Harto de la facundia de los héroes del sentido y su gran espectáculo parlante -ese circo descendente donde a mayor hundimiento de la sana esperanza aumenta el nivel de la corrupta habilidad- subió por el tubo de la primera floración de la mañana. Ató su caballo depresivo al poste de oro, lo recibió mujer de labio cañón, maestra de oficio en el célebre delito del amor. En altillo alquilado fue empedrando calles con la mirada. Turbas cerveceras, mancebos en trance, carruajes automatizados, suelas deslizantes y decenas de campanas que batían la crema del aire.
—Sabes, tu pasión por el rechazo siempre me desconcertó…
Le dijo el dueño de “La Situación”, una finca perfecta y hermosa que se apretaba sobre una llanura obsecuente de su propia fertilidad. Sus pasturas verdes exhalaban una espuma de frutos, acaparando el sol para su tesoro germinal.
—Nunca vas hacia el fuego como el insecto avariento, prefieres las cenizas humeantes de la oportunidad abandonada, chapotear en el ignoto basural del infortunio y en el supremo instante del despegue te das por vencedor sin luchar.
Capaz de abrir surcos en la arena residual de la plantilla interior de sus zapatillas de playa. Cocinado, al arbitrio de los indiferentes, metido y sometido en el calloso cansancio de unas manos mendigas.
—El caparazón que cubre la pegajosa sustancia interior debe ser arrancado, no es momento de evitar la inmersión sucia de la evidencia y el baño de saliva maloliente que hay que tragar por besar la boca de la vida. El muro que impide tu propio imperialismo está relleno de algodón, una cabeza apenas madurada puede perforarlo, cabeza de naranja con cabellos de acero peinados al rojo…
—Sabes, tu pasión por el rechazo siempre me desconcertó…
Le dijo el dueño de “La Situación”, una finca perfecta y hermosa que se apretaba sobre una llanura obsecuente de su propia fertilidad. Sus pasturas verdes exhalaban una espuma de frutos, acaparando el sol para su tesoro germinal.
—Nunca vas hacia el fuego como el insecto avariento, prefieres las cenizas humeantes de la oportunidad abandonada, chapotear en el ignoto basural del infortunio y en el supremo instante del despegue te das por vencedor sin luchar.
Capaz de abrir surcos en la arena residual de la plantilla interior de sus zapatillas de playa. Cocinado, al arbitrio de los indiferentes, metido y sometido en el calloso cansancio de unas manos mendigas.
—El caparazón que cubre la pegajosa sustancia interior debe ser arrancado, no es momento de evitar la inmersión sucia de la evidencia y el baño de saliva maloliente que hay que tragar por besar la boca de la vida. El muro que impide tu propio imperialismo está relleno de algodón, una cabeza apenas madurada puede perforarlo, cabeza de naranja con cabellos de acero peinados al rojo…
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