Este post reconoce como fuente de inspiración un segmento que he extractado de un comentario que dejara en Nación Apache Daniel Freidemberg, en diálogo con Omar Genovese:
“…¿no hay tanta tribalidad y tanto solipsismo canallesco afuera de los que viven con el corazoncito pegado a la producción para la industria de la mercadería llamada “libro”? Ese amparo que da estar al “margen”, ¿no es enfermizo, de puro protector y tranquilizador, al menos tal como se lo está tomando en general? ¿O entendí mal lo que decís? ¿Y qué es “estar en las antípodas”? No creo en la virtud del excluido, o que estar excluido sea un indicio de virtud. Quiero decir: cuidado con extasiarse más de la cuenta con el personaje que a uno le tocó jugar o con el lugar que ocupa….”
Lo que sigue no busca refutar las afirmaciones de Freidemberg, sino tomarlas casi fuera de contexto para desenrollar algunas consideraciones sobre el tema.
Es habitual oír esta queja, que en algunos casos se convierte en acusación directa, de parte de los que están o se sienten incluidos en algo. No importa demasiado incluidos en qué, tampoco las valoraciones merecidas por esos sustratos, hay gente que se siente adentro de algo y con eso le basta. Algo así como es fácil criticar desde afuera, si no se tiene nada que perder adentro, sino se participa de las brutales guerras de despellejamiento mutuo para ganar un centímetro de espacio en la industria, se supone que es fácil criticar usando posturas principistas.
Esto tiene una lectura aprobatoria y otra discrepante para mí.
“…¿no hay tanta tribalidad y tanto solipsismo canallesco afuera de los que viven con el corazoncito pegado a la producción para la industria de la mercadería llamada “libro”? Ese amparo que da estar al “margen”, ¿no es enfermizo, de puro protector y tranquilizador, al menos tal como se lo está tomando en general? ¿O entendí mal lo que decís? ¿Y qué es “estar en las antípodas”? No creo en la virtud del excluido, o que estar excluido sea un indicio de virtud. Quiero decir: cuidado con extasiarse más de la cuenta con el personaje que a uno le tocó jugar o con el lugar que ocupa….”
Lo que sigue no busca refutar las afirmaciones de Freidemberg, sino tomarlas casi fuera de contexto para desenrollar algunas consideraciones sobre el tema.
Es habitual oír esta queja, que en algunos casos se convierte en acusación directa, de parte de los que están o se sienten incluidos en algo. No importa demasiado incluidos en qué, tampoco las valoraciones merecidas por esos sustratos, hay gente que se siente adentro de algo y con eso le basta. Algo así como es fácil criticar desde afuera, si no se tiene nada que perder adentro, sino se participa de las brutales guerras de despellejamiento mutuo para ganar un centímetro de espacio en la industria, se supone que es fácil criticar usando posturas principistas.
Esto tiene una lectura aprobatoria y otra discrepante para mí.
Por un lado es cierto que hay gente que se excede, son los que desde una esfera ideal y teórica juzgan las conductas de los se enfrentan a la realidad con un grado de idealismo desmedido y desubicado. Creo que un buen ejemplo sería el de aquel observador de un match de boxeo entre un humilde retador y un Tyson en su mejor época, que desde fuera del ring vocifera sermones morales y técnicos acerca de cómo debiera actuar un desafiante para ser merecedor de su aprobación. Una cosa es criticar a quién salió a esconderse o a fingir una caída para cobrar la bolsa y evitar todo riesgo, pero otra diferente es exigir que el tipo se pare con la guardia baja y lo tumbe a Tyson sin siquiera recibir algún rasguño. En ese caso resulta saludable que el retador invite al crítico a ponerse enfrente de Tyson a ver si bajo esas condiciones ratifica o rectifica sus opiniones y juicios.
Por otro lado, mi rechazo se intensifica en tanto este tipo de afirmaciones se parece demasiado al discurso de los dirigentes corruptos que nos dejan mensajes del tipo: “ustedes hablan de honestidad porque están afuera y no tienen que enfrentarse a la realidad, a ver que harían acá” Como si su deshonestidad visceral, consuetudinaria y estratégica fuera un mero contagio o una necesidad adoptada para sobrevivir ante alguna opresión. Es es el habitual argumento para exculparse de las prácticas más aberrantes.
Luego, se hace referencia a menudo a una supuesta virtud, que los que critican a algunos incluidos y a los sistemas de inclusión, acreditarían a favor de los excluidos, por el solo hecho de serlo. Me cuesta encontrar a alguien que haya afirmado que estar al margen implique en si mismo una virtud. Esta actitud de estar contestando una afirmación invisible tal vez sea una reacción en espejo que esgrimen los que consideran que estar dentro del margen si implica una virtud por el solo hecho de estarlo. Esa denuncia conceptual es la que no se soporta, que estar dentro no implique automáticamente una virtud y que ni siquiera sea su indicio sólido. Olvidan un principio básico de lógica filosófica: demostrar la falsedad de una afirmación no implica demostrar la veracidad de su contrario simétrico.
