El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

agosto 24, 2005

La cita como chaleco antibalas

Para escribir y ser leído supongo que lo primero hay que quitarse es el pánico escénico y después algunos otros pánicos: a las represalias intelectuales, a la intrascendencia, a la ferocidad de las envidias agresivas, a los golpes de estado a la autoestima que cualquiera puede disparar. Y no hace falta de ningún modo escudarse con los cadáveres de alguna incuestionable eminencia para decir lo que se piensa. La pusilanimidad intelectual me parece nefasta más por una cuestión estética que ética, ya que priva al escritor de entregar un recurso de comunicación e impacto tan valioso como es su feroz desnudez individual, el choque violento contra las retinas de los lectores de sus ideas huérfanas de referencias aliviadoras, que obligan a hacer foco en la indefensa soledad del texto. En el ensayo la cita es un método muy útil, ágil y hasta puede ser bello para desencadenar la reflexión propia y a menudo resulta muy orientadora para la comprensión de las ideas, pero se desvitúa cuando es evidente que se lo usa como mecanismo puramente defensivo, un singular chaleco antibalas o una eficiente custodia personal. Funciona en esos casos como una especie de salvoconducto que acompaña al discurso propio, “lo digo yo pero me baso en Fulano” es como decir “si te metés conmigo te estás metiendo con él también”. Apropiarse por contiguidad de un prestigio y una protección al refutamiento que se teme no lograr con el enunciado de las ideas con el nombre propio, lo que equivale a decir muchas veces, sin ningún nombre.

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