"...Si el lenguaje de ocupa de sí mismo no es porque se trata de un juego autosuficiente sino porque ya es en sí mismo experiencia del mundo y texto de saber, porque él mismo dice antes que nosotros, esa experiencia..."
Jacques Ranciere "La palabra muda"
La discusión entre partidarios del lenguaje y la trama, como toda discusión entre la forma y la función, es tan ridícula como una lucha entre bufones por establecer el prestigio de algunos de sus disfraces. La trama es el lenguaje y el lenguaje es la trama. La representación es una forma de superar sus insuficiencias y la poética el aprovechamiento de sus holguras mecánicas.
La literatura es el pensamiento que se permite jugar asumiendo el probable siniestro del error. Lo que representa la literatura es a la vez la potencia y la impotencia del lenguaje; el humano siempre apeló a la fabulación, a la parábola, para expresar su mensaje, la representación fue su atajo de primera y única elección, por elemental y por divertido. En tanto el lenguaje del pensamiento era impotente para trabajar como continente en acto de todos los contenidos que era capaz de generar en potencia, aparece esta solución en la escasez que es la literatura, la solución de la imposibilidad del decir, un recurso artero, infantil, un atajo tomado ante la necesidad de comunicar. Por ello, nunca será la reina del lenguaje, porque la representación la antecede, la literatura es teatro antes que retórica, es encarnación antes que imaginación. La literatura debe su existencia a las limitaciones del lenguaje racional, a su pobrísima capacidad de traducir la multidimensional realidad de la experiencia humana, a sus excesos de simplicidad, a la patológica soberbia de su reductibilidad, a su vicio irremediable de dejar afuera todo aquello que no puede asir con sus manazas de amputado vuelo. De cara a la verdad, la literatura será siempre un juego, una falsificación instrumental, eternamente susceptible de ser juzgada por inútil desde los discursos de las grandes tribunas, pero necesaria en todas las íntimas confesiones.
El pensamiento racional, como todos los reyes, reina por encima de todo imponiéndose con soberana rigidez en la construcción simbólica de la jerarquía de su sentido, pero por ello paga el precio de su torpeza; en tanto va al hondo hueso descuida la voluptuosa carne que lo envuelve.
Esos grandes ideales del iluminismo -que entronizaron el reinado del conocimiento racional- rendirían la fortaleza de su omnipotencia si alguna vez reconocieran la utilidad de la literatura. Es algo insostenible para su orgullo.
La literatura es el pensamiento que se permite jugar asumiendo el probable siniestro del error. Lo que representa la literatura es a la vez la potencia y la impotencia del lenguaje; el humano siempre apeló a la fabulación, a la parábola, para expresar su mensaje, la representación fue su atajo de primera y única elección, por elemental y por divertido. En tanto el lenguaje del pensamiento era impotente para trabajar como continente en acto de todos los contenidos que era capaz de generar en potencia, aparece esta solución en la escasez que es la literatura, la solución de la imposibilidad del decir, un recurso artero, infantil, un atajo tomado ante la necesidad de comunicar. Por ello, nunca será la reina del lenguaje, porque la representación la antecede, la literatura es teatro antes que retórica, es encarnación antes que imaginación. La literatura debe su existencia a las limitaciones del lenguaje racional, a su pobrísima capacidad de traducir la multidimensional realidad de la experiencia humana, a sus excesos de simplicidad, a la patológica soberbia de su reductibilidad, a su vicio irremediable de dejar afuera todo aquello que no puede asir con sus manazas de amputado vuelo. De cara a la verdad, la literatura será siempre un juego, una falsificación instrumental, eternamente susceptible de ser juzgada por inútil desde los discursos de las grandes tribunas, pero necesaria en todas las íntimas confesiones.
El pensamiento racional, como todos los reyes, reina por encima de todo imponiéndose con soberana rigidez en la construcción simbólica de la jerarquía de su sentido, pero por ello paga el precio de su torpeza; en tanto va al hondo hueso descuida la voluptuosa carne que lo envuelve.
Esos grandes ideales del iluminismo -que entronizaron el reinado del conocimiento racional- rendirían la fortaleza de su omnipotencia si alguna vez reconocieran la utilidad de la literatura. Es algo insostenible para su orgullo.
1 comentario:
El epígrafe es impresionante y el artículo también.
Desde el fondo de mi rigidez "racionalista" vislumbro que hay mucha tela para cortar y admiro que lo hayas podido sintetizar.
Parece alineado con esa tesis que anda dando vueltas (creo que es de Kundera y no me acuerdo que otros) acerca de que la ficción es el mejor modo de acercarse al conocimiento de la historia al menos.
Para terminar, un poco de humor: ¿Cómo no va a ser útil la literatura? ¿Cómo probar mejor la utilidad de la imprenta y de todo esos "soportes" nuevos que desarrollan los "científicos" que imprimiendo esas "cositas" en lugar de propagandas de supermercado?
Cordialmente
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