El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

agosto 17, 2010

Piel morena, caballo blanco


No suelo leer mucha historia argentina. Pero siempre algo llega y se absorbe. Así es que redundando en alguna mirada distraída a nuevos y viejos materiales resonó en mi una fábula posible, al menos si no legitimada en documentación, tan literaria que nadie podría dudar siquiera de su verosimilitud.

Entonces vi un país, una nación, un pueblo, cuyo destino de identidad fue la consecuencia de la relación traumática de dos hermanos muy especiales, los Alvear. Al principio estaban unidos en un ideal y una causa. Uno, el menor y legítimo, montado en su propio gran ego, desde muy jovencito cultivó las ideas de la independencia junto al otro, al mayor, hermano de padre con una inconfesable sangre americana, que fuera criado por otra familia. Se llevaban bien, encontrados bajo las nieblas de Londres pergeñaron sus sueños libertarios para la tierra americana y hasta emprendieron juntos un día el regreso en una fragata. Pero el mayor comenzó a prevalecer tanto por su sabiduría, determinación y coraje que irritó el orgullo del hermanito que no pudo soportar que fuera justo él. Sus celos lo hicieron traicionar sus ideales y terminó obnubilado, descreyendo de ese ideal que se encendía para coronar a su hermano como el héroe, buscándole a estas tierras un destino bajo las garras del imperio inglés y contribuyendo luego en todo lo que fuera posible a su desmembramiento.

Vaya que fabuloso argumento paradojal. Don Diego le pide a un compañero de armas si aceptaría proteger a su querida y a su pequeño hijo tomándola a ella como criada para las tareas hogareñas. Don Juan acepta acogerla en la familia y más, decide tomar a la criatura como propia. Doña Gregoria, ya con sus cuatro hijos, acepta esa misión, todavía tiene suficiente amor y abnegación materna para dar. Luego, los hermanos coinciden, pero el que tiene sangre mestiza es el que, como si lo impulsara el llamado de una fuerza entrañable, el que prevalece y se transforma en el gran héroe libertador. El otro, el puro, termina de la peor manera, como un vil traidor. Brutal cacería del poder simbólico que se encierra tras una posible verdad histórica. De un lado los liberales recuperarían el honor para el apellido Alvear; del otro, la sangre originaria tendría una nueva razón para sentirse protagonista de su propia emancipación.

Hijo de quién sea, mi homenaje a Don José Francisco de San Martín en un nuevo aniversario de su muerte.

No hay comentarios.: