Algunas generalizaciones entre triviales y sensatas que espero sean seguidas de sus correspondientes e imprevistas derivaciones:
La literatura es un arte y el arte es fabricar artesanías, poco importa si fueron producto del trabajo, la iluminación o el delirio, poco importa el cómo, están destinadas a divertirnos, hacernos llorar a gritos o bien retorcernos el cerebro emputeciendo a nuestros neurotransmisores para que en un carnaval de señales, máscaras y núcleos, construyan sentidos y sinsentidos de a chorros. La máxima pesadilla es poder aceptar el infierno de la diversidad que no pasa por la calificación de prestaciones. El arte literario no es una carrera para demostrar quién tiene el cerebro más grande, ni un test para mostrar quién posee la cultura más vasta, la imaginación más fosforescente o la más impúdica capacidad de capricho.
Entre los escritores tengo una distinción muy personal que me guía: están los intelectuales que escriben y están los artesanos o artistas de la palabra. Los primeros escriben porque no tienen más remedio al ser la escritura uno de sus medios de expresión, casi una necesidad profesional. Si quiero hacer filosofía, sociología, reflexión, ideología, análisis, ciencia social, ecología o cualquier otra disciplina analítica-creativa es probable que la escritura sea uno de los medios casi excluyentes. Los psicólogos y científicos "prácticos" tienen la clínica como otra gran forma de ejercicio, los arquitectos e ingenieros la materialidad de sus obras, pero un pobre aspirante a filósofo por ejemplo no tiene más remedio que escribir, ya que la tradición socrática me temo que no resulte demasiado practicable hoy día. Eso los instala en la obligación de adquirir al menos cierta destreza en el arte literario, habilidad que va a influir enormemente en su eficacia profesional por así decirlo, porque el talento narrativo es crucial hasta para contar un sistema lógico. Como el arquitecto que debe aprender un poco de expresión plástica - a dibujar digamos más simplemente- para transmitir sus ideas, el intelectual se convierte en escritor casi siempre y en artista de la literatura.... casi nunca?. Esta dicotomía será arrastrada siempre en la piel del intelectual y en la de los lectores de sus obras, montará una confusión más que intrigante, y si nos maravilla algún día la brillantez de unas ideas escritas no sabremos bien si se debe al rigor de su ciencia o a la maestría de su arte.
Después están los artistas de la palabra, no necesariamente los más cultos, ni formados, ni doctorados, ni estudiosos ni inteligentes, pero artistas, casi que los veo con un delantal sobre sus dedos. Son para mí los verdaderos dueños del nombre de la profesión de escritor, sean del género que sean. ¿Como conviven estas dos improvisadas categorías? A veces noto como que los artistas de la palabra sienten una especie de complejo de inferioridad respecto de los intelectuales que escriben, y eso los lleva a imitarlos, a incluir dentro de sus obras como especies de anuncios publicitarios que destacan de forma ostensible las capacidades adquiridas. Y muchos caen en la tentación de intelectualizarse, hasta como protección, ya que es más fácil dotarse de un arsenal teórico de relativamente fácil exhibición y defensa, que encontrar un buen final para un cuento. La incorporación hasta de los edificios teóricos de la propia crítica literaria les resulta útil para maniobrar, de este modo una obra que se base en los mandatos de la crítica tiene garantida una fuente segura tanto de inspiración como de buena acogida y valoración.
Pero esta minuta binaria que he efectuado se completa con el tercer elemento: los críticos. Raramente artistas literarios, minoritariamente intelectuales y mayormente ninguna de las dos cosas. Los atormenta la preocupación por demostrar que pueden manejar a mayor velocidad que el escritor, y por supuesto jamás dejarse pisar los talones por los miopes e ingenuos ojos del lector, al que consideran en el fondo un mal necesario. Están tan actualizados respecto de las teorías europeas que no ceden nunca a la tentación de hacernos saber que se tragaron como locos las teorías que están de moda, y por las dudas también todas las que tengan probabilidades de estarlo pronto. Pero ellos, como los anteriores, son otro tema.
Más allá de donde venga el que lo practica, el arte es hacer eso que conmueve, eso que no puede parar de volverse a casa instante otra cosa, y más y más una cosa más idéntica a si misma y más diferente a toda otra. Ese goce de la alevosía del impacto, directo, gradual o entrecortado, pero que se hace soberano en el efecto de convertirnos en recreadores.
2 comentarios:
"Yo no pienso, escribo."
Mi post, como toda observación que hace un foco tan grueso, deja afuera un montón de cosas. Obvio que existen "intelectuales" que son artistas de la palabra y viceversa, pero me interesaba hacer zoom y abstraer estas dos condiciones porque en muchos casos se notan con demasiada nitidez.
Pero las obras de arte literario son reservorios de contenidos y de conocimientos, creo que la literatura es una forma de conocimiento también, creo que hay una "epistemología" literaria, su arte puede contener tantas revelaciones y descubrientos como el mejor de los trabajos doctrinarios, críticos o científicos. LO que no debe hacer es renegar de su "método" para imitar métodos ajenos. Vos hablabas de una novela y entre otras cosas de como te permite vocalizar en ella una crítica cultural, bueno, analizar la novela es quedarse a vivir contando las cosas que es capaz de poner en juego.. y no necesita de otra cosa que ser ella misma, depende nada más y nada menos que de la potencia que en tal sentido pueda darle el autor.
Y saludos Xeñita querida !!!
Publicar un comentario