El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

octubre 21, 2010

Hedor de violencia


Apesta. Otra vez la muerte en las calles. “Refriega sindical” se lee. Resuenan las palabras, hasta asoma el marco técnico del conficto circunstancial; “tercerización”, vieja treta neoliberal que llegó para quedarse ya hace muchos años. Pero se olía un tufillo raro. Movimientos, señales, palabras extrañas en las estructuras de la anquilosada burocracia sindical. Una especie de euforia, peligrosa. Claro, una cosa es la jodita de la toma del Colegio, otra diferente es donde se juegan intereses de grupos que ya están jubilados de impunidad para defender sus curros con la violencia, los que son capaces de decirte “Si cortan las vías te vamos a cagar a tiros” y no sólo decirlo sino hacerlo sin que nadie sea capaz de impedirlo ni menos de castigarlo. El “patoterismo” sindical. Sería bueno dejar de llamarlo así, es demasiado suave, hasta pintoresco, mejor es hablar de inmunda criminalidad sindical. Bestias hijas de puta que golpean, masacran, emboscan y asesinan con disparos de calibre 38 no merecen minimizarse con el mote de “patota” como si se tratara de un ring-raje.

En estos momentos me importa un pito los análisis politiqueros, que si el duhaldismo, que si el kirchnerismo, si la derecha o la izquierda, espero información contundente. Se tiene que investigar este crimen y obtener resultados que no dejen lugar a dudas, debemos exigirlo, vigilarlo, controlarlo. No puede quedar a expensas de los embarradores de canchas ni menos de los oportunistas en celo. Alguna vez debe ser en serio “caiga quién caiga”. Alguna vez la famosa promesa de llegar hasta las “últimas consecuencias” tendrá que cumplirse y que no pase como la mayoría de las veces en las que no se llega ni a la primera de esas consecuencias. Alguna vez habrá que poder esclarecer las cosas sin puntos oscuros, o por lo menos con los mínimos que se puedan. Porque a la conmoción por una vida joven que se pierde se une el asco por el uso político barato que se está haciendo de su sangre, están como buitres, ávidos de tirarse sobre los restos humanos para usarlos, irresponsables, lanzando de acusaciones, insinuaciones en voz alta de “operaciones” de acá y de allá, tirando culpas a diestra y siniestra sin más sustento que el puro instinto carroñero.

Estoy harto de bravucones, de malditos permisivos con la violencia. Y todo es igual, Matías Berardi y Mariano Ferreyra no son víctimas de galaxias diferentes, sino de una misma bosta social enquistada en este establo llamado Argentina que apesta de tolerancia al crimen, de impunidad, de corrupción silenciada, de cotos de caza protegidos por el uso ilegal de la fuerza, de catacumbas de criminalidad institucionalizada que siempre son “intocables” sobre las que en décadas y décadas nunca nadie no puede o no quiere hacer nada, de quilomberismos alentados al pedo, para revolver el río y sacar ventaja de la pesca sin que importe los que se ahogan por las oleadas.

Si hasta en un mundillo como el del fútbol, que resulta obviamente de rango menor frente a la gravedad de que la sucedido, hay que asistir atónitos a un discurso apológico de la violencia. Vemos estos días como a la cotidiana noticia sobre el enésimo “apriete” de barras sobre jugadores hay que soportar una serie de asombrosas operaciones: árbitros que se hacen cómplices de cacerías humanas en las canchas, que no sancionan patadas alevosas, planchazos que en el ámbito penal darían lugar a una denuncia, jugadores que acusan a un colega de “maricón” porque con el legítimo derecho que le asiste como víctima denuncia las consecuencias de esa violencia, fracasados pusilánimes como Verón queriendo dar lecciones de “hombría”.


3 comentarios:

Ana Lopez Acosta dijo...

Coincido con vos Tino! Excelente lo tuyo!
Estoy enojada, triste, asqueada, repodrida de tolerar lo intolerable en esta sociedad.
Esta Argentina me duele. La muerte de éstos jóvenes, Matías, Mariano o tantos otros, son puñaladas al corazón y a las arterias de la sociedad toda.
La barbarie sindical es indescriptible.
La barbarie de quienes dejan hacer -no importa de donde vengan- es también indescriptible.
La violencia cotidiana desplegada impunemente -como bien describís- es indescriptible e intolerable.


La impotencia es indescriptible.


Un abrazo.

Tino Hargén dijo...

Así es Ana, es impotencia lo que se siente. También hartazgo. Porque uno a veces se deja engañar por mucho blablabla sobre el estado de derecho, la democracia, la justicia, imagina escenarios posibles, pero resulta que además de la corrución económica que sabemos campea, están los históricos de la violencia que se cagaron toda la vida en eso y lo siguen haciendo, están como protegidos por un escudo divino. Y encima escuchar a algunos imbéciles defenderlos queriendo inventar una victimización racista sobre las patotas sindicales, una manipulación perversa. Las mafias no tienen color ni raza, son mafias.

Y cuando vamos más allá encontramos que esa violencia es una sola. Agrego a las muejeres que últimamente son blanco constante de violencia. Dirán que son casos patológicos, puntuales, pasionales como hay en todas partes, hmmm, no se, me parece que hay algo más, algo social que desborda a lo individual.

abrazo

lunanueva dijo...

Sí, Tino, sí. Aquellos vientos trajeron estas tempestades: impunidades eternamente impunes no pueden llevar más que a la exacerbación de lo peor. Salud.