El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

junio 11, 2006

La carcajada tribal

La práctica del encuentro sin por qué es una costumbre gregaria cuyo origen se remonta en pelo sobre la más endovenosa historia de la animalidad humana. Compartido por pueblos tan disímiles como los fariseos y los chohuitas, al hecho de reunirse por motivos apócrifos no hay con que quitarle el noble poder de excitación. En esos términos fue que una tribu bloguera, todavía sin denominación, hubo consumado una versión más de esta expresión tan libérrima del gorgeo afectivo-social.


No voy a poder partir de una definición necesaria. Le das respiración ficcional y se amanceban como cochinos. Se trasnochan, peinan los valles de la ubre sagaz, donde la cafeína y el hollín se besan hermanas en una derrota merecida, y ya podrían militar juntas en la lucha contra la desertificación de los adoquines porteños. Y se dan cita, como terneros, directo a emborracharse en cada teta sin acento. Son innominados, desnombrados e innombrables, no tienen edad ni ortografía, trabajan en el quinto forro de las caderas de la realidad. Pretender apropiarse de conclusiones para llevárselas al domicilio es un error de forma, se trata del papel picado que queda esparcido en el piso cuando donde hubo fruición llega el silencio. Y aunque cada papelito contenga letras son imposibles de leer. Los uruguayos escuchan operas, los chilenos son gerentes, la Gaby encontró pareja en Miami, y los fachos son casi siempre inteligentes.

Todas las sombras se cansan algún día, por eso lo más sano es prevenir y desde ahora empezar a voltear a los que se roban la luz. Ser por unos minutos la pala que junta la riqueza de los vientres vaciados para que las encías del mundo se vistan de fiesta. No se si la verdad es una ofrenda inmediata o cuesta trabajo. El testigo clave -siempre hay uno- informará que en el frío azulado de la madrugada hubo uno que se quebró y entregó el apellido.

Que manera tan perpetua de perder la virginidad.

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