guardaba mucho más. El recorrido se posó primero en “Caravan”, otro muy potente tema del disco a salir, y arribamos al regreso a las emociones especiales de los 70. Primero un solo de batería de Peart que fue un festival sonoro en si mismo, cerrando con unos samplers de bronces, seguido del segmento acústico impecable de Lifeson que desembocó en la hiper clásica “Closer to the heart”, y el remate de “2112” con la obertura y el impresionante “Temple of Syrinx” en las que ya mi cuerpo se contorsionó bastante dado que había ganado un poquito de espacio en la tribunita. Sentía que cada nueva entrega se sumaba al enriquecimiento de una plenitud que yo ya había dado por saciada mucho antes y que la hacía más completa. La despedida de la escena fue con el single actual “Far Cry” que sonó con el volumen más elevado. A la breve salida de los 3 caballeros del rock atacaron los bises finales nada menos que con la “Villa Stangiato” que es una especie de muestra extendida de su sonido histórico, y nos mostró un Lifeson poseído, como si pusiera en los solos un plus indeterminado pero evidente. El final llegó como algo natural, una versión de “Working man” que me dejó mudo, recreada con tiempos de reggae al principio para cerrar con una brutal actualidad plena de potencia. Ya todo había concluido pero recién empezaba en la resonancia al rojo vivo de las emociones. De nuevo me invadió la sensación de “insuperable”, colmado total, ni siquiera la añoranza de algún tema que podía haber faltado, ya que el menú contemplaba una síntesis que todo lo cubría.
Una banda que a 36 años de su primer disco no sólo desarrolla estupendas giras sino que aún está activa en lo creativo, a punto de editar un nuevo trabajo, sin cambios de integrantes, ausencias, reemplazos de relleno o puras especulaciones con la gloria del pasado. Si se propusieron como concepto de la gira jugar a la máquina del tiempo, desafiarla, les puedo decir que lo lograron, paseándonos por temas de hace 30, 15 o 2 años que sonaron todos frescos, como parte de una misma dimensión existencial que está viva. A modo de balance podría mencionar un concepto evaluativo de cada músico, pero sería redundar en lo mismo: estuvieron a la altura de lo esperado y más aún, en vivo me resultaron más demoledores, marcando que están en una categoría superlativa de cualquier comparación que se haga en esta tierra. El único punto dudoso podría ser la voz de Geddy Lee que imposibilitada de alcanzar los registros de antaño en algunas partes apela a un falsete estridente modificando un poco las melodías; es una manera de resolverlo, no suena perfecta pero dentro del contexto sale airoso.
Muchos se ha hablado del comportamiento del público, para muchos menos expresivo en lo corporal de lo que se supone lógico. Es cierto que por momentos sentí que faltaba algo más de calor, que muchos ni siquiera saltaban un poco, pero claro, si en vez de medir pogos y saltos midiéramos emociones internas otra hubiera sido la historia, seguramente llegaríamos a niveles alucinantes de “pogo mental-emocional” dado la hiperactividad reconocible en las cabecitas y corazones de estos pacientes jovatitos que vinieron a rendirle homenaje a sus historias de vida.
Outro
Pasadas unas cuantas horas del recital, sentí que estos eventos me ponen a prueba. Es como si actuaran como una especie de test para avanzar en la respuesta de “¿Quién soy?” Para quiénes no me conocen, vivo mi amor por las bandas de rock de una manera que vista desde afuera quizá cuesta encajarla en los estereotipos habituales. No soy el típico fan enloquecido que hace cualquier cosa por verlos, no lloro, no me descontrolo, no colecciono todos sus discos, no compro su mechandising, lo que me calificaría en un supuesto segundo plano. Pero nada de eso significa que la pasión no vaya por dentro, que no me atraviesen profundas sensaciones que significan mucho en mi vida, que son de las que reservo en el rincón preferido de mi tesoro vital.
El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...
octubre 18, 2010
Olas permanentes de signos vitales
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1 comentario:
Me dejaste sin palabras, yo sentí lo mismo. Mira que tengo un monton de recitales encima y siempre al último que fui dije "éste es el mejor". Ahora lo voy a confirmar "Este fue, es y será el mejor recital al que fui en mi vida!!!!!!!!". Yo los sigo desde que tenia 12 años (ahora con 40).
Mis sinceras felicitaciones por lo escrito.
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