El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

septiembre 27, 2005

El voluptuoso encanto de la inutilidad

( O de la inutilidad como Viagra literario )


Desde que leo blogs, exactamente desde hace tres meses, he notado que en el ambiente de las disquisiciones literarias se está experimentando un discreto -y quién sabe si encantador- proceso de tabarovskyzación. Como muestra vean este botón.

Evitaré ingresar al mundo de las negaciones y de la retórica que yo llamo “deconstructiva” (aunque no se llame así). Esto es: la negación, la inversión, el no-libro, el no-lector, la no-obra, en definitiva la no-existencia de lo escandalosamente existente, etc., etc. Dicho instrumento discursivo, típico de la escuela reflexiva francesa por así decirlo, es muy interesante por su capacidad de exploración tridimensional de los conceptos, apelando a todo el innato talento del lenguaje literario para donarle una lujosa transfusión de elocuencia al más gallardo de los rigores científicos.Frases del tipo de “Escribo para nadie”, que otrora podían ser asociadas a un contexto poético, de pronto adquieren una gran eficacia para el faenamiento esclarecedor de procesos dentro de la ciencia social.

Cuando dicen que se escribe para no vender, que no se escribe para el libro que se supone los lectores esperan, que no se escribe para tal o cual academia, instituto o sociedad de fomento, que no se escribe para el libro, ni para el blog, ni para la enciclopedia, les creo. Y hablo de creer en términos de estar de acuerdo con un discurso que revela lo que de verdad les sucede y nos sucede. Me puede pasar a mí o al otro, poco importa, serán meras diferencias personales. No se trata de denunciar simulacros deliberados o inconcientes, o resistencias en el sentido psicoanalítico, sino verdades de las que debemos por ahí sospechar como cualquier persona sensata sospecha de su sombra.

Como todo arte, escribir es posible hacerlo por el puro placer de hacerlo, por la pura e impura exploración –por qué todo lo excelso tiene que ser puro? – de una excitación estética, de obedecer y desobedecer unos y otros mandatos, íntimos y públicos, solitarios y masivos, de televisión abierta y de circuito cerrado. Por esa vocación y vacación delirante del yo que es eternamente auto reproductiva sin más materia prima que el uranio enriquecido que recoge de cualquier parte y luego procesa las veinticuatro horas en su planta de fertilización. Es un ejercicio ordenadamente desbocado que la juega de inútil con tal de despojarse un poquito de esa transpiración mediocre y pegajosa de la aburrida responsabilidad de servir.

Y está bien que la juegue de inútil, porque servir, por definición y en principio, sirven los esclavos.

Tabajar para la función útil clausura alguna parte de la libertad, violando su integridad, y desde el más pulcro afán de auto-revelación es bueno evitarlo cuando es posible. Sin entrar a profundizar por ahora el polémico tema de la utilidad o inutilidad del arte, –perdón, como si existiese algún tema que no fuera polémico- , y aclarando que soy de los que lo consideran totalmente útil, creo que convencerse de su inutilidad libera de presiones. Es una condescendencia adolescente, funciona como una autoindulgencia hacia la propia esterilidad, como si esa liberación en si misma dotara. Si lo comparamos con el sexo y tomamos por ejemplo al hombre: clausurar el compromiso de la utilidad de dar placer a la mujer, hasta mejora la perfomance y dota al acto de una monarquía lúdica, consagrarse a lo inútil es un Viagra intelectual. Y según mi experiencia, les aseguro que da sus buenos resultados, creerse la inutilidad de un juego lo hace más sensualmente placentero, aumenta la capacidad de recaptación de los materiales fruitivos que produce la creación, y que nuestros propios implacables anticuerpos calificadores y censores suelen tiran al bote de los residuos.

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