Y tal vez muchos se hayan hecho la pregunta: ¿Con todo ese espectáculo allí arriba, que hacemos en la platea?
Me parece que el modelo artístico histórico de una minoría con acceso a los escenarios y una mayoría astronómica condenada a observar desde la platea, está siendo corroído por el ácido de algunas nuevas tendencias. Tendremos un futuro de cada vez más artistas en el circuito no-comercial y cada vez menos público para ellos. ¿A que conduce esto? Como el público habitual parece no crecer en la medida que debiera, entre varias razones por lo inélastico y decadente de las estructuras que manejan los formatos de mediación convencionales, se puede llegar a dar la paradójica situación de que la única audiencia posible para esa multiplicidad de expresiones sean los propios artistas.
Tal vez eso ponga en crisis el viejo formato derivado de las épocas cortesanas donde el artista es siempre una deidad excepcional frente a miles de pasivos y embelesados espectadores. Si se consolida la tendencia, tal vez en un futuro se puede imaginar una platea y un escenario que estarán ocupadas por colegas, y se habrá perdido para siempre esa abismal lejanía entre estrellas y estrellados. Todos serán espectactores, escrilectores o musioyentes. El hambre de protagonismo expresivo es una fuerza latente enorme en vastos sectores sociales, abrir canales que puedan contenerlo tiene un efecto imparable en su expansión. Al menos en lo que podríamos denominar “el under” esta parece ser una tendencia que también actúa como única salida posible de comunicación.
Tomemos los casos del cine, la música, la literatura y el periodismo. Entre las linternas mágicas es impresionante el crecimiento de la cantidad de jóvenes consagrados a la tarea de formarse para “hacer cine” así como la circulación vía web de material en formatos digitales, al tiempo que disminuye el número de espectadores en salas o de alquileres de videos hogareños. En el campo de la música los discos editados por un puñado de contratados por las grandes compañías, otrora formadores de un verdadero monopolio, conviven con el enorme crecimiento y fragmentación de la música grabada disponible a través de ediciones independientes y caseras, más la bomba difusora de los programas que permiten intercambio vía descarga web y acceso a miles de alternativas musicales de todo el mundo. En el ámbito de los textos e imágenes, la industria editorial, a pesar del surgimiento de ediciones pequeñas o familiares, es un filtro que deja pasar más bien una cantidad ínfima de líquido textual comparado con la catarata que empuja por entrar. Internet, al abrir posibilidades de comunicación inéditas entre autores y lectores, inaugura un canal aliviador enorme. Ha aumentado la circulación de libros en formato digital y eso se suma el trascedente despegue de los blogs y websites temáticos que ponen en contacto a una infinidad de escrilectores. Si uno compara el esfuerzo, por ejemplo, que significa luchar para sacar y distribuir una edición de entre 500 a 1000 ejemplares, las posibilidades de ser leído en la web si bien son reducidas en primera instancia, el efecto multiplicador creciente de la difusión cotidiana, y el acceso paralelo a públicos de muchos países, pueden permitir una circulación que alcance cifras muy interesantes.
Todos estos fenómenos tienen en común el facilitar la producción cultural de los creadores a través de posibilitarles concretar sus trabajos en soportes concretos aptos para ser difundidos, lo que hace aumentar el número y diversidad de creadores ante el estímulo de una concreción objetual de su trabajo relativamente cercana y accesible. Estos cambios no debieran ser subvalorados, son muy trascendentes y conmueven de raíz los preceptos que han guiado a la poderosísima industria cultural durante décadas, y lo que es más importante cambia nuestro modo de disfrutar y de crear cultura. Ante ellos los senderos que se abren son insospechadamente inquietantes, presagian mutaciones que van desde lo sombrío hasta lo delicioso.
Un análisis convencional inferiría de este planteamiento presentado una conclusión política de Perogrullo: estamos ante un proceso de democratización cultural. Mi lectura se despoja y aleja de cualquier enfoque de este tipo, y se ajusta el cinturón de seguridad para viajar a las vecindades del registro psicosocial individual, donde si existe un democratización – así como término metafórico- es la de los egos. La otrora desproporcionada ecuación entre multitud de consumidores y minoría de productores de cultura fue mutando de modo galopante hasta quedar distorsionada. En el ámbito de la producción artística esto es crucial. La democratización de los egos pone a punto caramelo la capacidad de expresión de sectores que ya no soportan solamente el simpático rol pasivo de ser solamente admiradores culturales. En la literatura, para quién posee la fuerza y el fuego de la vocación textual, la condena a ser un eterno lector era de algún modo reconocerse como un instrumento perpetuo del deseo del otro. Pero hoy día en esta selva unificada, el elixir de la inclusión y el reconocimiento puede devenir de lujo a necesidad básica indispensable para una vida siquiera vegetalmente digna.
Tino Hargén
2 comentarios:
Muy acertado panorama.
Pero me parece que el talento seguirá siendo raro.
No creas, tal vez menos raro.
Porque creo que el talento que se conoce no es todo el que existe. Y con la difusión y la apertura es probable que se conozca más.
Hay talentos instalados que sólo se ven en la medida que no haya otros para ver, brillan porque están instalados bajo los reflectores y ahí nadie los mueve.
En la música eso ya sucedió, en el circuito no-mainstream se ven muchos talentos de los que jamás hubiéramos tenido noticias. Obvio que es una cuestión no generalizada el talento, sólo que abrir los ojos permite escrutar realmente "lo que hay". Pero ojo, no confundas esto con un igualiytarismo, ser desconocido no es virtud, como no es virtud la pobreza. Por ay hay cien millones de suscriptores y ningún talento, pero si lo hay, seguro que va a aparecer y nada lo va a tapar.
Ahora obvio que eso desafía la forma de medir el talento, la tabla de valoración, se necesita cierto criterio de valoración independiente que es más dificil todavia de hallar que el talento mismo. Lo que circula por ahí en general es un silogismo perverso de falsedad absoluta: "Si alguien es de verdad talentoso tiene que tener éxito -ergo- sólos los que están instalados en el éxito son talentosos."
Tino
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