El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

agosto 18, 2012

Gárgaras de crema Mocca

Apuntes sobre el debate entre Roberto Gargarella y Edgardo Mocca en el programa 6,7 8. 


Edgardo Mocca representó de modo promedio al intelectual que apoya al kirchnerismo, no desde la militancia ni de la adhesión partidista, sino desde un razonamiento evaluador en términos políticos que deriva del conjunto de las acciones emprendidas por un gobierno, sopesando cuidadosamente su jerarquía, implicancia y ubicación en contexto. La intervención de Roberto Gargarella tuvo a mi juicio su momento más feliz cuando mencionó temas como el Indec, la hostilidad anti-scioliana no correspondida a otros gobernadores poco afines en lo ideológico o las oscuridades del caso Ciccone, pero en todo lo demás y en lo general su exposición estuvo plagada de los sofismas habituales que utilizan los “corredores por izquierda” del gobierno. Todo lo negativo se sobredimensiona, y se toma la parte por el todo; en cambio lo bueno se minimiza y se relativiza negativamente: “si, hicieron eso, pero…con tanto poder podían haber hecho más”, o “lo hicieron pero en realidad no llegaron al fondo”. Hay un probable origen filosófico de esta actitud más allá de las antipatías políticas. Todo parte de un prejuicio hecho axioma: el intelectual debe ser políticamente pesimista, y el intelectual de izquierda debe serlo aún más. Consideran que el pesimismo en la evaluación de los hechos es directamente proporcional a la grandeza de los ideales amados y al intransigente compromiso con el que se los honra. Pero ese pesimismo forzado en la evaluación de los hechos políticos termina a menudo en el juicio falaz, incoherente o injusto. 

El pesimista para sostenerse en esa postura necesita entonces minimizar siempre lo bueno y maximizar siempre lo malo en su mirada de los hechos políticos, aunque ello lo obligue a la inconsistencia del análisis. Lo malo siempre hay que presumirlo como muy malo, tremendamente malo y descalificador, y lo bueno siempre como insuficiente, engañoso o insignificante. Otro defecto de la izquierda purista que expuso el fragmentario discurso de Gargarella fue la tendencia a argumentar en base a la proyección simbólica de íconos a lo que se les otorga una significación social desproporcionada, totalmente fuera de contexto. El caso de la muerte de los Qom en un episodio cuya responsabilidad política es de un gobierno provincial con el cual el gobierno de la nación tiene una alianza táctica deriva en un argumento totalizador y descalificador del tipo “un gobierno que impulsa la represión contra los pueblos originarios”. Puedo estar de acuerdo en que faltó una condena pública más enfática y no se impulsaron medidas políticas de esclarecimiento del tema pero eso no habilita inferencias globales tan concluyentes en tanto no es tan simple la relación con provincias que poseen el rango de autonomía que les da la Constitución con autoridades elegidas por abrumadoras mayorías por más ideológicamente indeseables que nos parezcan. Respecto del accidente ferroviario de Once es obvio que cabe mucha responsabilidad política a este gobierno más allá de lo que digan los peritajes en tanto se sostuvo una concesión subsidiada en términos aberrantes para el interés público, pero eso no prueba que el gobierno sostenga una “política catastrófica de transporte” donde todos los problemas de todo vehículo que transita por el país llevando pasajeros sea su culpa. 


El plan “pesimista” de minimizar las acciones políticas lleva también al gran cinismo de ignorar deliberadamente la relación de fuerzas que prima en el orden social, donde cualquier acto de cualquier gobierno se inserta. Por una parte se adjudica al gobierno una cantidad de poder y una autonomía de decisión que no es real, desconociendo los verdaderos términos de la relación de fuerzas que rige la realidad nacional e internacional. Así es que enfrentar con éxito a los poderes económicos en alguna cuestión más o menos concreta se presenta como si hubiese sido un mero trámite voluntarista de fácil resolución, sin tener en cuenta que en política lo posible en cada caso está irremediablemente ligado a la evaluación de las fuerzas que se le oponen. De este liviano desconocimiento se desprenden juicios como: “no hacen más porque no quieren, porque si quisiera tienen el poder suficiente para hacerlo”. Ese cinismo es autorreferencial a su propia impotencia como izquierda política, una especie de despecho en espejo. Estos intelectuales conocen muy bien la dimensión de la resistencia de los poderes establecidos, porque ellos mismos han sido sus mejores analistas en muchos casos y han sufrido como víctimas su dureza enorme, entonces no se entiende que lo minimicen. ¿Cómo minimizar así a un enemigo cuasi todopoderoso que viene de consagrarse planetariamente como gestión y pensamiento único y da muestra todo el tiempo de su monstruosa dimensión global? Si somos un equipo de fútbol de una pequeña ciudad española y estamos cansados de perder por goleada con el poderoso Real Madrid todos los años en la Copa del Rey, no se entiende que despreciemos el logro del equipo de otra ciudad pequeña vecina que le sacó un empate, con la cínica excusa de que “debería haberle ganado”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Libranos de un gobernante pesimista!