A estas fechas yo no las encuentro propicias ni oportunas –no más que cualquier otra- para realizar gestos explícitos de coherencia intelectual, o dejar constancia de una toma de posiciones respecto de cuestiones teológicas. Tampoco siento la necesidad de poner en evidencia mis disensos con el mundo actuando rechazos o indiferencias. Debo confesar que ante estos episodios vertebrales de la dramaturgia popular expreso un gesto más bien de neutra intimidad. Para mi la Navidad es apenas un rito familiar consumado desde el seno de la infancia, un bloque de cemento anclado en el fondo de mi memoria definitiva que decido año a año continuar de algún modo, y no me llama a actualizar jamás cuestiones como ser creyente, ateo, cristiano, burgués, liberal o bolche, ni tampoco me lleva a poner en crisis mi adhesión a algún determinado ideario; esto último podría ser en todo caso una intelectualización en abstracto, un apartado posible de la madurez en un ejercicio de reflexión exterior. Lo que casi siempre hago es ponerme a recordar cuando en la casa de campo de mi abuela la nonna se reunían treinta y dos parientes llegados de todas partes y yo con ocho años ayudaba en la tarea de poner a enfriar las bebidas acomodándolas entre tres barras de hielo adentro de un tanque de doscientos litros recortado, recibía como regalo de Papá Noel un revólver a cebita, y medio dormido de madrugada oía los cuentos verdes de algunos de mis tíos en pedo o las discusiones entre mis primos hinchas de Ford y Chevrolet.
Por diversas razones, desde hace muchos años me reúno sólo con los familiares más cercanos y la paso casi sin demasiada novedad salvo enfatizar un poco más una especie de reivindicación afectiva de los mayores que nunca me parece redundante. Si hoy se reprodujeran aquellos encuentros amplios de antaño probablemente sería todo un problema lidiar con ejemplares detestables por fascistas y necios, agobiantes por estructurados y lineales o prescindibles por intrascendentes y vulgares, pero por alguna razón eso ya no ocurre y no tiene sentido especular.
2 comentarios:
Como en tu caso, cuando yo era niño, allá lejos y hace tiempo, la familia solía reunirse supernumerariamente. El problema era que mis abuelos se manifestaban a través de un árabe, un español, una judía y una franco-musulmana. De ahí que pasada la medianoche esos encuentros (también campestres)derivaban en trifulcas voluptuosas y acusaciones mutuas. Con una particularidad: ninguno de ellos era cristocatólico, o sea, ninguno tenía motivos válidos para reunirse en navidad. Será por cosas como ésas que a la larga me convertí en ecléctico desaprensivo, hincha del Torino...
Saludos, Tino.
Este post ha sido leído y compartido por personas de mi entorno. ¿Nunca tuviste nostalgia del tiempo de los otros?
Hoy es 1ro de Enero, inauguro el año releyéndote.
Un beso lleno de los mejores deseos para vos.
Publicar un comentario