El mundo de un trabajador del intelecto que utiliza la escritura como herramienta no es diferente al de cualquier otro esclavo absoluto del reconocimiento. Cabecitas redonditas, aisladas, díscolas y celosas tratando de evitar que la enorme pala mecánica de la aglomerada realidad los levante como todos los días y los mande al basural humano de la intrascendencia, que es el destino terminal cotidiano de millones y millones de toneladas de anónimos residuos. Y en el mundo estético de la escritura la unidad de paisaje físico por la cual se representa a las personas son los nombrecitos propios individuales, que pueblan pantallas y páginas bien escritos y conservados, tratando de burbujear como microbios en un enorme caldo de cultivo indiferenciado, esperando ser agraciados por el beneficio de alguna mutación que los pueda convertir en monstruos captores y devoradores de energía.
Cada nombre y apellido es una fórmula química desactivada. Trabajar, trabajar y trabajar sólo para que esas partículas elementales se expandan y logren ponerse bajo las órdenes de las miradas; una manera de hacerse sustancia a cualquier precio.
Cada nombre y apellido es una fórmula química desactivada. Trabajar, trabajar y trabajar sólo para que esas partículas elementales se expandan y logren ponerse bajo las órdenes de las miradas; una manera de hacerse sustancia a cualquier precio.
Música: Muse Sing for absolution
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