Luego, se hace referencia a menudo a una supuesta virtud, que los que critican a algunos incluidos y a los sistemas de inclusión, acreditarían a favor de los excluidos, por el solo hecho de serlo. Me cuesta encontrar a alguien que haya afirmado que estar al margen implique en si mismo una virtud. Esta actitud de estar contestando una afirmación invisible tal vez sea una reacción en espejo que esgrimen los que consideran que estar dentro del margen si implica una virtud por el solo hecho de estarlo. Esa denuncia conceptual es la que no se soporta, que estar dentro no implique automáticamente una virtud y que ni siquiera sea su indicio sólido. Olvidan un principio básico de lógica filosófica: demostrar la falsedad de una afirmación no implica demostrar la veracidad de su contrario simétrico.
Ahora bien, no se que amparo puede dar estar al margen, el amparo de la intemperie suele ser engañoso, permite gritar fuerte sin que nadie oiga, pero la cosa se pone un tanto difícil allí sobre todo cuando llueve. Normalmente, estar al margen no da ningún amparo, más bien da las mayores chances de perder sin siquiera haber jugado.
Haré un breve repaso de las desventajas de ser un excluido:
Primero, se presume con alto grado de certeza que el excluido es un mediocre. Si está fuera por algo será, ya que el sentido común dominante indica que sólo son valiosos los que llegaron, porque llegaron. Como escribí alguna vez, la presunción de mediocridad es una feroz inversión de la carga de la prueba.
Segundo, en caso de que se le otorgue al excluido el beneficio de la duda y se reconozca que tal vez pueda ser poseedor de alguna calidad a pesar de estar fuera -bueno, al fin y al cabo siempre puede haber una excepción que confirme la regla- se sospecha en ese caso que es un idiota - de nuevo por algo será- que no ha sabido hacerse un lugar, un pusilánime que ni siquiera ha luchado para imponer lo suyo. Es bueno aclarar que operaciones tales como la negociación alegre de la dignidad y la obsecuencia hacia cualquier tilingo con poder son estimadas como actos plausibles de “lucha por lo propio”
Tercero, corre el riesgo que invaliden su razonamiento crítico y pongan en tela de juicio todos sus argumentos estéticos y conceptuales, sólo porque en el fondo si está fuera es un resentido que habla desde su imposibilidad o frustración. En realidad, es probable que crean que la envidia y el odio consecuente por los incluidos anula su entendimiento. El excluido se convierte así en un inimputable.
Cuarto, corre el riesgo, nuevamente, que todos sus argumentos sean relativizados y descalificados sospechados de provenir de una visión parcial –o directamente fanática- a favor de los excluidos, y prejuiciosa y discriminadora para con los incluidos.
Quinto, debe soportar la inclusión de tantos idiotas cuando es testigo de la exclusión irremediable de tantos buenos que por ahí conoce, y como en general se asocia sin ningún tipo de diferenciación crítica a lo exhibido como lo único o lo mejor, que cualquiera de esos idiotas se crea mejor que él.
Primero, se presume con alto grado de certeza que el excluido es un mediocre. Si está fuera por algo será, ya que el sentido común dominante indica que sólo son valiosos los que llegaron, porque llegaron. Como escribí alguna vez, la presunción de mediocridad es una feroz inversión de la carga de la prueba.
Segundo, en caso de que se le otorgue al excluido el beneficio de la duda y se reconozca que tal vez pueda ser poseedor de alguna calidad a pesar de estar fuera -bueno, al fin y al cabo siempre puede haber una excepción que confirme la regla- se sospecha en ese caso que es un idiota - de nuevo por algo será- que no ha sabido hacerse un lugar, un pusilánime que ni siquiera ha luchado para imponer lo suyo. Es bueno aclarar que operaciones tales como la negociación alegre de la dignidad y la obsecuencia hacia cualquier tilingo con poder son estimadas como actos plausibles de “lucha por lo propio”
Tercero, corre el riesgo que invaliden su razonamiento crítico y pongan en tela de juicio todos sus argumentos estéticos y conceptuales, sólo porque en el fondo si está fuera es un resentido que habla desde su imposibilidad o frustración. En realidad, es probable que crean que la envidia y el odio consecuente por los incluidos anula su entendimiento. El excluido se convierte así en un inimputable.
Cuarto, corre el riesgo, nuevamente, que todos sus argumentos sean relativizados y descalificados sospechados de provenir de una visión parcial –o directamente fanática- a favor de los excluidos, y prejuiciosa y discriminadora para con los incluidos.
Quinto, debe soportar la inclusión de tantos idiotas cuando es testigo de la exclusión irremediable de tantos buenos que por ahí conoce, y como en general se asocia sin ningún tipo de diferenciación crítica a lo exhibido como lo único o lo mejor, que cualquiera de esos idiotas se crea mejor que él.
En otro momento prestaré atención a los desamparos de estar adentro.
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